Caras familiares

Uno se acostumbra a ver a un actor en un papel especial cuando lo hace por mucho tiempo. Se vuelve parte de su identidad, por mucho que uno sepa que es tan sólo una actuación. Y luego sale en otro papel y resulta que no es igual y a uno no le gusta.

Jugar el mismo papel en nuestras vidas nos encasilla. No se trata de no ser consistentes, pero tampoco de no salirnos de los lugares que nos hacen mal. Lo ideal es poder escribir uno su historia y cambiarla cuando la trama ya no nos beneficia.

Me pasó con Doctor Who, que el papel lo juegan distintas personas. Y me cayó mal el último. Aunque entiendo que sólo están actuando.

Los remedios

A mis hijos les enseñé a limpiarse la nariz con un lavado nasal que no es absolutamente nada agradable. Pero casi ningún remedio lo es. Las medicinas, en general, son amargas. Los tratamientos tienen efectos secundarios negativos. Nos duelen los huesos cuando se regeneran.

Las cosas que arreglan algo que está mal requieren esfuerzo. Mantenerlo bien también, pero menos. Lo malo es que dejamos que las cosas se deterioren hasta que ya no funcionan y eso cuesta mucho más.

Yo prefiero meterle ganas al mantenimiento de las cosas que funcionen bien. No me gusta tomar remedios. Pero, si hay que pasarse agua con sal por la nariz, también se hace.

Vuelto a hacer

Estoy viendo una serie basada en una de mis novelas favoritas. El libro fue escrito basado en hechos reales en los 70’s. La serie está ambientada en el presente. Felicitaciones a los creadores porque, no siendo idéntica al material original, la vuelta a hacer captura el espíritu de la primera y lo hace renacer.

Cada día que vivimos nos rehacemos. Con los pedazos viejos que transformamos. Como si fueran piezas de Lego y construyéramos nuevas formas con los mismos bloques. Es una economía preciosa. Traemos lo del pasado y lo hacemos nuevo en el presente.

No siempre son buenas las hechas de nuevo. Generalmente las peores son las que son casi iguales que la original, pero no lo logran. Mejor hacer algo totalmente distinto.

Limpiar

La forma más fácil de tener orden es no desordenar. Y como eso suena tan verdadero como que el agua moja, les dejo otra: es mejor no ensuciar a limpiar.

En el teatro de nuestra mente, los asientos correspondientes a los hábitos comienzan vacíos. Sentamos allí a nuestras rutinas, el espacio está vacío, el ocupante no encuentra mayor resistencia, sea bueno o malo para nosotros. Luego, cuando queremos cambiar, tenemos primero qué desalojar la silla. Y eso es mucho más complicado. De hecho, es el doble de trabajo, porque el inquilino previo pesa y se niega a salir de allí.

Por eso es más sencillo comenzar de un lugar ordenado y limpio. Para todo, hasta la forma en que nos hablamos cuando nos vemos al espejo.

Preguntas tontas

Cuando conozco a alguien que me interesa, le hago muchas preguntas. Todas aparentemente tontas. Mi favorita es cuál es su sabor favorito de helado.

Es difícil definirnos a nosotros mismos. ¿Quiénes somos? ¿Nuestra profesión? ¿Nuestra ocupación? ¿El estado civil que tenemos? ¿Nuestros parentescos? ¿Nos suscribimos a una concepción budista de la personalidad, es decir que no existe? ¿Somos esa voz que nos habla dentro de la cabeza? ¿O simplemente somos lo que estamos siendo en ese momento?

Me gustan las preguntas de preferencias, porque revelan mucho más de la persona que un simple, ¿usted qué hace? Pedir que me cuenten la primera cosa bonita que se recuerdan. O con quién pasaran una cena. O sus día favorito. Me gusta que la gente se describa sin saberlo. Y me da una mucho mejor idea de quién son.

Adaptarse

Casi nada me gusta tanto como mi rutina. Qué rico saber qué voy a hacer cuándo. Pero, obviamente, eso no es sostenible para siempre. Hay cosas que cambian. Yo misma no soy la misma.

La vida transcurre entre cambios. Se llega a una supuesta estabilidad para buscar lo siguiente. Es lo más fácil de volver un cliché. Pero, como todas las verdades evidentes, vale la pena revisitarla para volverla a aprender. Las cosas cambian y sólo el que se adapta sobrevive. Vivir añorando, amargado, no es vida.

He tenido que aprender a moverme. A recordar la meta última de mi rutina. A dejar ir lo que ya está metido en mi ser. Porque yo no quiero ser un adorno incómodo por anticuado.

Lo que no soporto

Hay muy pocas cosas que me sacan de quicio en alguien que me está prestando un servicio. Ni la tardanza de un restaurante, ni la falta de intuición, ni siquiera la ignorancia. Todo eso no depende directamente de la persona que me está atendiendo. Pero me irrita como calzoneta mojada el que cualquier persona no haga su trabajo y que sea pesada. Es una combinación ganadora que me saca el tono de voz severo y la mirada cortante que tengo guardados para ocasiones especiales.

Todos tenemos botones que se detonan. Algunos no los tenemos identificados y estallamos sin saber bien qué está pasando. Ésos son los peores, porque uno tiene qué saber en dónde está el peligro, ya sea para evitarlo, moldearlo y dejarse llevar. Claro que apuntan a cosas más profundas que una grosería de un mesero, total uno al patojo ni lo conoce, no debería importarle la actitud. Pero hay preferencias fundamentales que nos definen como personas en lo íntimo de nuestra composición emocional. Conocerlas, nos permite ser menos presa de ellas, más dueñas de nuestras reacciones. Y esa es una de las claves de la vida.

Hace poco me volvieron a preguntar la dirección de entrega de un producto que llevo pidiendo todos los meses desde hace 6 años. Hice que la nueva persona que me estaba atendiendo la buscara porque la pregunta surgía de la pereza de revisar. Obviamente la tenían archivada. Y hoy viene el pedido. Menos mal no es comida, porque seguro vendría con algún recuerdo.

A pura repetición

No recuerdo haber aprendido a nadar. Me enseñaron de tan pequeña y lo hice tantas veces, que es de las cosas en las que no tengo qué pensar. Me sale y ya.

Cuando somos bebés, usamos toda nuestra capacidad cerebral para adquirir todas esas habilidades que nos van a acompañar el resto de la vida. Aprendemos hasta a caminar sin recordarlo. Y, para cualquiera que haya pasado por una rehabilitación, sabe perfectamente bien lo difícil que es volver a aprender. Por eso las cosas que repetimos, son las que se nos estampan. Hasta las emociones, de tanto usarlas, nos quedan como primer recurso.

Hay muchas cosas que no recuerdo haber aprendido. A veces hago el esfuerzo por fijarme cómo las hago. Porque todo se puede volver a aprender mejor.