Tuve que ir por la niña al colegio. No va a ser jamás por algo agradable. Me angustio con estas eventualidades y, la verdad, es que no son más fáciles con el tiempo. Porque las consecuencias no bajan de importancia.
Puedo ser todo lo adaptable del mundo. Pero a esto no se le quita el filo que me corta y que me deja totalmente expuesta.
La niña tiene una gripe, todo manejable. Y aún así, esa llamada me envejeció cinco años. Sinceramente, en días como hoy, me siento desconsolada. Hasta que la miro bien, enferma, pero bien. Y me recuerdo que es lo que hay.