Un libro nuevo

Tengo una fila de libros sin leer y ayer tomé uno al azar que me tiene fascinada. Tiene un estilo nuevo para mí, que ya lo hace interesante de por sí. Y trata de escritores y libros.

Siempre me he perdido en la literatura, tuve la suerte de crecer en una época extinta de televisión nacional aburrida. Leer era un entretenimiento mejor que casi cualquier programa.

Confieso que he perdido un poco el hábito. Hasta yo caigo en el vacío del entretenimiento constante. Pero, de vez en cuando, me atrapa un libro. Y por eso siempre tengo en cola uno nuevo.

¿Qué te gusta?

Dar regalos bien pensados es una de mis especialidades. Compenso presupuesto limitado con detalle. Encontrar exactamente lo que le gusta al otro es un placer para mí. Pero no siempre es intuitivo.

Para saber qué le gusta a alguien hay dos caminos: fijarse con una atención de araña en todo lo que hace o preguntar. A veces esas dos cosas se complementan. Lo malo es que no siempre las respuestas son sinceras. O la persona misma no sabe qué le gusta.

Me pasa con mis hijos que yo quisiera darles algo que estoy convencida les va a encantar y ellos quieren otra cosa. Ya ni me siento mal. Prefiero preguntar qué quieren, aunque se me quite a mí la felicidad de encontrarlo. Total, el regalo es para ellos.

Marcas

Recientemente me topé con una compañera del colegio con la que, según yo, no compartimos experiencias allí. Resulta que sí. Increíble cómo pudimos convivir tanto tiempo y no coincidir. Lo que más me llama la atención es ese conjunto de marcas que se parecen. Y no hablo de tatuajes, sino de lo que nos deja la vida en el espíritu. No se ve, pero se vive profundamente.

El advenimiento de la psicología moderna es uno de los avances médicos más significativos. Creer que sólo el cuerpo se enferma y se cura nos deja sin herramientas para sanar lo que nos duele por dentro. Y a veces, eso es más pesado que cualquier herida que sangra.

Todos tenemos marcas. Algunas bonitas, otras no tanto. Y todas se deben asumir, felizmente porque, aunque nos adornen, no nos determinan. Yo estoy llena de recordatorios. Espero seguir haciéndome más, son la prueba de que sigo viva.

Lo que no se pregunta

Hay cosas que uno deja sin decir, porque uno supone que se sobreentienden. Grave error. A veces hay que dejar claro hasta que el agua moja. Como que se nos olvidan las cosas evidentes.

Los seres humanos estamos acostumbrados a creer que todos entienden el mundo como uno. Y, aunque obvio hay cosas en común, nadie mira la vida igual que el otro.

Me gusta poner las cosas sobre la mesa aunque parezca agresiva. Detesto los malos entendidos por no abrir la boca. Y todo, todo, se puede preguntar.

Medidas sorprendentes

Nunca he tenido problema para hablar con extraños. Una combinación de falta de vergüenza y genuino interés. Creo que todos somos parte de un entramado que nos une y que se puede aprovechar de las conexiones aunque sean efímeras.

Resulta que uno de los factores que determinan nuestra felicidad, buena salud y longevidad es, precisamente, la calidad de nuestras interacciones sociales. Incluyendo con extraños. Ese saludo en el elevador, la conversación casual con la persona sentada al lado nuestro en una cola, hasta la disposición a preguntarle algo personal a la cajera de una tienda, nos expanden. Nos hacen más felices. Porque como seres sociales nos sentimos realizados cuando vivimos hacia afuera.

A mis hijos les da pena, tremenda pena, que yo hable con extraños. Pero lo voy a seguir haciendo. Y espero que ellos lo hagan también. Ser feliz es una buena meta.

Preparativos

Vivo la vida en preparación para lo que sigue. Bueno, así era antes. Ahora trato de estar preparada y vivir lo que hay ahora.

Se puede esperar. Tener metas. Pero no se puede vivir para después. Porque no sabemos si eso existe.

igual, creo que siempre me va a gustar hacer planes, sabiendo que no siempre se cumplen.

No soy buena jardinera

Tengo una violeta en la cocina que florea muy bonito. Es la única planta que da flores dentro de mi casa. Soy tan mala con ellas, que hasta se me murió una suculenta. Cada quien tiene sus gracias, lo mío son los niños y los animales. Y las relaciones. Ésas sí las cuido bonito.

Una planta es una excelente metáfora de una relación, porque, generalmente, dan lo que uno les pone. La atención, los nutrientes correctos, el lugar adecuado, el cariño, todo da frutos, literalmente. Así con las personas. A veces uno se encuentra con relaciones que requieren cuidados más delicados y a veces termina uno cuidando cactus que no dan pero ni espinas. Depende de uno si está contento con eso o no.

Tengo una buenísima mano para cuidar de la gente que quiero. Pero, con los años, me he dado cuenta que a veces la única que pone de su parte en conseguir florecitas soy yo. Y me canso. Las relaciones no son transaccionales, pero tampoco son un agujero en el mar que se traga toda el agua que uno le pone. Algo debe de haber de correspondencia. Conocer eso, saber cuánto está dispuesto a estar uno pendiente, por cuánto tiempo puede esperar y hasta dónde, es una de las lecciones más liberadoras que me ha dado la vida. Tal vez no me salgan flores de las plantas, pero satisfacciones personales de relaciones profundas y correspondidas, sí que estoy aprendiendo a tener.

Con todo

La vida te da el ímpetu de hacerlo todo con pasión y luego creces y lo pierdes. La intensidad se atempera. Uno aprende estoicismo. Y luego buscas ese fuego y no quedan ni las brasas.

Prometeo fue castigado por enseñarnos a hacer fuego. El factor esencial que nos saca de lo inmediato y nos permite ver por lo menos un día más allá. Que nos ilumina alargando el día y nos da calor cuando podríamos morir. Pero no es ese fuego, creo yo, el que ofendió a los otros dioses. Es el de la fuerza vital con la que nacemos.

No podemos dejar que la edad o las circunstancias o el cansancio o lo que sea nos ahoguen las llamas de nuestra capacidad para darlo todo. Igual, vamos a enterrarlo eventualmente, mejor usarlo.