Debe haber un diseñador perverso que nos hace tener preferencia por las cosas ricas que no son buenas. En su sano juicio, y sin consideraciones de salud, nadie escogería un pedazo de repollo cocido sobre uno de chocolate. Solo no. Pero, en la mayor parte de circunstancias, es mejor el repollo. Bien hecho hasta rico es. Claro que depende ya de uno cómo se lo come.
Ese es el problema de algunas de las mejores intenciones… pueden ser excelentes, pero fallar la marca. Aún si no es por mucho, si no se da en el blanco, no se da y todo el esfuerzo es en vano. Tan complicado que se vuelve en las relaciones sociales, porque sólo damos lo que tenemos dentro y sólo recibimos como podemos interpretarlo de forma completamente subjetiva. Más que un traductor de idiomas, a veces necesitamos un traductor de emociones.
A falta de subtítulos para entender a los demás, tenemos que preguntar y ser abiertos. También hay que aceptar que todos cambiamos y que no siempre va a funcionar lo mismo. No hacer suposiciones es una de las mejores formas de querer. Y se vale fallar de vez en cuando, siempre que eso sirva para mejorar la puntería.