Las piedras en el zapato

Mis hijos son maravillosos. Sacan buenas notas, comen de todo, son empáticos, me hacen caso. Pero hacen cosas pequeñas que me molestan. Como la pequeña piedra en un zapato totalmente cómodo que hace casi imposible caminar. Como comer mal. Me pudre.

Es tonto. O no. Las cosas pequeñas abren grietas, basta ver el daño de una gota de agua. Tal vez es porque no les damos importancia y las dejamos pasar aunque nos vayan haciendo daño de a poquito hasta que estallamos.

A veces no aprendemos a cerrar los círculos emocionales para estar bien. O algo nos molesta y lo arreglamos o de verdad no tiene importancia y lo dejamos ir. En vez de eso, no hacemos ninguna de las dos cosas y continuamos tomándonos la píldora que nos hace un poco de daño. Es como aceptar el café como no nos gusta todos los días. A cualquiera pone de mal humor. Y no es ser uno conflictivo, al contrario, es aprender a manejar esas pequeñas molestias. Nadie quiere andar con una astilla en el dedo el resto de la vida, eso se infecta.

Seguiré atormentando a mis hijos para que coman bien, sean corteses y se laven las manos. Agradezco no tener que pelear con ellos por otras cosas.

Cambios de temperatura

Siempre he dicho que yo detesto bañarme en agua fría. Que prefiero arrugarme a dejar de usar agua caliente. Pero… los cambios bruscos de temperatura ayudan al sistema a adaptarse mejor al clima, reafirman la piel y sirven para apurarse uno en la ducha.

Los cambios son inevitables y siempre son incómodos, sobre todo cuando no los provocamos nosotros. Decir que uno está totalmente preparado para ellos, es mentir. Si uno realmente estuviera preparado, no servirían para sacudirlo a uno. Las consecuencias no siempre se pueden prever. Ni siquiera podemos medir bien cómo vamos a reaccionar emocionalmente. Pero sí podemos mejorar nuestro tiempo de adaptación. Aceptando lo inevitable y no resistiéndonos con uñas y dientes a pasar las puertas que se nos abren. Porque a veces las circunstancias nos dan un empujón tan grande, que caemos de bruces en la nueva etapa. Es duro. Es feo. Cuesta. Y no podemos hacer nada más que hacerle ganas.

Tal vez la clave es poder recuperar la propia temperatura independientemente de lo externo. Como ahorita que hace calor y yo no me siento sofocada. Todo sea por ese sufrimiento de la mañana que ya hasta me está gustando. Al final, a todo se acostumbra uno.

Escribo para que me lean

Hace poco tomé un taller de escritura creativa. Excelente. El profesor es de esas personas que generosamente comparten su conocimiento porque sí quieren que sus alumnos sean mejores, aún que ellos. Es refrescante eso. Llegamos a dos conclusiones (al menos yo a dos llegué): 1. el objetivo de escribir es hacer que las historias viejas sean nuevas; 2. uno escribe para que lo lean.

Cualquier proceso en el que se saquen las ideas interiores hacia el exterior conlleva un compartirse con el mundo. El arte es una conversación entre dos personas a través de un medio que sirve de puente temporal y espacial. Yo puedo hablar con Miguel Ángel cuando lloro frente al David. Me puedo emocionar con Dumas cuando leo las aventuras de D´Artagnan. Agradezco la sensibilidad a Rembrandt cuando contemplo el retrato de un viejo. De eso se trata para mí el arte: el acercamiento entre dos personas.

Necesario un receptor para esa conversación. Al menos uno. Y, aunque el trabajo de un escritor sea aparentemente solitario, siempre se tiene a un lector ideal en mente: usted que me lee. Aunque no esté de acuerdo siempre, aunque no le guste cómo lo hago, aunque sólo sea uno.

Por eso es tan vital para mí publicar (hacer público) todo este que vengo haciendo desde hace más de tres años. Porque tengo una conversación sin fin hacia el aire que se recoge con cada persona que me lee.

Quiero

Quiero un árbol de naranjas

en una maceta para poner en mi terraza

y ver el sol colgando de sus ramas.

Tu sombra mezclada con la mía,

compartiendo aire cálido y perfumado.

Tus ojos midiendo el espacio de mi piel

en donde quieres dejar una marca.

Las naranjas en maceta.

El universo suspendido

y el tiempo jugando a darnos más tiempo para estar juntos.

Quiero el color de tu piel en mi cama,

el cielo oscuro tiñendo mi mano

que se enreda en tu pecho.

El planeta de tu existencia inmóvil

y mi sol dándole vueltas.

Quiero el océano de tu boca

para que naveguen mis labios.

Sentir tu puerto y ser tu barco.

Atracar o encallar,

da lo mismo seguir o hundirnos.

Igual siempre nos perdemos.

Quiero un elefante.

Pequeño, imposiblemente pequeño.

Quiero todo.

Quiero un árbol de naranjas.

Es mi cumpleaños

Y la vida se me viene encima peor que cuando cumplí los 40. Sólo han pasado dos años de eso, pero como que hubiera sido un universo. No había tenido un cambio tan grande. Nunca.

Aún no sé si sea para mejorar. Ahorita no lo siento así. Sólo me siento… inadecuada. Supongo que será cuestión de hacer que las nuevas piezas que reemplazan a las viejas, funcionen sin demasiado esfuerzo y la existencia ya no me sea tan trabajosa.

Como sea, quisiera que mis días se acoplaran como versos en un poema largo, enredado, pero coherente. Por eso este año de regalo voy a pedir que me pasen sus poemas favoritos.

HBTM

La necesidad de hablar del clima

Preguntarles a los niños cómo les fue en el colegio es como sacar una maestría en interpretación de muecas y sonidos de efectos especiales. Desde siempre les he pedido que usen palabras, no otra cosa para hablarme, pero seguimos levantando cejas, haciendo ademanes y concursando para arreglistas de sonido. Tengo una buena idea de qué les pasa casi siempre, si por algo los conozco desde antes de nacer. Pero no quiero jugar a las adivinanzas y ellos tienen algo ganado con aprender a expresarse de forma clara.

A veces pareciera que uno no debería tener necesidad de decir las cosas porque son tan obvias como el clima. Está nublado, hace calor, llueve, estoy como la chingada. Pero no. Resulta que sí se debe decir lo que uno supone que ya todo el mundo sabe. Porque no siempre es obvio, porque los adultos hemos aprendido a no ponernos las emociones en la cara y porque, aunque nos duela, no somos el centro del universo como para que los demás estén tan pendientes de uno. A los únicos que nos importa lo que tenemos adentro si no lo compartimos es a nosotros mismos. Hay que sacarlo.

Las cosas no son tan evidentes como el sol en el cielo. Y hasta para eso hay opiniones distintas. ¡Qué calor! No hace tanto…

 

Ser sensible como castigo

De pequeña lloraba por todo. Era lo que mi mamá, que tenía un chorro constante en los ojos, amablemente llamaba un chaye. Todo me molestaba, todo me hería. Era horrible. Decidí que ya no quería ser así y desde hace mucho, las veces que lloro con lágrimas rodándome son contadas. A lo más que llego es a que se me inunden los ojos como caricatura japonesa.

Luego hubo una catástrofe emocional hace dos años y se me rompieron los diques. Lloraba por todo. Oootra vez. Es muy feo visibilizar la vulnerabilidad porque pareciera que la gente sólo está esperando que uno enseñe el punto débil para meter más fácil la daga en la llaga.

Pero resulta que ser sensible es bueno. Lejos de la debilidad que creemos, sentir profundamente ayuda a acercarse a los sentimientos de los demás y a navegar con mejor inteligencia emocional por la vida. Lo jodido es encontrar ese balance entre sentir y no sentir demasiado. La capa de protección no debe ahogar la sensibilidad, sino dirigirla hacia afuera. Es un poco aprender a que uno no es el centro del universo, que la gente poco se fija en uno como regla general, que no es importante quedar bien con todo el mundo y que nada es personal si uno no se lo quiere tomar así.

Suena tan fácil, pero me cuesta entender que no es un castigo y que puedo llorar de vez en cuando.

Celebrar como Tiberio

En época del Imperio Romano, el emperador Tiberio celebraba sus cumpleaños con bacanales de 100 días, en una isla alejada de la ciudad. Usaba un tercio de un año calendario para la fiesta… Seguro se necesita un tercio para la planificación y el último para descansar.

A mí me da algo de pensar hacer una reunión para el mío. Y no es que no me guste invitar gente a mi casa, al contrario. Cocinar, comer, compartir con amigos es lindo y soy feliz haciéndolo. Pero no para mi cumpleaños. Eso lo hacía mi mamá. No estando ella, no tengo quién me haga mi pastel. Todo un drama.

Lo que sí se puede tomar del espíritu de las fiestas tiberianas es celebrar la vida misma. Y hacerlo de tal forma que no haya duda que vale la pena que uno esté vivo. Aunque no sea todo como uno lo quiere, siempre hay forma de encontrarle el gusto a donde se está. Al final del día, todo es temporal, pasa lo bueno y lo malo, hasta una fiesta de cien día tiene uno último.

Todo bien. Estar consciente del paso del tiempo, no sólo por los cambios que se miran en la piel, sino también por los que uno hace en su vida. Tal vez así no molesta el cambio de numerito en la edad.

Se me juntan los miércoles

Los niños se quedan tarde en el colegio y tengo más tiempo que lo normal. Es genial cuando quiero escribir y siempre quiero escribir, pero las semanas terminan demasiado rápido y me quedo sin planes para estos días largos. Es raro y feo y bonito tener tanto tiempo para mí.

Quisiera asegurar que siempre hago algo productivo, pero no es cierto. Lo que hago es pasar sin hablar todo el día. Es demasiado rico. Me recuerda que podría estar así mucho tiempo. No sé si sea bueno o malo.

El paso del tiempo es plástico. Se nos alargan las llegadas de los días que esperamos y se ponen en cámara rápida los momentos que disfrutamos. Y es porque  tenemos menos tiempo para fijarnos en todo lo que no está. Tal vez por eso hacen retiros de silencio, para que el vacío haga transcurrir el tiempo como miel y se queden atrapadas todas las ideas que nos rondan o nos molestan.

Como me pasa los miércoles. Analizar la vida sin interrupciones es un ejercicio que cuesta, pero sirve. Aunque algunas veces me deje tentar por la gana de ver tele, siempre termino escribiendo y eso es verme por dentro.

Pero sólo los miércoles. Y ya viene el bus.