Cultivar el desacuerdo

Cuando estaba en el colegio, no había nada que yo quisiera más que pertenecer al grupo. Y era lo único que estaba totalmente fuera de mi alcance. Soy demasiado rara y no me guardo mis opiniones. Pésima combinación si uno quiere ser parte de un grupo.

Por naturaleza, los seres humanos buscamos asociarnos. Nuestros antepasados florecieron en grupos de aproximadamente ciento cincuenta personas. En ese ambiente, ser diferente puede representar un peligro para los demás cuando alguien hace algo inesperado. O puede crearle nuevas oportunidades al clan. Pero siempre, siempre, la primera vez que hay un desacuerdo, hay un rechazo.

Mis hijos argumentan (con mucho entusiasmo y poco conocimiento), frecuentemente lo que yo les digo que tienen que hacer. Aunque puede llegar a exasperarme, no se los prohibo. No sólo porque igual lo seguirían haciendo, sino también porque creo que los desacuerdos valen la pena cuando abren otros puntos de vista. Aunque el precio sea el de no estar en el grupo.

Más cuidado que antes

Dejé la bolsa en el vestidor y me fui a hacer mandados. Porque siempre llevo las llaves y el celular en la mano. En teoría no necesito nada más. En teoría. Porque parece ser que las licencias son importantes.

Generalmente, hacemos cosas en automático, sin necesidad de fijarnos en cada detalle. Como cuando llenamos la cara de las personas que conocemos con la imagen de ellos que ya tenemos guardada. Ahorra tiempo. Se pierden detalles. Aunque la memoria procedimental (la famosa memoria muscular) ayuda inmensamente para ahorrarnos tiempo, el problema es que si aprendimos a hacer mal las cosas, al repetirlas sin pensar nunca las vamos a mejorar.

Manejé con sumo cuidado de regreso al club. Fijándome en todo. Y traté de hacer lo mismo ya con la cartera. Las lecciones también hay que repetirlas.

Nada se guarda

Tengo ropa que no me pongo porque me da pena gastarla. Mala, pésima costumbre. No hay que guardarlo nada para después. La vida se acaba. Hasta polilla le sale a los vestidos que se quedan en el clóset.

Las mejores lecciones de todas las culturas nos enseñan a vivir en lo que hay. A hacer lo mejor que se pueda con lo que se tenga. A no quedarse con nada y ser generosos. A compartirse. Hasta el corazón se arruina cuando no lo usamos.

Ahora quiero usarlo todo. Porque no sé si después me va a quedar. O va a tener agujeros. O si ya no voy a saber cómo querer.

Un día de descanso

Mis días comienzan muy temprano. Terminan temprano, pero con las noches interrumpidas. Es lo que hay, pero sí se vuelve muy cansado.

Uno de humano está hecho para tener tiempo de esparcimiento, de socialización, de estar con los de uno después de trabajar. Dormir cuando se pone el sol, despertarse con el sonido de los pájaros. Esto de la luz artificial y el constante bombardeo de información y sonidos y estímulos sólo nos vuelve más propensos a estar irritables e irascibles. Estoy segura que la humanidad perdió mucho desde que somos modernos y nuestras preferencias biológicas no se han adaptado a esta forma de movernos tan desconectada y errática.

Anoche dormí doce horas. No sin interrupción, pero sí sin pena. Ahora lo estoy pagando con acostarme más tarde de lo usual porque tengo que lavar ropa y mi semana se pinta igual de pesada que la anterior. Pero este pequeño espacio de respiro y de olvido (se me desdibujan mis obligaciones domésticas), es una forma de auto cuidado. Creo que todos deberíamos de tener esta oportunidad y agradezco poderlo hacer.

Nada me gusta

La comida, el sabor que invade la boca

los colores de la madrugada, tan escandalosos

el olor del huele de noche que llena de dulce el aire

la música, los libros, los amigos, tú.

Nada me gusta, eso es muy poco.

Demasiado y no suficiente

Últimamente he escuchado muchos podcasts con personas que tienen conocimientos especializados, muy profundos, pero no completos. Porque nadie tiene nunca toda la información. Y me resulta que, o ya no quiero saber, o lo quiero saber todo.

Vivimos en una realidad que es imposible de conocer entera. Que no es lo mismo que no exista la verdad. Claro que existe, pero la mayor parte de veces, lo mejor que podemos hacer es acercarnos a ella y el que más cerca está, es el que tiene más la razón. Es por eso también que llega el momento de tomar decisiones, sin necesariamente conocerlo todo. Porque tenemos que hacer algo, con todo y el riesgo de equivocarnos. Hay decisiones menos arriesgadas que otras, pero ninguna es perfecta.

Creo que saberlo todo sería demasiado pesado. Pero me molesta no saber lo suficiente. Y no sé cuánto va a ser nunca suficiente.

Casi adulto

Te falta un año para la mayoría de edad. Y toda la vida para crecer. Eres casi adulto, pero te falta seguir. Nada compensa el paso del tiempo y eso se compensa fácil.

Sé que te adoro. Me quitaste el miedo de ser mamá aunque no lo haga perfecto. Y me fascinas por lo que eres y lo que vas a ser.

Serías el orgullo de mis padres. Eres el mío.

¡Feliz cumpleaños mi Canche!!!

Humor negro

Con mi mamá nos reíamos en medio de nuestras peores tragedias. Era una de nuestras mejores características. Nada como no tomarse uno en serio para sentir que la vida es mejor.

El sarcasmo puede ser abrumador para algunas personas. La ironía pasa muchas veces desapercibida. Pero es indispensable en mi casa. Pobres hijos míos que han aprendido a traducir comentarios mordaces. Ahora los hacen ellos y nos divertimos mucho. Hasta que viene alguien nuevo a casa y no entiende.

El humor sardónico es una buena herencia. No conocieron a mi mamá, pero seguro se reirían de las mismas cosas juntos. Yo soy como un puente entre las generaciones. Y, aunque me da tristeza, le encuentro igual el lado gracioso.

Buena compañía

Estrené mi máquina de hacer pasta. La verdad, para ser primera vez, me quedó bien. Entiendo también por qué la pasta fresca no es barata. Y, como las cosas no me gusta dejarlas así, invité a unos amigos a probar el experimento.

Hay bastantes normas sociales que es aconsejable seguir como la puntualidad y no pelearse con el anfitrión y hacer planes con suficiente tiempo. Y luego están las cosas que salen de la nada y quedan bien. El secreto es tener un círculo tan amplio de amigos que se acomoden a ambas opciones. Los amigos no siempre son los mismos, pero la necesidad de tener gente cercana nunca se va. Así que uno aprende a rotar compañía.

Terminamos de cenar tarde y contentos y yo quedé con ganas de volver a hacer pasta. Tal vez no todas las semanas, pero sí seguido.