Soy hija única, con pocas amistades cuando crecí. Aprendí a tener amigas de hace unos quince años para acá y debo decir que agradezco a mis estrellas el haberlo hecho. Hay lugares seguros y luego están las fortalezas inexpugnables. Así son las buenas amistades con mujeres que ya se quieren a sí mismas. Atrás quedan las pequeñas envidias y la gana de ser mejor que la otra. Lo mejor es poder compartir experiencias y seguir creciendo juntas.
Supongo que antes de ser «civilizados», el grupo de mujeres ayudándose era esencial para la supervivencia, no sólo física, sino emocional de la tribu. Poder confiar que los hijos van a estar bien cuidados, aunque uno no esté allí, que ya hay alguien que pasó por lo mismo, que la experiencia no se pierde entre generaciones, eso debe haber sido reconfortante. Y claro que hay rencillas y dificultades, somos humanas y eso conlleva toda la emocionalidad que va con vivir. Y qué.
Tengo una amiga que es como mi complemento. Y luego tengo grupos de amigas con las que puedo compartir pedazos de mi vida y a quienes les abro los brazos. Soy vulnerable allí y estoy cómoda con eso porque sé que no hay ganas de lastimar, aunque pueda suceder. Eso es de lo mejor que me ha pasado ahora de grande.