Sacrificios

El corazón es un monstruo

al que presentamos

nuestra juventud,

renovada con cada ilusión

sacrificada en el altar de la esperanza

nos adentramos una y otra vez

en el laberinto sin hilo

no sale quien entró

sobrevive alguien más

que cree que mató a la bestia

y se olvida del dolor

hasta que vuelve a presentarse

ante el mismo altar, mismo monstruo

mismo devorador.

Una cuestión de grados

Hay una línea delgada entre tener autoestima y ser vanidoso. O estar cómodo y parecer pordiosero. Entre amar con pasión y ser demasiado intenso. Y esa línea fluctúa, porque no se mide igual en todas las situaciones.

A mí me cuestan todas ésas, pero la peor es la que hay entre ser directa y sonar grosera. A veces no entiendo por qué tengo que envolver comunicaciones sencillas en un montón de algodón. Hasta me parece que se pierde el sentido de las cosas. Pero… el chiste de hablar es darse a entender y si eso no se logra de nada sirve ser “limpia” en el lenguaje.

Creo que, más que aferrarnos a una forma de ser, vale la pena aprender a leer el momento que vivimos y adaptarnos a ello. Lo formal, lo externo, es sólo una estructura que sirve para entregar lo que tenemos dentro. No deben ser incompatibles y deben ser eficientes. O puede simplemente no importarnos, pero todo tiene consecuencias. Y ésas uno se las aguanta sin pedirles que sean más suaves.

La cercanía lejana

Uno siempre tiene amigos tan cercanos a los que no mira seguido, pero que uno quiere igual, no importa el tiempo que pase. Me sucede mucho, porque siento que las emociones no llevan reloj. Es alegre volver a verlos, saber qué han hecho y retomar donde lo dejamos.

También hay gente que hace que el tiempo se encoja, que los años pasen como agua y que parecen nunca envejecer. La vida se estira y encoge y jamás es una línea recta.

Mis hijos se alejan a pasos acelerados y sé que les toca adelantarse. Ojalá lleguen muy lejos. Y que, cuando nos juntemos, reunamos nuestras vidas.

Las cosas buenas que no sirven

Debe haber un diseñador perverso que nos hace tener preferencia por las cosas ricas que no son buenas. En su sano juicio, y sin consideraciones de salud, nadie escogería un pedazo de repollo cocido sobre uno de chocolate. Solo no. Pero, en la mayor parte de circunstancias, es mejor el repollo. Bien hecho hasta rico es. Claro que depende ya de uno cómo se lo come.

Ese es el problema de algunas de las mejores intenciones… pueden ser excelentes, pero fallar la marca. Aún si no es por mucho, si no se da en el blanco, no se da y todo el esfuerzo es en vano. Tan complicado que se vuelve en las relaciones sociales, porque sólo damos lo que tenemos dentro y sólo recibimos como podemos interpretarlo de forma completamente subjetiva. Más que un traductor de idiomas, a veces necesitamos un traductor de emociones.

A falta de subtítulos para entender a los demás, tenemos que preguntar y ser abiertos. También hay que aceptar que todos cambiamos y que no siempre va a funcionar lo mismo. No hacer suposiciones es una de las mejores formas de querer. Y se vale fallar de vez en cuando, siempre que eso sirva para mejorar la puntería.

En mi epitafio que diga

Los humanos somos tan ilusos, que hasta planeamos nuestros funerales. Como si importara qué le pasa al cuerpo que dejamos atrás. No es que cuando lo usamos no importe, claro que sí. Es más, nuestra única comunicación con el mundo es a través de nuestros sentidos, de la experiencia incorporada, del cuerpo. Todo lo demás es sólo la interpretación de nuestro cerebro. Pero… Como todo lo llevamos al extremo, decidimos que también importa qué pasa cuando ya no estamos en este plano y les decimos a los que quedan qué hacer.

Claro que tengo fantasías funerarias extravagantes. La mejor es la que involucra buitres y una plataforma en el Tíbet, llamado un «funeral del cielo». Pero no se me ocurre dejar provisiones para que acarreen con mi cadáver a más de medio mundo de distancia para que me coman pájaros extranjeros. A lo más que llegaría es a que me organicen un funeral vikingo en el Lago de Amatitlán… Si no hubiera riesgo de incendiarlo todo, claro está.

A los que dejamos atrás les deberíamos dejar la libertad de hacer con nosotros y nuestros recuerdos lo que necesiten para ser libres y felices. El control más allá de la tumba es para sádicos egocéntricos que creen que la gente no puede vivir sin ellos. Yo realmente sólo quiero dejar en mi gente la sensación de haber sido amados por mí y que se rían de las cosas que hicimos juntos. Que no quede nada por resolver. Y que escriban en mi epitafio: … lo que quieran.

El sol en donde estás

¿Salió el sol allá?

hoy ha llovido todo el día

mándame tu clima

tengo frío

y ganas de bajarme de esta rueda

que no se detiene

tal vez tu sol le sirva de cuña

o de puente a otro día

en que no se respire tanta agua.

Si me mandas tu sol

prometo devolvértelo

cuando el cielo se te desborde

y tengas riesgo de enmohecer.

Una calle de dos vías

Mi mamá siempre decía que el cariño es una calle de dos vías. Uno da, uno recibe. Pero esa imagen no está completa. Sí, es de dos vías, con espacio para sólo un carro. Hay una danza en cualquier relación, que permite moverse con gracia, avanzando y retrocediendo al ritmo de la música que suena. Si los dos quieren ir en la misma dirección, suceden accidentes.

Cuando uno entiende que hay ritmos para todo, deja de tener tanta ansiedad. Aprende a esperar, a dar con abandono sin depender de la respuesta. A dar espacio. Claro que debe haber correspondencia, pero no será necesariamente inmediata. Y está bien.

A mí me encanta bailar. Pero me cuesta dejarme llevar y eso hace complicado el ritmo. Pero estoy aprendiendo.

Nada qué hacer

Yo nací con poca habilidad deportiva. Lo de la coordinación ojo/pelota no se me da. Tampoco me fascinan los deportes que impliquen lanzar/batear/patear un objeto que vuela a una velocidad respetable en mi dirección. Menos atraparla. ¿Qué nos pasa? Eso de ponerme en medio de la trayectoria de un proyectil no me parece divertido en lo absoluto. ¿Qué antepasado vio venir una piedra y decidió que, para pasárselo bien, en vez de evitarla la iba a ir a buscar? No. No gracias.

Tal vez opinaría distinto si fuera un prodigio deportivo. Pero no lo soy. Hago ejercicio y me esfuerzo en el karate. Nunca voy a ser buena, pero progreso y es lo que hay. No hay mejor fórmula para enfocar nuestros esfuerzos que esa pequeña aceptación: es lo que hay. Tener claridad de nuestras circunstancias y partir desde allí nos da el marco de referencia de nuestra realidad. Nadie es feliz sin aceptar lo que tiene. Que no quiere decir que no se pueda mejorar, pero sí que hay cosas que simplemente no se pueden cambiar, por muchos deseos que uno pida a la orilla del pozo. No hay moneda que valga.

Hoy tuve un momento incontrolable de rabia contra algo que simplemente no puedo cambiar. Es frustrante. Duele. Pero, es lo que hay. Así que sorbí las lágrimas que me llenaron el dique de los ojos, y seguí haciendo el súper. Porque esto no lo puedo borrar, pero claro que podemos seguir adelante.

Apurarse a llegar

Hay una constante en mi vida: siempre tengo prisa. Mi mamá me decía que era igual al conejo de Alicia. Pareciera que todo se me junta. O que vivo en algo que no existe todavía.

Malas costumbres las nuestras de enfocarnos en lo que viene después. Pero… tampoco podemos ser irresponsables y no prever para el futuro. Terminamos como siempre, en una situación imposible. O estamos totalmente presentes y no comemos mañana, o vivimos para lo que viene después y jamás disfrutamos el ahora.

Yo hago todo mi esfuerzo por cabalgar esa ola, pero aún no soy demasiado coordinada. Al menos ya no siento que voy tarde a todo. Sólo a algunas cosas.

El menos malo de los males

Escoger entre una cosa buena y una mala siempre es fácil. Escoger entre dos cosas buenas no tanto, pero no importa mucho. Pero cuando ambas opciones son malas, quedarse con la menos dañina cuesta. Porque uno simplemente nunca sabe cuáles van a ser todas las consecuencias a futuro.

Quiero pensar que uno tiene la oportunidad de ir enmendando los errores en el camino, podar las ramas que se tuercen. Pero eso sólo se logra aceptando que uno nunca es perfecto para escoger, estando alerta a lo que va arruinándose y siendo flexible. Todo eso me cuesta miles, sobre todo la flexibilidad. Me gusta seguir el camino que me tracé y la vida me ha ayudado botándome puentes y deshaciéndome calles. Las cosas jamás resultan justo como uno las imagina.

Hay excesos mejores que otros, errores que no son tan malos, decisiones catastróficas que pueden recogerse. Tal vez uno lo único que necesita es saber que uno siempre va a cometer errores y que el verdadero éxito es identificarlos y corregirlos. Todo lo demás ya pasó.