Hablar muladas

En casa somos tres extrovertidos contra un introvertido. Que hace necesario que la mayoría nos midamos para que el solitario tenga ocasión de hablar. Y conste que extro/intro no tienen tanto qué ver con ser callados o tímidos como con preferencias de procesamiento de información. Unos piensan para hablar y otros hablan para pensar. Cada esquema tiene lo suyo y no se trata tanto de verle lo malo como de potenciar lo bueno.

En casa trato de enseñar que uno no debe vomitar las palabras, sino que deben pasar por un mínimo filtro de prueba. Y también trato de alentar a una conversación más suelta, porque no todo tiene que estar tallado en piedra. Por eso, la mayoría de nuestras conversaciones en la mesa consisten en hablar muladas. Que si la música, las series, las películas. A veces los libros, los cuadros.

Por allí, entre lo trivial, se asoma lo profundo. Aprendo qué opinan del mundo, qué color de lentes tienen puestos y cómo reaccionan ante estímulos. Las tonteras son la primera capa de un pastel complejo, pero hay que pasarlas también. Cae bien tener conversaciones amenas y tontas. Reírse. Y establecer caminos anchos que acepten la comunicación que necesiten.

Verlo de nuevo

Tener hijos es una oportunidad de ver el mundo otra vez, por primera vez. Puede ser el mejor regalo que me han dado los niños. Cada experiencia que me comparten, me permite estrenar ojos. Que es el principio de todo aprendizaje: tener mente de principiante. Ayuda para entender que uno no tiene la clave absoluta de la verdad. Eso es refrescante.

Aún ahora, con hijos más grandes, me toca repetir. Con cosas como volver a ver episodios de una serie que quieren ver conmigo. Y está perfecto. Porque me hablan de las cosas que les interesan y compartimos experiencias. Otra forma de unirnos.

Uno de papá tiene la tarea de enseñarles el mundo a sus hijos. Y, a cambio, uno lo recibe nuevo, de nuevo. El mejor trato que he hecho en mi vida.

Dame un día aburrido

Si llueve, mejor, así no salimos

vemos tele, series casi buenas

nos quedamos en la cama

buscando qué comer

un día en el que no pase nada

donde el tiempo se agote en granos sueltos

y tu cuerpo no se separe del mío

quiero un día sin eventos

uno de esos que se guardan

en la caja de lo común

porque de esos días

se construye la vida

y, contigo, ninguno es aburrido.

Felices no-95

Siempre fue muy fácil recordar tu fecha de cumpleaños: el mismo número que la mía. En estos 16 años, siempre se me pasa por alto el día que moriste, pero no tu cumpleaños. Hago cuentas para ver qué edad tendrías y, perdón, pero ya desde hace diez años pienso que igual ya te hubieras muerto. Pues, siempre dijiste que no querías llegar a los 80 y lo cumpliste.

Últimamente te he pensado mucho, sentido cerca. Me han dicho que me cuidas, cosa que no me era muy presente cuando estabas vivo pero que ahora no me sorprende. Te miro en algunas de las líneas de la cara de tu nieto. Digo tus refranes. Tengo tu disciplina. Imprimiste en mí lo mejor de ti, que era muy bueno. Ahora hasta uso tu reloj, me pesa en la muñeca como una mano sosteniendo la mía y me encuentro hablándote.

Los hijos siempre estamos vedados de conocer a nuestros papás como personas. Es la naturaleza de la relación. En compensación, guardamos los recuerdos de los momentos íntimos, suaves, que no tiene nadie más. Gracias por el helado, la coca-cola y la sopa compartidos. Por las siestas. Por los títeres. Por enseñarme a bailar vals y hacerlo mejor que nadie. Por darme una primera infancia llena de amor. Tanto, que sigue compensando por todo lo que vino después. Si yo tengo un sentido del deber y de la lealtad que me guía como faro en cualquier tormenta, es porque tú encendiste la luz. Quién sabe, tal vez hasta la cuidas todavía.

Espero que comas mucho pastel y helado, que te encantaba aunque no te gustaba admitirlo. Quiero darte un buen beso y uno de esos abrazos contra tu pecho ancho y fuerte en el que siempre me sentí pequeña.

¡Feliz cumpleaños Papi!

Vamos a tener un perro

Tengo dos gatos. Me encantan los gatos. No me gustan los perros. Y, aún así, se me está acabando el tiempo de vivir en una casa chucho-free. A pesar que me mordió un perro y me deshizo la cara cuando yo tenía seis años, mi disgusto no viene de eso. Viene de que me son desagradables, demasiado pedigüeños, muy dependientes y absolutamente apestosos.

Pero… puede ser una buena adición a la casa. Hasta nombre le encontramos con la niña. Y, si es como el perro maravilla que tuvo mi mamá, puede que hasta me caiga bien.

Siempre vale la pena abrirse a algo nuevo. Aún que bote pelos, babee y huela mal. Tal vez hasta me llegue a gustar.

Un tiempo de reacción

Todos tenemos varios modos de proceder, dependiendo de cómo nos sintamos. El problema es que no somos muy buenos para predecir cómo vamos a reaccionar en un estado de ánimo particular. Ni cómo nos vamos a sentir de la reacción después. El que está enojado no se da cuenta qué tan enojado está hasta después de decir todas esas cosas por las que luego tiene que pedir perdón.

Pero así como uno hace planas, practica escalas, repite movimientos y estudia, de igual forma uno puede ejercitar la forma en la que uno quiere reaccionar en un momento dado.

A mí me sirve tomar distancia. ¿Quiero comprar algo? Espero un par de días a ver si todavía me vale la pena. ¿Quiero decir algo hiriente? Mh… eso me cuesta más, pero he aprendido a pedir que me dejen sola un rato. Ya si no me hacen caso, no es mi culpa.

Dueños del tiempo

Hay un momento en la existencia cuando uno sabe perfectamente bien que el tiempo no le pertenece. Para mí, es ocasiones como ésta: he pasado tres horas de mi domingo viendo un partido de foot del niño.

Compartimos nuestra vida con las personas que nos importan y metemos el cauce de nuestros días en recipientes comunes. No siempre logramos apreciarlo y siempre hay que reservarse aunque sea una pequeña parte para uno mismo. El problema es cuando uno usa ese tiempo en cosas que no son importantes y se va para siempre. Eso no se recupera.

Nadie es dueño del tiempo. Sólo lo dirige hacia un lugar o el otro. Y lo mezcla con el de las personas que quiere. Esta mañana se me fue en una banca incómoda. Y fue genial.

No tengo pelis favoritas

Me gusta lo que me gusta. Y siempre busco algo nuevo qué apreciar. Supongo que por eso siempre escucho música distinta. O veo series nuevas. O leo libros de autores que no conozco. Me cuesta decir cuál es mi película favorita, porque tengo buenos recuerdos de muchas. Y aunque hay algunas a las que regreso, siempre me gusta más la última que me gustó.

Tengo la firme convicción que uno no debe quedarse estancado en lo que le resonó hace años. Y eso es la belleza de apreciar los cambios de las personas con las que compartimos el recorrido. Porque nos permite interesarnos por cosas nuevas en la misma persona.

Regresar y pensar que lo anterior es mejor, es engañarse. Es prenderle una candela a la nostalgia y nada más equivocado que creer que un recuerdo es real. Me emociona pensar que no tengo una película favorita. Y que la siguiente que me guste, va a ser la mejor. Hasta la próxima.

Amigos que saben

Tengo amigos que son buenos, excelentes en lo que hacen. Me siento afortunada. Porque no sólo son buenos, sino también generosos. Quieren elevar a las personas a su alrededor.

Es importante uno ser excelente en lo que hace. Y rodearse de personas que nos complementen. Porque es imposible saberlo todo. Ni siquiera debería ser nuestro propósito. Pero sí encontrar quién lo pueda ayudar a uno. Y reconocer esa excelencia en los demás.

Pedir ayuda no es señal de inutilidad, lo es de una demostración de querer ser mejor, ir más allá de lo que uno puede hacer solo. Y después uno tiene la obligación de corresponder. Espero poder hacerlo.