Más para menos

Todos queremos hacer más cosas en menos tiempo. Metemos a los niños en cuanta clase extra podamos, sobreagendamos nuestros fines de semana, llevamos agendas especiales para sacar más horas de las que existen. A veces no nos damos cuenta que la pregunta no debe ser ¿cómo?, sino ¿para qué?

Nunca vamos a poder hacer todo. Es que ni siquiera sabemos qué más nos hace falta. Eso de saltar de una actividad a la otra, siempre pensando en lo siguiente, no sirve. ¿A qué horas vive uno? Y conste que no se trata de dejarse llevar por la vida contemplativa. Es de simplemente tampoco dejarse atropellar por el tren que toreamos todos los días.

Yo nunca he llevado una agenda. Ahora FB me recuerda los cumpleaños y poco más. Tengo planes para el futuro, pero no me gusta saturar mi presente hasta que se borre. Mejor tener menos cosas qué hacer, y hacerlas con esmero.

No está uno preparado

Hay esferas de intimidad que se delimitan con gestos aparentemente inocuos. El quitarle una mota de la ropa a alguien, una palabra cariñosa, la cercanía. Pequeñas cosas que se dan entre personas con relación que no son demostraciones exageradas de afecto. Pero sí marcan un gesto.

Yo estoy acostumbrada a no tener acercamiento físico con personas extrañas. Agradezco que sea más popular no saludar de beso. Y definitivamente no me gusta que invadan mi espacio personal. Pero no estoy inmune a pequeñas transgresiones que me dejan sin poder reaccionar porque no son abiertamente abusivas, pero no dejan de ser invasivas. Uno de mujer está preparada a romperle los dientes a alguien que le meta mano. Pero no sabe qué hacer con una mano en la cintura o que le toquen a uno el pelo. Maña más desgraciada de tomarse libertades.

No hay forma de blindarse contra esas situaciones. Y probablemente siga teniendo la misma reacción estúpida, porque no estoy preparada a que me agredan así. Sólo espero que poco a poco se vaya extinguiendo esa subespecie de ser humano que se siente con derecho de no respetar.

No era lo que esperaba

De pequeña siempre quise no dormir una noche entera. Cuando al fin lo hice, lo detesté. ¿A quién se le ocurre que hacer eso pueda ser divertido? Y, si estamos en eso, ¿por qué demonios tienen que hacer las fiestas de noche? Si está oscuro, uno duerme. No hay cosa menos lógica que ese afán de ir contra nuestra naturaleza diurna.

Tener expectativas y que no se cumplan es la razón principal de tener dolor en la vida. Y nos lo causamos nosotros mismos, porque nadie más nos hace las historias que armamos para contar lo que creemos que va a pasar. Cuando no corresponde la realidad con lo esperado, hay un vacío que duele llenar. Hasta cuando es mejor porque entonces no queremos que termine y eso también nos causa dolor. Es difícil no proyectar deseos a futuro. El progreso de nuestra vida es un cumplimiento tras otro de cosas que nos imaginamos van a suceder. Las metas son expectativas. Las relaciones están basadas en esperanzas acerca del futuro. Pero clavarse en lo que uno cree que va a suceder, lo obliga a uno a quedarse en una postura que tal vez es insostenible.

Sigo detestando desvelarme. Aunque sí hay fiestas que me gustan, entonces le hago ganas y a veces me sorprende no terminar destruida.

No todo el piso

Necesito en dónde poner los pies

tus besos me desatan las cuerdas

de las que se sostiene mi cuerpo

y, como me moviste el suelo

no puedo ni caer

dame descanso de fluir

un momento de solidez en dónde apoyarme

recoge mis huesos derramados

y vuelve a besarme.

Dar hasta que ya no haya

Supongo que estoy cansada. Digo “supongo” porque ya es crónico y lo llevo encima igual que la ropa. Podría quitármelo, pero tendría que irme de mi vida a otra parte. No creo que eso sea viable.

Tenemos ciclos de recarga y descarga en todo, eso no sólo aplica para las baterías. Las relaciones nunca están en perfecto balance, son más como subibajas que fluctúan. Además, así son divertidos y el impulso del otro nos hace cambiar de posición. La vida entera nos lleva de arriba a abajo, dejando que tomemos fuerzas para lo siguiente.

Ahora mismo, me toca dar. Y, aunque no le veo final al asunto, sé por experiencia propia que todo, todo, tiene fin.

Tu regalo

En la semana, almuerzo con cada uno de los niños por separado, dos veces. Es el horario que tienen y es una delicia poder ponerles toda la atención del mundo. Ellos podrán no estar totalmente de acuerdo con mi evaluación de las cosas, pero a mí me encanta. Les miro bien la carita, comparto comida, los escucho, les corrijo los modales y les demuestro que me intereso por ellos.

Todos vivimos solos en nuestro interior. Hay cosas que no compartimos con nadie y lo que sacamos ya va con nuestro filtro y se distorsiona con el de los demás. Lo que alguien más percibe de nosotros es una aproximación. Eso nos da libertad para ser nosotros sin preocuparnos mucho de la opinión externa. Pero también nos aisla. Sobre todo si no hay nadie dispuesto a prestarnos atención y a hacer su mejor esfuerzo para entendernos. La verdadera causa última de la disolución de las relaciones es la muerte del interés por ser testigo del otro.

Cuando tenemos cerca personas que florecen bajo nuestro cuidado, es un privilegio poder ser su testigo. Darles la seguridad que alguien los ve. Me siento afortunada.

Todo cuesta

Nadie tiene una vida sin problemas. Y, como todo es relativo, no importa el tamaño de los mismos, siempre se sienten pesados. Por eso es que los seres humanos tenemos la capacidad de ponernos en los zapatos de los demás e imaginar cómo se sienten. Para ser empáticos y ayudar y para darle perspectiva al vaso en el que nos ahogamos.

Meditar, agradecer, escribir, todos esos ejercicios de autoexamen también ayudan para no sentir tanta pesadez. Y una buena medida de sentido del humor dirigido hacia uno mismo también.

Pues sí. Todo cuesta. Y la piedra siempre rueda antes de llegar a la cima. Pero al menos no nos aplasta y ejercitamos algo empujándola.

Escoger el pasado

Mi mamá hacía muchas cosas con las manos. Era famosa por los vestidos para niña, pero también hacía caligrafía e ilustraciones y cocinaba y tantas cosas más. Mi casa tenía cuadros bordados. Unos más bonitos que otros, seguro, pero todos hechos por ella. Me quedé con uno.

La vida que llevamos es la piedra dentro del río. El agua no tiene un límite entre el ayer y el hoy, simplemente fluye y a la piedra sólo le queda sentir lo que va pasando. Todo nuestro pasado no existe ahora más que en el lienzo mutable de nuestra memoria. Escogemos el filtro, los colores, las formas y la perspectiva desde los que vemos hacia atrás, cada vez que recordamos. En ese sentido, el futuro es inamovible, porque aún no ha sucedido y el pasado es maleable, porque lo modificamos al reexaminarlo. Podemos escoger qué de lo que hemos vivido nos gusta y conservarlo.

Así como nos quedamos con fotos especiales, libros, películas, cuadros, lo mismo deberíamos hacer con el resto de nuestra vida. A mí me quedaron todos los cuadros de mi mamá, pero sólo conservo uno. Y así está perfecto.

Carne masticada

De pequeña detestaba las zanahorias cocidas (podridas, decía yo), el puré de papas y la carne molida. Me parecía que estaba masticada, cosa que no deja de ser un poco verdad. Supongo que prefería tener que luchar contra un trozo de carne, aunque fuera duro.

Cuando uno tiene que criar hijos, muchas veces les hace la recepción de información más llevadera. El equivalente a volverlo todo una compota. Los niños obviamente no tienen dientes y hay que facilitarles la comida. Con lo que uno los expone al mundo también. Aunque es obvio que todo lo que uno de padre les filtra, ya va contaminado de las ideas propias. Prejuicios que le dicen, los cuales son aún más perniciosos cuando no sabemos que los tenemos. Ellos toman lo que les damos y, durante un buen tiempo, lo aceptan como lo tengan enfrente. Es lo que hay, no existe otra forma de educar, porque no existe tal cosa como la verdadera objetividad.

Pero, uno crece, y tiene la capacidad de madurar su propio criterio, de informarse de varias partes, de tomar una postura menos juzgona y más centrada. No es aceptable quedarse uno en el simple titular sin leer el artículo, o con la opinión de alguien más y no educarse con una fuente primaria. No se vale que, a estas alturas de nuestras vidas, aceptemos que nos alimenten con compotas.

He aprendido a apreciar la carne molida. Pero no me gusta que me la fuercen. Sigo prefiriendo luchar con mi pedazo.