No hay momento perfecto

Siempre se puede estar mejor. Más bonita. Más delgada. Mejor vestida. Debí haberme maquillado, tal vez. El pelo estaba fatal. No debí haber hablado tanto. Tan poco. Llovió. Había mucho sol. Tuve frío.

Y así, ningún momento es perfecto si insistimos en compararlo con lo que no existe. Porque, en realidad, cada pedazo de vida que respiramos es todo lo que puede ser. No le cabe más.

Quiero aprender a necesitar exactamente lo que tengo. Y, tal vez, salir un poco más arreglada.

No hay tribu

En tiempos en que no existían los espejos, nos mirábamos en el rostro de los demás. El sentido de pertenencia era mucho mayor y por lo mismo cualquier defecto segregaba a la pobre persona afectada. También eso hacía que la expulsión del grupo fuera hasta despersonalizadora: ya no se tenía alguien en quién reflejarse.

¿Qué nos están haciendo las mascarillas? ¿Nos estaremos deshumanizando? Seguro nos bajan dos grados o más de empatía. No se puede uno proyectar en la situación del otro si no tiene ni idea de cómo se ve.

La humanidad va a tener que decidir si usar algo que cubra nuestros rostros nos acerca por el hecho de hacernos ver más parecidos, o nos aleja porque no podemos identificarnos. De mi experiencia en los últimos días, lamentablemente he visto más lo segundo.

Estás

Niña de mi vida. Casi te pierdo. ¿Qué haría sin ti? No te vayas, por favor. Eres la felicidad de mi vida. La alegría de mi corazón.

Gracias por quedarte. Estos dos años han sido duros, tienes una madre difícil. Pero estoy aprendiendo.

Te amo, mi Princesa. Gracias por quedarte.

Mi lista de deseos

Quiero un jardín japonés

bambú alrededor y peces en medio

los puentes y cataratas, portales suaves

quiero flores colgantes

a donde lleguen colibríes

colores encendidos, olor a lavanda

quiero una silla bajo la sombra

cerca de donde sopla el viento

protegida de la lluvia

quiero que esté a una puerta de distancia

el lugar en donde te encuentre

hasta cuando no estés.

Los lugares poco comunes

Se habla mucho de no usar “lugares comunes” para crear arte. Como si fuera un pecado capital usar la experiencia colectiva de la humanidad para evocar emociones. Tal vez lo que no debe hacerse es usar atajos haraganes. Comparar bocas con vino, ojos con estrellas, cabellos con mares, es más viejo que la escritura y sólo una niña adolescente que no ha leído ni las instrucciones del shampoo puede sorprenderse.

Por otra parte, encontrar metáforas que nunca se hayan utilizado es prácticamente imposible. O uno se corre el riesgo de hacer algo tan original que nadie lo entienda. Pocas formas de comunicación tan exigentes como el arte y, aún así, seguimos haciéndolo. Tal vez la Historia simplemente se escribe varias veces en cada ser humano que la vive.

A mí me gustan los lugares conocidos, porque siempre encuentro un punto de vista distinto: el mío.

La vida se parece más a una montaña rusa de lo que uno cree

Y no lo digo por las vueltas, bajadas súbitas, subidas trabajosas y el sentimiento general de aceleración. Si no a las colas para entrar, las múltiples paradas, el avance lento pero encaminado que se hace mucho antes de subirse al carrito.

No nos pasamos, menos mal, toda la vida queriendo vomitar y con la adrenalina hasta el tope. Los minutos que hacen el bulto de nuestro tiempo son, más bien, una sucesión ordenada de tics que nos marcan el ritmo de los días. Los seguimos, como se siguen las reglas en un parque de diversiones. A veces hay más emociones juntas y a veces estamos demasiado cansados para darnos cuenta de lo que hay a nuestro alrededor.

Tal vez en lo que definitivamente no se parece la vida a las montañas rusas es que siempre sabes en dónde terminas. Y tampoco puedes estar seguro que la emoción que sigues te vaya a gustar. Pero… la alternativa es hacer cola para siempre y eso suena un desperdicio muy grande del precio de la entrada.

Te preparas y no pasa nada

Puedo competir y ganar en las olimpiadas de preocuparme antes de tiempo. Puede ser deformación profesional que me hace considerar todo lo malo que pueda pasar y tratar de crear contingencias. Pero… lo primero que uno debe aprender es que no existen los contratos perfectos. Nadie puede imaginarse todo lo que va a suceder.

Así que también trato de planificar para lo imprevisible. Y eso sólo es no atormentarme por lo que no ha pasado aún. Que es mucho más fácil decirlo que hacerlo.

Tengo un tatuaje en el dedo que resume la filosofía de la entrega: todo lo que está sucediendo ahorita no estuvo contemplado. Y, viendo a mi alrededor, no ha estado tan mal.

No saber dónde buscar

El niño perdió algo. Trato de ayudarlo a buscar y a cada “¿ya viste en x lugar?”, me responde que allí no puede estar… ¿Cómo sabe que no? Si el problema es que no encuentra algo, por definición no sabe ni dónde está, ni dónde no está.

Es tan difícil ver lo que está en nuestro punto ciego, porque ni siquiera sabemos que lo tenemos. Como tampoco sabemos qué no sabemos. El universo de nuestra ignorancia es infinito. Qué bueno porque siempre podemos salirnos de nuestra pequeña isla conocida y explorar. Pero eso requiere que veamos hacia el horizonte. Da miedo contemplar un océano por el que no hemos navegado. Pero allí, las posibilidades son inmensas. Si sólo nos quedamos viendo lo que ya hemos visto, ¿de verdad estamos viviendo?

No sé si vayamos a encontrar lo que perdió el niño. Le servirá para ser más ordenado, espero. Y a buscar en todas partes.

Una moneda

Le doy vueltas a la moneda que sostengo en la mano

Misma rueda, distintos lados.

Te miro en uno, la cara hacia mí,

en la parte escondida estoy yo.

Compartimos el círculo,

sin vernos.