Hoy toca dar gracias

El 2019 ha sido el año más espantoso de mi vida. Vi a mi hija casi morir, nos hemos enfrentado a una condición que no la va a soltar salvo que ocurra un milagro, se deterioró mi relación con mis hijos por lo cansada y tensa de la situación, apenas terminamos el año escolar, ha sido un desastre en cuestión económica, confuso en la parte emocional y, por primera vez en mi vida de pajarito feliz en las mañanas, hice planes serios y concretos para quitarme la vida.

Horrible. Lo peor que he pasado en una vida de años duros. Y hoy voy a dar gracias. Porque la niña está viva y con todas sus facultades disponibles. Porque el niño anda reacomodándose y nos unimos mucho más en estos últimos meses. Porque ya no se me pasa por la mente la posibilidad de hacerme morir. Y porque estoy ganando claridad en mi vida, aunque sea a costa de fuego que destruye y quema, pero ilumina.

Siempre se puede agradecer y eso a mí me saca de la cama. He tenido oportunidad este año de compartir con personas maravillosas a quienes no conocía antes y por quienes estoy profundamente agradecida de su existencia misma en el mundo. Cosas hermosas que no puedo ni comenzar a describir. Entiendo que hay un mejor camino para relacionarme con mis hijos y estoy a tiempo de tomarlo. El dinero viene y va. Toca que venga y trabajar para lograrlo. Terminé un proyecto de un libro y sigo escribiendo.

Y estoy. Tal vez eso es lo que más puedo agradecer. Simplemente estoy, un poco más desgastada y definitivamente más cansada. Pero el otro año, por estas mismas fechas, estaré dando gracias de nuevo.

Voy a bailar en la cocina

Tengo ganas de pararme en la mesa del comedor y bailar frente al espejo de la pared. De salir corriendo por la calle, lo más rápido que puedan mis piernas (que no es mucho porque detesto correr). De quitar todos los muebles de mi casa y quedarme en los ambientes vacíos, llenándolos de ideas.

Necesitamos un momento de dejarnos sin nada, despojados hasta del diálogo interno que no nos deja conocernos. Un momento de silencio, oscuridad, insensibilidad. Y dibujar sobre esa página en blanco un destino que nos atraiga como el faro al puerto.

Quiero descargar toda la energía que me levanta de la cama sin descanso, que me despierta con angustia por la noche, que me quita las ganas de comer. Necesito poner música a todo volumen y saltar sin que me importe si lo hago bien o no. Por eso medito sola y practico yoga sola. Porque quiero dejar de ocupar espacio hacia afuera y llenarme de mí misma por dentro.

Hoy voy a poner mis canciones favoritas, halar a mis hijos, y haremos una fiesta en la cocina.

Querer entender

A los niños siempre les recalco que el lenguaje se usa para comunicarse. No tiene más objetivo poder poner en palabras conceptos abstractos. Sobre todo la parte interna de nuestros pensamientos. Queremos tener relación con los demás, lo más importante es entendernos.

Pero no siempre se puede. A veces hay un desfase entre lo que decimos y nos entienden y a veces entender no es suficiente. Sobre todo en cuestiones de relaciones personales. Mi sentir sólo puedo describirlo, no puedo hacer que el otro lo sienta/entienda como yo. Y allí es en donde entra a jugar la importancia de la relación. Si yo valoro a la otra persona, me debería ser suficiente que me diga que algo le duele, para dejar de hacerlo, por mucho que no me resulte lógico.

No todos tenemos las mismas vivencias y las cosas no nos provocan las mismas emociones. A veces querer entender debe involucrar más que la lógica y dejarse guiar por los sentimientos. Si yo te quiero, entiendo que no siempre voy a poder dimensionar lo que me dices que sientes, pero lo respeto y te voy a cuidar. O no y atenerse a las consecuencias.

Ya no quiero enojarme

Mi primera experiencia de maternidad fue con mi mamá. Me tocó ser la adulta responsable durante el tiempo en que estuvo inválida, tomando todas las decisiones y, lamentablemente, haciéndome cargo emocional de una mujer que perdió su capacidad de juicio, no necesariamente su memoria. Yo ya cuidé de una adolescente. Rebelde y desafiante. Me frustraba demasiado, porque cambió la dinámica de nuestra relación y yo me quedé sin un lugar seguro para el resto de mi vida.

Probablemente, por eso soy un ogro de madre con mis hijos. Mi primera palabra es un «no» y mi gesto ordinario es de enojo. Tengo el regaño en la boca y primero lo suelto y después averiguo. Y ya estoy harta. Yo no quiero enojarme más, menos después del año de mierda que hemos tenido todos. Quiero poder reírme con los enanos, que miren mi lado liviano, que no les aburra tenerme cerca.

Es una tarea de atención y de trabajo personal que no sé si voy a lograr. Llevo casi veinte años con ese chip metido y reprogramarme va a ser trabajoso. Pero creo que vale la pena. Porque mi mamá sí se reía por todo conmigo y eso fue de las cosas que más me dolieron perder cuando le dio el derrame. Espero que, cuando les toque a ellos recordarme, lo que escuchen sea las risas.

Para lo que sirven las cosas

Vamos a hablar hoy de cosas pragmáticas, para variar un poco;

específicamente de las cosas y para lo que sirven.

Como una cuchara, que sirve para abrir frascos,

insertada en la tapa, deja salir el vacío.

Una silla, queda perfecta en su respaldo,

para poner el saco al entrar a casa, mientras se recibe un beso.

Una manga de camisa, de tela suave de preferencia,

seca lágrimas sin lastimar los ojos que las derraman.

El cuchillo y su punta redonda,

le dan la vuelta al tornillo en cruz.

Y la cama recibe los saltos de los niños

que juegan a volar.

Todas las cosas sirven para algo,

las palabras que son cosas también.

Como las tuyas, dulces,

que usaste para partirme.

Hablarte de ti

Hoy quiero hablarte de ti. Del centro duro que recubres con palabras amables. O suave que proteges de los demás para que no te lastimen. Quiero hablarte de la forma en que miras el mundo, un lente de acercamiento al más mínimo detalle, o los ojos entornados para ver la imagen completa. La forma suave con que dices palabras cortantes y cuando alzas la voz para decir “te quiero”. Si tuviera que hablarte de ti, te recordaría las tardes cuando aún no crecías y mirabas el mundo desde la grama en la que descansabas. Te contaría del helado que te gusta y de las noches sin dormir y de las otras que no quisiste despertar.
Hubo una mañana, ¿la recuerdas? que escuchaste cantar a todos los pájaros del mundo, invisibles dentro de unos esos árboles infiltrados en la ciudad. De la vez que pensaste que el cielo se abría en una franja entre la calle y las nubes, recordándote a un par de ojos que tienen otro color. O cuando tomaste agua fría en un día caluroso, te tiraste al agua helada en un día nublado y bailaste sin compañía en la cocina con la música a todo volumen. Pudo también haber sido en la ducha.
Cantas mal, pero bonito. Escribes bien, lees mejor, besas poco aunque te gusta y sabes abrazar. El mundo te cabe en los ojos, por eso haces que se pierda todo allí adentro.
Si quieres que hable de ti, déjame verte en silencio.

Pelear contra una sombra

Los pensamientos negativos son sombras con correas que nos atan y no nos dejan defendernos. No se le puede dar un puñetazo al humo. Lo mismo a las palabras que aseguran cosas sin fundamento. A las emociones que nos paralizan.

Lo único que funciona es la luz. Cuando uno descubre cómo iluminar el cuarto oscuro donde se esconde, encuentra que es un enano cobarde con un altavoz.

No hay forma de desmentir una habladuría, pero sí se puede pedir que se demuestre. La verdad siempre reluce.

El día que se me acaben las palabras

En la mente yo hablo todo el tiempo, posibles conversaciones con personas que me interesan y con las que necesito pelotear algunas ideas. Las aplicaciones de chats son perfectas para eso, porque comienzo a escribir y escribir, sin necesitar de una respuesta inmediata, sino sólo como una ofrenda de atención que deposito y de la que me olvido más tarde. Es una forma de desahogarme y de mantenerme sana, tal vez por eso me gustó tanto ir a terapia cuando pude y por eso es que sigo escribiendo aquí, todos los días.

Me he quedado sin cosas que decir en algunos períodos de mi vida, ahora mismo estoy tratando de salir de uno y es como si me apagaran por dentro. No cualquiera me aguanta y agradezco a las personas que se han resignado a dejarme que me canse hablando. Y no es que no sea buena para escuchar, me encanta ponerle atención a la gente. Es sólo que, de pronto, quiero compartirme y eso no lo hago con cualquiera.

Si hablo mucho es porque tengo confianza. El día que me quede sin palabras, algo va mal.

Lo único que perdura es lo que cambia

Estar frente al mar y pensar en cosas que me sobrepasan son lo mismo. Me es imposible no considerar mi propia impermanencia cuando una ola sigue a la otra. Y aceptar que todo lo que es eterno, cambia constantemente.

Estar en una relación de largo plazo es contemplar el cambio del otro y subirse a la ola que venga con el tiempo. Me ha costado un pedazo de corazón entender que no puedo regresar a la idea que tenía de mi matrimonio hace quince años. Y he ganado una pieza adicional al aceptar los cambios con que ahora vivo. Para mí, que soy rutinaria, esos vaivenes me han destruido el puerto en el que anclaba mi barco. Pero la vida no está hecha para quedarse varados.

Si uno quiere algo que dure para siempre, hay que aceptar que siempre va a cambiar. El mar es siempre el mismo aunque nunca sean las mismas olas.