“Esa” edad

Ya llegué a la edad de decir que estoy en “esa” edad. Y, comparado a como estaba mi mamá, realmente tengo esperanza. Algo ha sucedido en nuestra cultura que permite no avejentarse antes de tiempo, por mucho que uno reconozca los años que lleva encima.

El ser “viejos” cambia radicalmente entre culturas y épocas, aunque permanezca siendo cierto que la apariencia de vejez se percibe distinto entre hombres y mujeres. Las canas, las arrugas, hasta el desfunde del cuerpo hacen “interesante” a un hombre y completamente fuera del ámbito de la atracción a una mujer. Esto va cambiando, pero más ha cambiado la forma en que las mujeres nos mantenemos con apariencia juvenil que la percepción en sí. Hay pocos halagos tan placenteros como “qué joven te ves” y se podría desenredar una madeja generosa de prejuicios y preconcepciones en esa pequeña frase.

Todos los que estamos vivos envejecemos. No hay otra opción. Sería lindo reivindicar esta realidad a una situación digna, de felicidad por el conocimiento adquirido, de cuidados integrales porque el cuerpo sólo es uno y dejar del lado la parte estética. Sería lindo. Mientras eso sucede, seguiré usando la crema Nivea que usaba mi abuela, que murió con pocas o ninguna arruga. Ojalá me bendiga la herencia.

Cosas en común

Uno nunca entiende del todo a los papás, porque entre a la mitad de sus vidas a conocerlos. Cuando uno ya es adulto y tiene experiencias más o menos en común con ellos, ha pasado tanto tiempo que jamás se les puede alcanzar. Pero… ese territorio compartido es en donde se disfruta de verdad la educación que recibió.

Criar gente es un balance entre reglas y juego, cariño y firmeza (que no son lo contrario? Y paciencia y fe en que las metidas de pata inevitables del camino son salvables. Uno va aprendiendo qué funciona mejor, pero es uno de padre el que tiene que adaptarse, ellos parecen pfanzers avanzando. La idea no es dinamitarlos, sino guiarlos. Porque lo que menos quiero es quitarles fuerza. Sólo prefiero que no destruyan todo a su paso.

Poco a poco, comenzamos a tener conversaciones con los niños, más allá de escucha paciente o instrucciones. La música, las películas, las anécdotas en común sirven de primer camino hacia discusiones más complejas. Hasta que llegue el día que esta ya no sea su casa, que tengan experiencias completamente separadas de las mías y que las compartamos. Allí ya sentiré que el trabajo fue adecuado.

Ayudar a ser independientes

Pongo a mis hijos a hacer muchas cosas que mi mamá jamás pensó en dejarme a mí. Comenzando con doblar su ropa. Y así otras más, que no parecen enormes, pero que antes no se hacían y ahora creo que son importantes. Ambos pueden, en el peor de los casos, lavar su ropa, cocinar, arreglar sus loncheras y medio ser independientes.

El trabajo más difícil que uno tiene de mamá es borrarse de la vida de sus hijos hasta que no lo necesiten a uno. Yo no quiero que ellos dependan de mí, aunque ese desapego en la adolescencia que estamos padeciendo todos a veces me parece muy abrupto. Ya no tengo a mis cuerpecitos tibios y felices conmigo viendo tele por las tardes, por ejemplo. Y allí es en donde viene el verdadero “sacrificio”: estoy entregando una parte que me reconfortaba por darles a ellos cómo vivir mejor.

Me hace falta esa cercanía, espero estar construyendo relaciones que superen este pedazo escabroso para recuperar el cariño más adelante. Estoy bien con ser su mamá, no su amiga. Hasta que verdaderamente ya no necesiten de mamá, sino de alguien más a su par. Y por supuesto allí estaré.

Lo anormal en lo común

Lo que nos parece normal no es lo mismo que hace siglos. Y si nos remontamos a la pre-agricultura, menos aún. No es normal tener comida disponible sin cazarla o recolectarla. No es normal decidir no tener hijos. No es normal sobrevivir una infección. Y definitivamente no es normal dormir ocho horas seguidas. Todo eso lo hemos ido adaptando y construyendo los humanos con cambios, desde dietéticos hasta tecnológicos impresionantes.

En mi propia vida he cambiado muchas veces de costumbres, no sólo por lo que sucede de forma natural al crecer, sino porque la vida misma me ha hecho mudar y mutar. No siempre ha sido sin dolor. Pero termina uno acostumbrándose y sigue. Como dormir, por ejemplo. Los niños de bebés me despertaban para comer, cosa natural. Y ahora me despiertan por otras razones menos normales.

Quisiera regresar a dormir ocho horas seguidas, ni siquiera aspiro a las diez que le escuché recomendar a un doctor. Por cierto que no terminé de averiguar si el fulano también tiene guardería, cocina, lavandería, tutorías y servicio de chofer disponible, porque de otra forma no veo por dónde dormir diez horas. Pero lo que ya me es común es que pronto también eso va a cambiar. Espero que para mejor.

El ingrediente común

En la superficie, la comedia y el horror son opuestos. Provocan emociones totalmente diferentes. Pero en el fondo, se disparan por lo mismo: la sorpresa. Algo nos da risa o miedo porque no lo vemos venir. Y si no me creen, piensen por qué les gusta verdaderamente ver películas de miedo: es la adicción a ser maravillado.

Así como esas dos, hay muchas emociones que se traslapan. Supongo que es como las palabras que usan las mismas letras. Hay un número limitado de las segundas, pero casi infinitas maneras de combinarlas. El enojo y la tristeza, la ansiedad y el cansancio…

Parte de uno crecer como persona es poder identificar lo que uno siente y y con eso en mano, salgamos del hoyo. Mejor reírnos por habernos asustado que al revés.

Cambiar el sentimiento

Sigo sorprendiéndome cada vez que leo de los nuevos descubrimientos acerca de cómo funciona el cerebro. Es todo interno. El mundo entero sólo es real a través de nuestra experiencia de él, al menos para nosotros. Y no tenemos otra forma de vivir que con nuestros muy subjetivos sentidos. Es más, estoy segura que suceden muchísimas más cosas a nuestro alrededor de las que nos damos cuenta, sin necesidad de meternos a dimensiones sobrenaturales. Simplemente no estamos biológicamente equipados para percibir todo lo que pasa, sólo lo que nos deja sobrevivir.

El tono, además, ese sabor que le dan nuestras emociones a lo que nos pasa, es un nivel adicional de personalización. Que también tiene varias etapas, porque primero sentimos, luego procesamos e identificamos y por último reaccionamos. Lo primero es involuntario. Lo de en medio puede requerir más intencionalidad. Lo último es totalmente consciente, hasta cuando no nos damos cuenta.

Saber que está en mis manos sentirme de una u otra forma ante un estímulo externo. Que depende de mí cómo recuerdo ciertas cosas. Y que yo decido qué cara ponerle a mis vivencias. Todo eso me ayuda, sobre todo hoy, a afrontar situaciones difíciles con una mejor actitud. No las cambia, pero me cambia a mí. Y eso hace toda la diferencia.

La nota en la entrada

Hola Corazón

te dejé comida en la refri

la cama está hecha

los niños dormidos

ya no hay ropa qué lavar

(salvo la que llevas puesta)

mi carro tiene un ruido extraño

se salió uno de los gatos

el perro no quiso comer

te dejo esta nota

aunque pueda contarte todo

me gusta hacer recuento del día

y, si con un día así me despidiera,

estaría satisfecha.

P.D.: regresó el gato.

Sentirse visto

Tener idea que alguien nos mira, no en el sentido de acechar, creo que es una necesidad humana. El hecho de ser apreciado, de no pasar desapercibido por la vida. Y, también, es una de las fuentes de ansiedad más graves en nuestro desarrollo. Vivir pensando en qué van a decir de nosotros es angustiante.

Con el tiempo y, ojalá, la madurez, esa necesidad se va borrando un poco y la sustituye el deseo de dejar algo relevante que perdure más allá de nosotros. Hay un cambio en el imperativo humano y ya no queremos tener el protagonismo personal, sino dejar algo bueno detrás de nuestro paso.

Pero hay aún otro estado de crecer que libera más que eso, y es el de simplemente vivir la vida, haciendo lo que uno puede con lo que tiene. Es lo que hay. Como axioma, algo tan simple es transformador. Yo tengo muchos deseos, y me cuesta pensar sólo en lo que tengo enfrente. Pero sé que sólo puedo hacer lo que puedo hacer y trato de darlo todo allí. En lo que hay. Lo demás es una carga que traté de llevar y que no se puede sostener. Afortunadamente, aunque ya no es mi motivación, en mi vida sí tengo personas que me ven y a quienes formo más con el ejemplo que con cualquier cosa. Eso me hará trascender.

Compañía para la compañía

Nunca me ha dado sentimiento dejar solos a mis gatos. No es que no les haga falta y sí me esperan en la puerta cuando regreso, pero tal vez no son tan evidentes en su nostalgia. Además que ahora tengo dos y se hacen compañía. Pero, con el perro, es otro rollo. El animalito se queda tan triste viendo la puerta cuando uno se va. Y es que ambos animales están diseñados y han evolucionado distinto.

Me da la impresión que los seres humanos no podemos dejar las cosas como las encontramos. Algo le queremos cambiar. A todo. Para ejemplo las modificaciones corporales que han encontrado en fósiles de nuestros antepasados prehistóricos. Así que los perros, que fueron nuestros primeros animales de compañía, definitivamente no podían quedarse atrás. Por eso las distintas razas. Es importante saber para qué sirven, porque de eso depende mucho el comportamiento base del chucho. Pero todos, todos, quieren la compañía de su humano. Y allí es donde entro en conflicto.

Estoy más acostumbrada a hacer mis cosas sola, como gato. Ahora necesito que el chucho no se sienta solo. ¿Será que le consigo compañía a la compañía?