El límite

El dolor te avisa dónde está el límite,

te dice sí, sí estás sangrando,

que no camines más

que te escondas.

El dolor te muestra que tienes piel

y que está lastimada

te explica el peso de las palabras

cuando te caen encima y te hieren.

El dolor te ayuda a no perder cosas

a no tener cosas,

a no querer nada.

El dolor te enseña

a conocer el límite del deseo.

Estarme quieta

Tengo una pequeña escoliosis que he mantenido a raya los últimos años a fuerza de bajar de peso y hacer ejercicio. Y meditar. Y nada. Y tratar de no estresarme (tanto). Pero hoy me recordó con una buena sacudida que está allí, que no se ha ido y que no soy inquebrantable. Porque sí me partió. Un mal movimiento y casi me quedo tirada. Ya seguí mi propio protocolo con inyección y todo y no puedo decir que me duela si no me muevo.

Tenemos todos un punto de inflexión, ese lugar donde nos quebramos y al cual no deberíamos tener que llegar para tomarnos un respiro. Pero llegamos y de allí se vienen las crisis y los desastres. Estamos tan acostumbrados a seguir, que se nos olvida que no siempre hay que moverse para avanzar, que el tiempo y la vida transcurren solos y que, a veces, uno puede dejarse llevar por la corriente, un ratito.

Algo así estoy en esta mañana, quieta. Porque ya terminé de lavar y doblar ropa y tengo hecho el almuerzo y los niños no han venido. Espero que eso sea suficiente.

Todo bien

Choqué. Por fijarme en el sem´áforo de enfrente. Y la verdad es que, ya con el carro en el taller, habiendo almorzado al fin, y con la primera tanda de ropa en la lavadora, puedo tomar perspectiva: no me morí. Hubiera sido muy fácil si hubiera sido otro tipo de carro. Es una lata quedarme sin poder moverme fácil, sí. Ando apachurrada porque me siento imbécil, también sí. Pero…

Los accidentes suceden y no hay voluntad involucrada, aunque claro que hayan consecuencias. Son provocados por actos no planificados que se nos vienen encima y a los que simplemente les tenemos que hacer ganas. Hay más cosas no planificadas que nos suceden que al revés y sólo es cuando hay un trancazo que realmente les ponemos atención. El mismo hecho del lugar, familia y circunstancias genéticas con las que nacemos es un accidente y lo que uno hace es enfrentar la vida con lo que tiene.

Hoy me tocó protagonizar una mulada. Qué bendición que no haya habido consecuencias más graves y qué bueno que nadie está lesionado. Aunque cueste, lo material se arregla. Y yo estoy aquí para contarlo.

Tal vez lo mío es estar ocupada

Tengo tanto qué hacer, que una tarea extra es ponerme una pelota adicional en el aire. Al principio con la suma, se me caen todas las demás. Luego ya la adapto a la rotación, hasta la siguiente. Lo malo es que con el paso del tiempo se me hace más cansado, porque allí voy, con menos vista, menos energía y tal vez menos ganas.

¿Cómo habrá sido hace cincuenta años sin las facilidades de ahora? ¿O será que simplemente hacían lo que podían? Así como uno, pero sin tanta presión. No quiero ni pensar en tiempos medievales. Pero seguro tenían un poco de sosiego, que es lo que me hace falta.

Quisiera no tener esa compulsión por llenar cada segundo de mi vida con una tarea. Poder decir que todo está bien, no importando su estado y dejarlo allí un rato. Y escribo eso mientras hago cenas/almuerzos/loncheras y pienso en la lavada de la ropa. ¿El mundo se desboronaría si yo no hiciera lavandería los martes? Tal vez no. Pero seguro no me divertiría tanto como ahora con tanta pelota en el aire. Pásenme otra.

Un grupo de apoyo

Soy hija única, con pocas amistades cuando crecí. Aprendí a tener amigas de hace unos quince años para acá y debo decir que agradezco a mis estrellas el haberlo hecho. Hay lugares seguros y luego están las fortalezas inexpugnables. Así son las buenas amistades con mujeres que ya se quieren a sí mismas. Atrás quedan las pequeñas envidias y la gana de ser mejor que la otra. Lo mejor es poder compartir experiencias y seguir creciendo juntas.

Supongo que antes de ser «civilizados», el grupo de mujeres ayudándose era esencial para la supervivencia, no sólo física, sino emocional de la tribu. Poder confiar que los hijos van a estar bien cuidados, aunque uno no esté allí, que ya hay alguien que pasó por lo mismo, que la experiencia no se pierde entre generaciones, eso debe haber sido reconfortante. Y claro que hay rencillas y dificultades, somos humanas y eso conlleva toda la emocionalidad que va con vivir. Y qué.

Tengo una amiga que es como mi complemento. Y luego tengo grupos de amigas con las que puedo compartir pedazos de mi vida y a quienes les abro los brazos. Soy vulnerable allí y estoy cómoda con eso porque sé que no hay ganas de lastimar, aunque pueda suceder. Eso es de lo mejor que me ha pasado ahora de grande.

Un lugar que habitar

El único lugar que importa tener en orden es la mente. Es donde pasamos la mayor parte de nuestra vida. Depende de su estado que vamos bien o mal. Sorprende que a veces la dejemos a la deriva.

Poder darnos cuenta de lo que dicen las voces de nuestro cerebro, los pensamientos, a lo que le ponemos atención, es el primer paso para habitarnos de una manera más gentil. Cuando peleamos por adentro no tenemos paz y menos la podemos transmitir.

Tengo que tomar algo que me ayude a suavizarme, a dulcificar esa voz que me guía. Quiero ordenar el cuarto de mi mente y hacerlo cómodo. Espero lograrlo pronto.

Se borró

Yo ya tenía escrito algo acerca de cómo estar ocupada es como tener un salón de baile lleno en mi cabeza, con cada persona con su propio ritmo y música y yo sirviendo de organizadora. Algo así se siente. Pero se borró y, como siempre, nunca vuelvo a encontrar las palabras para decir lo que pensaba. Tal vez porque ya cambiaron de canción y ahora escucho otra letra.

Supongo que hay cosas que tienen qué suceder para que la vida continúe como debe. A veces, cuando me atraso por una pendejada en salir de mi casa, pienso que tal vez eso me salvó la vida de un choque fatal. Nadie, ni Dios, sabe qué hubiera podido suceder sí. O tal vez si lo sabe, porque para eso están los universos paralelos, para desmadejar esa infinita marea de posibilidades que se da con cada decisión que tomamos.

Tener una idea y no agarrarla es perderla. Por eso dormía Dalí con un diario de sueños a su lado. Que no quiere decir que por no plasmarla, el mundo se quede sin una genialidad. Bastantes veces tengo pensamiento que a oscuras parecen magníficos y ya con lucecita revelan no tener sustancia. Espero recordar de qué iba lo que se borró. O que se me venga otra idea.

¿En dónde encaja?

Cada cosa debería tener su lugar y uno no tiene por qué estar buscando una tijera donde van los platos. Obvio eso es en el mundo ideal, en donde a todos les importa igual el orden. No sucede así, lo sabemos bien las mujeres con esposo e hijos. Cada quien tiene su “orden” y allí se van las cosas.

Hay cosas que sólo tienen un lugar, y otras, tal vez la mayoría, que puede mudar. La naturaleza de los seres vivientes es el cambio y nada se queda igual, nunca. Saber que uno puede encajar en varias partes y situaciones es liberador, da esperanza y anima a tomar algo de riesgos.

La transitoriedad de la vida ayuda a darse cuenta que todo está pasando en este momento. Ni el futuro que imaginamos, ni el pasado que recordamos existen fuera del “ahorita”. Así que, tal vez estemos incómodos, pero estamos exactamente donde debemos en este momento. Ya nos tocará movernos si no nos gusta. Y hacer orden. Las tijeras donde van.

Las cosas que nos gustan

Compartimos pocas cosas con el adolescente. Él está aprendiendo qué le gusta y yo tengo mis gustos peinando canas. Es un aprendizaje para ambos.

Hay tantos clichés acerca de volver a conocer el mundo a través de los ojos de los hijos. Y por algo son ciertos. Les enseñamos lo básico y terminamos aprendiendo lo esencial.

Me gusta que mi hijo me enseñe lo que le gusta. Aprendo con él. Y compartimos.