No hay silencio

En esta casa no hay silencio

se fue detrás de mi madre

o lo ahuyento con música

y mis hijos lo corretean

hasta el perro lo saca

a veces regresa sin ruido

se me pega en la siesta

es un gato callado

no está mucho tiempo

ni cuando dormimos

tal vez lo vaya a buscar

cuando yo también me vaya.

Cero expectativas

Cada vez que algo me duele emocionalmente es porque yo le puse muchas expectativas que no se cumplieron. No siempre es eso mi culpa. Uno tiene cierto derecho de esperar algo de la gente con la que uno se relaciona, sobre todo si hay reglas claras puestas desde un principio. Pero las personas no siempre cumplen y allí se va todo al caño.

En el budismo (lo poco que entiendo), resumen el dolor/sufrimiento en la vida como la consecuencia de aferrarse a lo placentero y rechazar lo malo. Dentro de eso podría estar hacerse ilusiones. Y comprendo, sobre todo después de tener que consentirme el trancazo, que no sufrir debe ser muy placentero. Pero creo que en esta vida no está en mi naturaleza no hacer planes con la esperanza que se cumplan.

Tal vez lo que sí he aprendido es a no transferirle a la otra persona mi decepción, en los casos en que no hay malicia en la falta. Así, puedo gozarme los planes, la energía invertida, los escenarios imaginarios y, si no se cumplen, dejarlos ir. Porque soñar no cuesta nada.

Cómo pasar por la tormenta sin mojarse

Hay dos formas de llegar de un punto al otro bajo la lluvia sin paraguas: corriendo o caminando. Yo prefiero la segunda. Igual ya me mojé, el pelo no me puede quedar m´as despeinado y tengo el riesgo muy alto de caerme, lo cual haría aún peores las cosas. Las circunstancias no cambian, sólo cómo las enfrento.

En la vida nos llega la tormenta tarde o temprano. Y no sólo una, todas. No hay una persona que se salve de sufrir (pues, el Buda lo hizo, pero hasta después de aprender y eso lleva demasiadas vueltas). La forma en la que salimos de cada una, todos hechos pedazos, en harapos, mojados y ateridos, tampoco varía mucho. Sólo cambia cómo continuamos.

Creo que no hay forma de pasar por la tormenta sin mojarse. Pero sí la hay de pasarla sin amargarse. A veces está bien hacerse pedazos para construir algo nuevo. El cambio ya lo tenemos siempre.

Traiga

Me siento a tirarle cosas al chucho para que me las regrese. No siempre me trae lo que le tiré. Por algo mi jardín vuelve a estar lleno de juguetes. Estoy aprendiendo a tener perro. Hay un nivel de conexión distinta con un animal que puede mover las cejas. Yo sé que me entiende. Los gatos también, pero es tanta su falta de expresión que a veces cree uno que no.

Tener en la casa a un ser vivo que no es humano a mí me hace sentirme más comprometida con su bienestar. Sobre todo porque no hay mayor responsabilidad que velar por los que pueden menos que uno. Y me sirve para enseñarles a los niños a respetar. Tal vez esa es la clave.

Este chucho me está enseñando a convivir mejor con los humanos de la casa. Aunque me sienta aún más responsable.

El momento tranquilo

Hay un pequeño espacio en mi vida en que le permito a mi mente dejar de dar vueltas. Cuando medito, cuando hago karate, cuando nado, cuando hago yoga. Es un momento de poner atención. Y también es un momento de apreciar. Mi cuerpo logra hacer cosas maravillosas como respirar y hasta eso se le pasa a uno por alto agradecerlo.

Si tuviéramos que hacer de forma consciente todo lo que hace nuestro cuerpo en automático, como latir, no podríamos hacer nada más. La maquinaria que ignoramos generalmente nos permite avanzar sobre rieles hacia adelante y ponerle atención a cosas más “importantes”. Parar y fijarse es esencial. Porque ayuda a quererse a uno mismo.

Hoy pude hacer algo en yoga que no había logrado antes: darme gracias por poder estar. A veces eso es suficiente.

El límite

El dolor te avisa dónde está el límite,

te dice sí, sí estás sangrando,

que no camines más

que te escondas.

El dolor te muestra que tienes piel

y que está lastimada

te explica el peso de las palabras

cuando te caen encima y te hieren.

El dolor te ayuda a no perder cosas

a no tener cosas,

a no querer nada.

El dolor te enseña

a conocer el límite del deseo.

Estarme quieta

Tengo una pequeña escoliosis que he mantenido a raya los últimos años a fuerza de bajar de peso y hacer ejercicio. Y meditar. Y nada. Y tratar de no estresarme (tanto). Pero hoy me recordó con una buena sacudida que está allí, que no se ha ido y que no soy inquebrantable. Porque sí me partió. Un mal movimiento y casi me quedo tirada. Ya seguí mi propio protocolo con inyección y todo y no puedo decir que me duela si no me muevo.

Tenemos todos un punto de inflexión, ese lugar donde nos quebramos y al cual no deberíamos tener que llegar para tomarnos un respiro. Pero llegamos y de allí se vienen las crisis y los desastres. Estamos tan acostumbrados a seguir, que se nos olvida que no siempre hay que moverse para avanzar, que el tiempo y la vida transcurren solos y que, a veces, uno puede dejarse llevar por la corriente, un ratito.

Algo así estoy en esta mañana, quieta. Porque ya terminé de lavar y doblar ropa y tengo hecho el almuerzo y los niños no han venido. Espero que eso sea suficiente.

Todo bien

Choqué. Por fijarme en el sem´áforo de enfrente. Y la verdad es que, ya con el carro en el taller, habiendo almorzado al fin, y con la primera tanda de ropa en la lavadora, puedo tomar perspectiva: no me morí. Hubiera sido muy fácil si hubiera sido otro tipo de carro. Es una lata quedarme sin poder moverme fácil, sí. Ando apachurrada porque me siento imbécil, también sí. Pero…

Los accidentes suceden y no hay voluntad involucrada, aunque claro que hayan consecuencias. Son provocados por actos no planificados que se nos vienen encima y a los que simplemente les tenemos que hacer ganas. Hay más cosas no planificadas que nos suceden que al revés y sólo es cuando hay un trancazo que realmente les ponemos atención. El mismo hecho del lugar, familia y circunstancias genéticas con las que nacemos es un accidente y lo que uno hace es enfrentar la vida con lo que tiene.

Hoy me tocó protagonizar una mulada. Qué bendición que no haya habido consecuencias más graves y qué bueno que nadie está lesionado. Aunque cueste, lo material se arregla. Y yo estoy aquí para contarlo.

Tal vez lo mío es estar ocupada

Tengo tanto qué hacer, que una tarea extra es ponerme una pelota adicional en el aire. Al principio con la suma, se me caen todas las demás. Luego ya la adapto a la rotación, hasta la siguiente. Lo malo es que con el paso del tiempo se me hace más cansado, porque allí voy, con menos vista, menos energía y tal vez menos ganas.

¿Cómo habrá sido hace cincuenta años sin las facilidades de ahora? ¿O será que simplemente hacían lo que podían? Así como uno, pero sin tanta presión. No quiero ni pensar en tiempos medievales. Pero seguro tenían un poco de sosiego, que es lo que me hace falta.

Quisiera no tener esa compulsión por llenar cada segundo de mi vida con una tarea. Poder decir que todo está bien, no importando su estado y dejarlo allí un rato. Y escribo eso mientras hago cenas/almuerzos/loncheras y pienso en la lavada de la ropa. ¿El mundo se desboronaría si yo no hiciera lavandería los martes? Tal vez no. Pero seguro no me divertiría tanto como ahora con tanta pelota en el aire. Pásenme otra.

Un grupo de apoyo

Soy hija única, con pocas amistades cuando crecí. Aprendí a tener amigas de hace unos quince años para acá y debo decir que agradezco a mis estrellas el haberlo hecho. Hay lugares seguros y luego están las fortalezas inexpugnables. Así son las buenas amistades con mujeres que ya se quieren a sí mismas. Atrás quedan las pequeñas envidias y la gana de ser mejor que la otra. Lo mejor es poder compartir experiencias y seguir creciendo juntas.

Supongo que antes de ser «civilizados», el grupo de mujeres ayudándose era esencial para la supervivencia, no sólo física, sino emocional de la tribu. Poder confiar que los hijos van a estar bien cuidados, aunque uno no esté allí, que ya hay alguien que pasó por lo mismo, que la experiencia no se pierde entre generaciones, eso debe haber sido reconfortante. Y claro que hay rencillas y dificultades, somos humanas y eso conlleva toda la emocionalidad que va con vivir. Y qué.

Tengo una amiga que es como mi complemento. Y luego tengo grupos de amigas con las que puedo compartir pedazos de mi vida y a quienes les abro los brazos. Soy vulnerable allí y estoy cómoda con eso porque sé que no hay ganas de lastimar, aunque pueda suceder. Eso es de lo mejor que me ha pasado ahora de grande.