Ya llegué a la edad de decir que estoy en “esa” edad. Y, comparado a como estaba mi mamá, realmente tengo esperanza. Algo ha sucedido en nuestra cultura que permite no avejentarse antes de tiempo, por mucho que uno reconozca los años que lleva encima.
El ser “viejos” cambia radicalmente entre culturas y épocas, aunque permanezca siendo cierto que la apariencia de vejez se percibe distinto entre hombres y mujeres. Las canas, las arrugas, hasta el desfunde del cuerpo hacen “interesante” a un hombre y completamente fuera del ámbito de la atracción a una mujer. Esto va cambiando, pero más ha cambiado la forma en que las mujeres nos mantenemos con apariencia juvenil que la percepción en sí. Hay pocos halagos tan placenteros como “qué joven te ves” y se podría desenredar una madeja generosa de prejuicios y preconcepciones en esa pequeña frase.
Todos los que estamos vivos envejecemos. No hay otra opción. Sería lindo reivindicar esta realidad a una situación digna, de felicidad por el conocimiento adquirido, de cuidados integrales porque el cuerpo sólo es uno y dejar del lado la parte estética. Sería lindo. Mientras eso sucede, seguiré usando la crema Nivea que usaba mi abuela, que murió con pocas o ninguna arruga. Ojalá me bendiga la herencia.