En medio

Quiero sentarme

en medio de un subibaja

el punto en donde nada se mueve.

Estar dentro de la tormenta

ver el mundo caerse a mi alrededor

pasar sin mojarme.

Quiero caminar sobre la llama ardiendo

mis pies tocar las brasas

sin sentir el calor.

Despojarme del ir y venir

de la marea que me mueve

quedarme quieta

y dar un paso al frente.

El tedio

No hay espacio emocional más peligroso que el aburrimiento. Es ese vacío que uno sólo llena de cochinadas y, en estos tiempos, estar ocupada no es sinónimo de estar entretenida. Hoy en especial me da pereza hasta tener hambre y quiero cambiarlo todo, la rutina de ejercicios, mi pelo, la ropa, el clima. Tal vez sea que no he podido salir al sol (no entiendo a la gente que prefiere los días nublados), o que no he podido salir a nadar, o que no he podido salir. Y van a pasar más días en lo mismo, así que, hacer cambios es imperativo.

Siempre caen bien los cambios cuando las marcas que deja la rutina ya son demasiado profundas. Las ruedas no caminan bien y se traban sobre los rieles ya conocidos ad nauseum. Así que, o reimagino mis días para que me sean menos aplastantes, o me dejo caer en la miseria de la nada. Y qué aburrido eso.

El momento justo

He tratado de leer Tropic of Cancer de Miller tres veces en tantos años y no paso de la página 50. Me parece repulsivo. Luego recuerdo los otros libros que me han caído mal antes y que me gustan después. Todo tiene un momento.

Pasa frecuentemente con las pelis que escogemos para ver con los niños. El criterio de qué es adecuado es más un arte que una fórmula matemática y se reduce a no querer llenarles la mente de cosas para las que aún no están preparados. Todo tiene matices y si no se pueden discutir por falta de cualquier cosa (edad, experiencia, disposición), se pierden y lo que queda es lo más burdo.

Al igual que con Miller, The Sopranos no me había llamado la atención hasta hace unos meses. Al contrario que el libro, esa serie sí la estoy viendo con gusto. Espero que en este cuarto intento, pase de la página 100.

Un café o un té

Tantas veces que un café se vuelve una plática y el líquido pasa de servirse en taza a copa, púrpura al final del día. Extraño las tardes sentada en un lugar que no sea mi casa con alguien que no sea mi familia, para hablar de cosas que no sean el virus. Y también acepto que me gusta la cercanía que hemos tenido en estos meses con los míos, las comidas compartidas y los vinos de los viernes. Quiero creer que había cosas flojas que apretamos (me lo escribieron en una carta) y que me hace falta todo lo que me estaba sobrando.

Ahora tomo té en la mañana, una taza extra después de almuerzo y mucha agua para ahogar los deseos innecesarios. Podría estar viendo una serie de adultos, pero en la mesa del comedor estamos los cuatro, cada uno con lo suyo y esto también me hace bien. Me he enterado de la marea de emociones de los engendros y cómo navegarla. Y también en dónde regalar las mías.

Nada volverá a ser igual. Igual nada nunca lo es.

Un lunes más

Vivir en estos tiempos es estar entregados a lo surreal. Ese plano que se sale de lo normal, pero que de todas formas podemos palpar. ¿Qué otra queda cuando el mundo se desmorona? Nada más que seguir. Y querer.

Me tocó pasar mi cumpleaños en el encierro y me la he pasado lindo. Hasta con pizza. Quiero lo que tengo y eso me hace afortunada. Tal vez no lo hubiera apreciado de otra manera.

Gracias por todo.

Mi preferida

De todas las veces que te fuiste

y regresaste porque

no podías estar lejos

quisiste mi piel

añoraste mi voz

ahogaste la despedida en un saludo

volviste a tocarme

besaste el vacío

y te sentaste a mi lado,

de todas esas veces,

la que más me ha gustado es

cuando nunca te fuiste.

Una por una

En algún libro leí que un elefante se come un bocado a la vez. Chiste viejo, verdad antigua. Y me está pasando con el mentado rompecabezas que armo ahora. No hay manera de ordenar bien las piezas, tengo que fijarme en el patrón y buscar de una en una. La tarea parece interminable.

Todas las hazañas del mundo se perciben como milagrosas. Alguien que descubre un invento, la solución a una fórmula inalcanzable, la pose de yoga que desafía la biología. Y es porque no acompañamos en el camino a la persona que logra todo eso. Muchas veces, los pasos son cortos, hay pausas, hasta retrocesos. En realidad, el éxito es la única diferencia entre la necedad y la perseverancia. Y aunque tiene mucho qué ver que el avance sea en la dirección correcta, hay que admitir que para cualquier resultado, hasta los que no queremos, lo que se requiere es aportarle algo de forma constante.

Todos tenemos rutinas que dan exactamente los frutos para los que están diseñadas. Hay que revisar lo que obtenemos y ver si eso es lo que queremos. Y seguir comiendo el elefante bocado a bocado. Tal vez algún día termine este rompecabezas.

Un poco es demasiado

Me siento a revisar tareas con el niño preadolescente y huelo vainilla. Se hace leche con café y avena y hoy le echó una tapita de concentrado de esa esencia, pero una tapita es demasiado y todo se siente exagerado. Algo pasa en su cerebro estos días que se va exprimiendo hasta no dejar mucho más que ojos y dientes. Resulta que, a esa edad, comienzan todas las neuronas a volverse más eficientes en su comunicación. Surge la necesidad de reforzar la red automática que se asienta en la corteza prefrontal y cada conexión se agiliza. Pero perdemos integración. Con cada año que pasa y más información que tenemos, menos le ponemos atención a los detalles porque creemos que tenemos todas las respuestas. Rellenamos los espacios vacíos porque necesitamos ser más rápidos. O al menos eso requería nuestro entorno cuando debíamos huir de depredadores. Ahora que no es necesario, ¿de qué tanto nos estaremos perdiendo?

Un poco a veces es demasiado, como el olor de mucha esencia de vainilla que le ponemos al café. Pero, el poder fijarnos en ese poco, sí hace una diferencia.

En seis días

Mi cumpleaños es el domingo. No me gusta celebrarlos. Y resulta que este año estoy feliz de cumplir años. Qué sé yo cómo funciona esto. Tal vez es porque no tengo presión de hacer algo y puedo genuinamente pedir algo que yo quiero. Pizza, vino, waffles, relámpagos. Todo lo que no como y que se me antoja. Cosas nada complicadas. Estar con los míos. Tal vez buscar una película.

Hay cosas que se cuelan y comienzan a ocupar espacio. Son pequeñas al principio pero se acumulan hasta pesar. Los recuerdos también. Este año estoy desempolvando los cuartos de mi vida y me siento más liviana. Puedo ponerle energía a lo que sí me importa. Y pensar en la comida que quiero para mí.

El rito y la sustancia

Tan rico hacer una receta que quede bien. Entre los pasteles que se tienen que medir con exactitud, los panes que se deben calcular con el tacto y la comida salada que hay que inspirarse, las recetas son fórmulas, guías y sugerencias. Encontrar una que sirva tiene magia en sí. Y el proceso de realizarla hasta comerse el primer bocado es alquimia. El rito de comer en familia nos une desde la primera fogata y regresamos a él todos los días.

Lindos los domingos sin prisas. Hasta el café es pócima. Entre el pan del desayuno hecho el sábado, las costillas del almuerzo y un remedo de pastel en taza, la comida que me doy permiso estos días adquiere toda la dimensión de las cosas prohibidas que se atesoran. Porque estoy con los míos y es lo mejor de todo.