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Alguna vez vivimos en siempre

y también eso se acabó

como todo

hacia adelante no queda nada

sólo volver a empezar

encontrar el infinito en cada principio

y el siempre en cada final.

Esperar

Las salas de espera, en cualquier circunstancia, son lo más cercano de estar en animación suspendida. La expectativa es mala compañera, siempre, aunque esperemos que vengan cosas buenas. Esa insatisfacción con el momento presente es la raíz de mucho de nuestro dolor.

Todo eso me suena muy bien, pero me pasa que me encanta planificar, imaginarme escenarios, crear posibilidades. Que no siempre se cumplen. Antes esa diferencia sí me hacía sufrir. Ahora no, o no tanto. Supongo que es más fácil aceptar un cambio de circunstancias cuando son impersonales que una reacción negativa de parte de un ser querido.

Esperar puede servir de puente y, como toda transición, aunque parezca aburrida, es ilustrativa. Allí nos reunimos con nuestras capacidades y nos preparamos para lo que venga, sepamos o no qué es. Y a veces, es lo que toca.

Ciclos

La vida entera es de ciclos que se repiten. Debería ser nuestra meta no repetirlos. Salirnos del círculo inmediato y pasar al siguiente. Lo que pasa es que se nos olvida que pasamos por el mismo lugar en un juego cósmico de amnesia absurda en la que creemos que si lo volvemos a intentar, tal vez funciona. Claro que hay que insistir, pero con tácticas diferentes.

Por otro lado, el hecho que nuestros propios cuerpos tengan ritmos que van y vienen, nos centra. Es más un péndulo que avanza, aunque nos lleve a extremos periódicos. Las mujeres tenemos evidencia aún más concreta de esto.

Me gusta la idea de avanzar. Detesto estar estancada. No me gusta que me repitan dos veces la misma lección. Y, aún así, la he tenido que volver a aprender muchas veces.