Si mi abuela…

Así comienza el dicho y termina con una bicicleta. El asunto es tan absurdo como cualquier suposición que uno hace con «si». O sea, la señora bien pudiera simplemente haberse convertido en una abuela con ruedas, pero lo llevamos al extremo de hacerla bicicleta. No se entiende bien el asunto, pero la idea se entiende perfectamente.

Y es que así somos: inferimos significados tomando el conocimiento colectivo que no está en ninguno de los libros del colegio. Es el código no escrito de la sociedad, que está escondido, irónicamente, en el lenguaje. Necesitamos siempre un contexto cultural e histórico para entender a la persona con la que estamos hablando, hasta con nosotros mismos, pues vamos cambiando en el tiempo. Los padres entendemos perfectamente bien ese fenómeno, cuando usamos adjetivos o expresiones que nuestros hijos no entienden, porque nadie les «ha echado Vicks».

La evolución del lenguaje, además, es orgánico, por mucho que lo quieran empujar a cierta parte. Si la mayoría de las personas que lo utilizan no consienten con las nuevas reglas, se quedarán igual de inútiles que todas esas palabras del diccionario que ya nadie conoce. O tal vez les salgan ruedas.

Todo es relativo

Los adjetivos son completamente relativos. Tenemos en la mente el concepto abstracto de “alto”, por ejemplo, pero esto sólo aplica en comparación a algo más. Para mi hijo mayor, yo era alta hasta hace dos años. Ahora soy pequeña y también tiene razón. Él ha crecido, yo no.

Pero los sustantivos no mutan. Decir que alguien llega al vano de la puerta, es suficiente para indicar su altura y que cada quien saque sus conclusiones. Hasta con la experiencia vivida hay que matizar. Pero… no podemos dejar de redefinir conceptos absolutos. Todos sabemos qué es la “empatía” y cada uno la aplica como la entiende.

Supongo que la mayot parte de desacuerdos en la vida se asientan justo allí: en diferencias de entendimiento. Creemos que hay cosas que deben ser evidentemente de una manera y resulta que no todos lo entienden igual.

Todo es relativo. Hacia afuera. Y todos tenemos una forma absoluta de entender.

Más allá de la piel

Hacia afuera está el viento

la lluvia que aquí siempre cae fría

el calor del sol que sale por las mañanas

lo apretado de unos jeans coquetos

lo flojo de las blusas blancas.

Hacia afuera está la silla dura

el teclado que se mueve con mis dedos

la luz de una pantalla que se llena de palabras.

Hacia afuera está el sonido de voces pequeñas

el olor de un perfume nuevo

el sabor de la comida bien hecha.

Hacia afuera está la otra piel que se pega

el cabello entre las manos

el aliento en el cuello.

Hacia afuera está

todo lo que hace

que se mueva lo de adentro.

El clima

Acabo de volver a ver Sense and Sensibility, con Emma Thompson y Kate Winslet. Salvo porque uno tiene que creerse que Emma con sus tantipicos años es la personaje adolescente de la novela de Austin, la película es una joya. A la hermana más pequeña le dicen que, si no encuentra nada bueno de qué hablar, hable del clima.

Buen consejo para no levantar olas, pero, en una casa, la ausencia de conflicto no es necesariamente una señal de que todo marche bien. Las cosas que no se dicen se entierran, se pudren, germinan y los árboles de traumas y problemas no tienen los frutos más dulces de la vida. La familia debería ser el lugar en el que uno se sienta seguro de poder expresar su descontento, de forma amable, obvio, pero con la confianza de ser escuchado. Uno dice que algo le molesta y espera que no lo hagan más, y sólo por incordiar.

Hay un momento, modo y lugar de confrontar. A los niños es importante, mucho, enseñarles a defender sus emociones, a poner límites, comenzando si no quieren saludar de beso a la Tía Rosa (por lo que sea, hasta porque no). Así, van a poder regresar con amabilidad un plato que no ordenaron en el restaurante, a parar en seco las bromas pesadas de sus compañeros y a salir de una relación a la primera señal de peligro. El clima es evidente y sirve de conversación en una sala de espera con extraños.

Repasar

La niña anda en problemas en el colegio: el problema es que no hace nada. Sinceramente no la culpo. Esta situación en la que estamos es tan aburrida. Yo no hubiera estado ni mínimamente motivada a hacer nada con tantas horas frente a una computadora. Y luego entregar tareas a control remoto… Nunca me he metido en su trabajo escolar, no pretendo hacerlo, ni aún en estas circunstancias. Pero estamos en alerta pasada de roja y no creo que esquivemos el archipiélago de hielo que se le viene encima.

Sólo necesitamos repasar. Lo básico. Y siempre que uno regresa a lo primero, se da cuenta de todo lo que le faltó aprender. Como en el karate cuando hacemos avances básicos. Cómo cansa volver. Primero, porque seguro uno ya tiene mañas que hay que borrar. Segundo, porque lo que se hace bien, requiere un nivel de compromiso de atención que a veces soltamos.

Así que vamos repasando, quitando haches donde no van y poniendo puntos al final de las oraciones. Aburrido, sí. Necesario, también.

Demasiado personal

Mi IG seguro cree que soy una glotona irremediable, porque casi sólo me pasa anuncios de comida. Y, aunque antojada sí que soy, no como todo lo que quiero. No pasaría por la puerta. El problema no es IG, sino creer que uno es un ser limitado únicamente a las cosas que busca. Antes, cuando sólo había tele, uno se soplaba la publicidad de todo. Incivilizado, yo sé. Pero al menos se aproximaba a la realidad de uno necesitar cosas para más personas, por ejemplo. Juguetes para los sobrinos, herramientas para la cuñada… cosas que no son personales.

Hay una inherente arrogancia cuando se cree conocer a la demás gente sin equivocación. Hasta cierto punto, podemos hacer aproximaciones a partir de conductas externas, pero el salto de allí a pensar que uno tiene a los demás descifrados, es digno de una olimpiada.

Los anuncios en redes se enfocan en lo que buscamos. Parecieran hasta demasiado personales. Hasta que uno recuerda que se metió a ver los pasteles porque es el cumpleaños de un amigo. Y que prefiere no comer.

Tienes que querer

Para curarse uno tiene que saber que está enfermo. O sea, ni modo que me voy a poner una pomada en el pie si me duele la cabeza. Lo primero es entender qué pasa. Y querer salir de allí. Llevo conviviendo con la depresión hace cinco años y lo peor es la imposibilidad de encontrar las ganas de ya no estar deprimido.

Lo más peligroso siempre es que uno no sabe todo lo que no sabe. Da miedo. Y uno se aferra a lo poquito de lo que tiene certeza, aunque sea malo.

Tal vez me toque aceptar muchas cosas, pero seguro no estoy cerrada a buscarlas. Quiero. Siempre quiero.

Tiempos definitivos

Fue lindo

mientras quedaron ganas

pero ésas también se van

como se evapora el deseo

con los días repetidos

el calor que desnuda

nos consumió

me quedé sólo

con las palabras que te escribí

ahora nos sirven

para recordar

que fue lindo.

Diferencias

Hay un elemento que distingue la necedad de la perseverancia: el éxito. Y la sabiduría está justamente en identificar si se puede obtener o no. Aunque a veces uno no lo sabe hasta que se topó contra una imposibilidad. Es extraño, porque también en cosas delicadas, como la incomodidad y el interés, la diferencia puede ser simplemente una cuestión de subjetividad: hay o no atracción.

Una parte de nuestro cerebro se ocupa en encontrar patrones, clasificarlos y diseñar rutas de comportamiento para que se mantengan más o menos inamovibles. Es el agente determinado que repite sus procesos porque le han servido otras veces. Abstrae la realidad y la vuelve una categoría. El otro lado del mismo órgano se preocupa de la realidad como es: cambiante todo el tiempo. Como tal, no tiene procesos, sólo observaciones. Es flexible y extrae la información del contexto, no reinterpreta lo que ve. Entre ambos hay comunicación que no siempre es exitosa para nuestra salud mental. Y encontramos que en esas sutiles diferencias se esconde la fuente de la felicidad.

Todo a nuestro alrededor cambia, siempre es diferente. No podemos contar con que lo que hicimos ayer sirva para lo de hoy. Pero tampoco podemos empezar de cero cada vez, sería imposible. Habrá que estar abierto a cambiar nuestros procesos antes exitosos para adaptarlos a las nuevas realidades que nos encontramos todos los días. O pasar simplemente por necios.

Sé poner malos títulos

Lo difícil de escribir un cuento, tal vez no sea escribirlo, sino nombrarlo. Como hacer un niño. ¿Por qué necesitamos titularlo todo? Conozco hasta casas con nombre, generalmente de mujeres muertas hace generaciones, de quienes ya nadie recuerda cómo caminaban.

Me dedico a ponerle palabras a emociones, a través de la única herramienta que tenemos para hacerlo: el lenguage. Y, aunque una imagen pueda decir más que mil palabras, nada es tan elocuente como una cosa bien dicha. Para eso sirven los nombres, para separar e identificar. No es lo mismo cualquier hombre que el que responde a mi voz cuando lo nombro. Es que hasta el gato con mejor récord de ignorar a su humano sabe cómo se llama, aunque no le guste admitirlo.

Me gusta ponerle títulos a las cosas, a las relaciones, a las horas para hacer algo en especial. El martes es el día de lavar las sábanas y con suerte tú y yo somos amigos. No es encasillar las cosas, es otorgarles un lugar propio, aceptando que todo puede cambiar. Hasta el nombre. Sólo no me hagan ponerles títulos a mis cuentos.