Me angustio

Tuve que ir por la niña al colegio. No va a ser jamás por algo agradable. Me angustio con estas eventualidades y, la verdad, es que no son más fáciles con el tiempo. Porque las consecuencias no bajan de importancia.

Puedo ser todo lo adaptable del mundo. Pero a esto no se le quita el filo que me corta y que me deja totalmente expuesta.

La niña tiene una gripe, todo manejable. Y aún así, esa llamada me envejeció cinco años. Sinceramente, en días como hoy, me siento desconsolada. Hasta que la miro bien, enferma, pero bien. Y me recuerdo que es lo que hay.

Respuestas complicadas

En nuestros países, pareciera que vivimos bajo la premisa que “¿para qué hacer las cosas fáciles si se pueden hacer difíciles?” Hay una belleza engañosa en las cosas complicadas. Cuando hay algo demasiado lleno de cosas, pareciera inmediatamente interesante. Pero no es así, no necesariamente.

En la cocina, más ingredientes no quiere decir que el plato sepa mejor. Sólo hay más distracciones y eso enmascara a veces ingredientes de menor calidad. Lo mismo pasa con cualquier relación.

Las líneas simples, los sabores limpios, las relaciones sin demasiadas distracciones, no permiten esconderse entre lo lleno de engaños. Sólo queda lo simple, lo bellamente complejo.

Aprender a no estar de acuerdo

La niña es activista… Lo cuestiona todo. Combina la inteligencia con la ignorancia y eso hace que sea muy difícil convencerla de que está equivocada.

Últimamente me he encontrado con esa misma actitud en la mayor parte de la esfera de medios sociales. Todo el mundo quiere tener la razón, sin saber razonar. Así es imposible debatir y, como no les tengo el mismo interés que a mi hija, ni siquiera me gasto leyéndolos.

Hay mucha virtud en la actitud escéptica de mi adolescente. La admiro en igual medida que me desespera. Porque sé que, con el tiempo, la ignorancia va a ir a menos (espero) y su apertura al cambio va a ir a más. Al menos ya está dispuesta a decir que no está de acuerdo.

Dejarte ir

Si no fuera por el desafío

los tonos altos y discordes

la falta de comunicación

la franca rebeldía inútil,

probablemente no querría que te fueras

y que tuvieras tu propia vida.

Sabia naturaleza.

Horarios nuevos

Tuve la mañana libre, sin tener que hacer súper, almuerzo, esperar niños, planchar… Estuve fuera de mi casa hasta el mediodía en mis vueltas, sintiéndome un poquito culpable porque los peludos sí que me extrañan cuando no estoy y muy desconectada de mi vida normal al no sentir la presión de tener oficio.

Las rutinas diarias se implementan para no tener que pensar en lo básico y dejarle libre al cerebro toda esa energía que utiliza para decidir si sirve el almuerzo a la una o a las dos. Porque tomar decisiones es una tarea y no distinguimos a nivel neuronal si es cuestión de vida o muerte, o no. Entonces tener un horario nos salva de ese desgaste. Pero si no lo vamos adaptando a las realidades nuevas que se nos presentan, entonces sirve tanto como una piedra en el zapato. Hay que cambiar con los cambios. Hay que ser flexibles. Y hay que aceptar que las cosas nunca se quedan iguales para siempre.

Regresé a casa a almorzar (sola), aún con tiempo propio por delante. Es un proceso que me llevará al día en que ésta ya no sea la casa donde vivan mis hijos. Y, aunque los extrañe, no será una mala cosa cambiar.

Las mejores decisiones

Hay tantas cosas que quisiera haber hecho de una manera diferente. Y no me alcanza el consuelo de pensar que no tendría esta misma vida si pudiera cambiarlas. Simplemente hay cosas que debería haber hecho mejor.

Tenemos la oportunidad de tomar varias decisiones trascendentales en nuestras vidas. Y también miles de pequeñas, que también influyen. Todas, todas, las tomamos pensando que son lo mejor en ese momento, teniendo en cuenta cómo nos sentimos y la información que conocemos. Aunque nos arrepintamos al minuto de tomarlas, si regresáramos el tiempo, en las mismas circunstancias, volveríamos a escoger lo mismo. Y es que uno sólo puede hacer lo que puede, con lo que tiene. Claro que hay cosas obviamente mejores que otras, pero ni eso es suficiente a veces para convencernos de no hacer lo que queremos. Es lo que hay.

Así que, aunque regresara, casi seguro volvería a meter la pata. Mejor me enfoco en el resto de tiempo que me queda para tomar otras decisiones, espero, mejores.

No recordaba

Encontré A Fish Called Wanda en Prime. Recuerdo que me encantaba la película. La vi. Me pareció divertida. Y me di cuenta que no la había visto antes. Sólo tenía recuerdos de la periferia de la película, de haber visto fragmentos, de haber oído a alguien más decir que era buena.

Nos pasa muy seguido con las memorias infantiles. Creemos que recordamos porque alguien nos ha explicado la escena de la foto en el álbum. Pero en realidad no es que tengamos presente esa Navidad del carrito rojo o nuestro primer día de clases. Tenemos, si mucho, una amalgama de sensaciones cuajadas en alguna cuantas imágenes y le agregamos lo que nos cuentan. Es normal. El cerebro no puede retenerlo todo.

Me gustó esa película que creí haber visto. Ahora voy a repasar el catálogo de pelis de la misma época y las voy a ver. Así de verdad las voy a recordar la próxima.

El entusiasmo

Yo tengo pocos términos medios. Me suscribo totalmente al versículo que habla de vomitar a los tibios. Me gustan las respuestas rotundas, los sentimientos fuertes, las decisiones binarias. Y luego tengo que explicarles el mundo a mis hijos, con todos sus matices, las complejidades humanas y las respuestas ambivalentes. Así no se puede ser totalmente radical.

Tenemos la capacidad de sostener dos ideas contradictorias e igualmente válidas al mismo tiempo en nuestra cabeza sin estallar. No sé si es una bendición o una maldición. Lo cierto es que, como humanos, nos puede caer mal alguien que queremos. O admirar a alguien a quien despreciamos. Podemos apreciar la justicia de un acto a la vez que nos duela la falta de misericordia. Porque no tenemos toda, toda la verdad, es imposible y eso nos excluye de la perfección y ¿quién es uno para juzgar?

Sigo prefiriendo quemarme a quedarme sin ningún sentimiento. Y sigo acercándome más a los extremos que al medio. Pero he aprendido a no prenderle fuego a todo porque no sé bien qué puede haber debajo. Y porque no quiero que mis hijos aprendan a que lo único que uno puede aceptar es un sí o un no, cuando hay tantas palabras más.

Enfriarlo todo

Hay un momento para hacer las cosas. Los límites se ponen de inmediato. Los cariños no se aplazan. Pero hay discusiones que es bueno dejar enfriar.

Tenemos la capacidad de comunicarnos y el defecto de no saber hacerlo. Nada empaña tanto una buena intención como un mal exabrupto emocional. Y es que, la mejor de las habilidades que adquirimos como seres humanos con el paso del tiempo es un tiempo de reacción que nos haga esperar. Sólo porque nos enojamos no quiere decir que tengamos qué estallar. Sobre todo cuando eso implicaría destruir una relación que se quiere conservar.

Así que, igual que con la comida, hay que saber en qué temperatura servir las cosas.