De todas las cosas
que pueden decirse del tiempo
la única que importa
es que se va.
De todas las cosas
que pueden decirse del tiempo
la única que importa
es que se va.
A veces olvido el año en que nació JM. Tengo qué hacer cálculos tontos. El día de la semana lo recuerdo siempre (martes), pero el año… cosas que uno tal vez no registra, aunque tenga una medida de relevancia. El año de nacimiento de F es muy fácil así que no hay problema. Me costó aprender el cumpleaños de mi papá de pequeña, el de mi mamá era imperdible (24 de diciembre).
Algo tienen las vueltas de calendario que nos enganchan en repeticiones anuales. Llevamos la cuenta de eventos pasados, distanciándonos de ellos con el tiempo, pero trayéndolos al presente al conmemorarlos. La edad, los aniversarios, los años que han pasado desde que la gente se murió. Hay un peso adicional al olvidar las fechas “importantes”, porque se percibe como una pérdida de importancia de la cosa que sigue creciendo. No imagino cómo reaccionaría si olvidaran el día de mi cumpleaños. Seguro, muy abandonada.
Pero también el dejar en reposo ciertos recuerdos pueda no ser tan malo. Cada 26 de diciembre recuerdo la muerte de mi madre, con toda la tristeza y añoranza que eso me trae, año con año. Y, hoy que vi la fecha, me di cuenta que no lo recordé. Lo tuve presente todos los días anteriores. Me siento fatal ahora que pasó. Pero, ese día, simplemente lo olvidé. Tal vez es buena idea conmemorar el día de otra forma: viviendo.
Si le creemos a la canción, hasta la belleza cansa, el amor acaba. Cosa que es complicada de asimilar cuando uno está lleno de mariposas en el estómago y no puede hacer otra cosa que pensar en esa persona. Esa etapa es alegre, claro. Pero termina.
No hay nada infinito. Nada. Le asignamos más valor a las cosas más escasas, como si la limitación fuera algo agradable. Y dejamos de fijarnos en lo que abunda a nuestro alrededor. Debería ser al revés, porque probablemente nuestra existencia está hecha de cosas cotidianas.
Lo cierto es que nada dura para siempre. Porque nada permanece estático. Todo cambia, acabándose en la forma que lo conocemos y transformándose en algo más. Y allí está la belleza de las cosas: en darnos cuenta que van a cambiar y que sólo cansan cuando no lo hacen.
Encontrarse con gente que lo conoce a uno de mucho tiempo es ser medido por las expectativas de otras personas. Peor que los papás, los amigos de ellos son una vara muy alta qué tratar de alcanzar. A veces es más fácil perdonar las pequeñas decepciones de los propios y esperar mucho más de los ajenos. Para los que crecimos con las esperanzas puestas en nosotros para sobresalir, el hecho de ser sólidamente promedio es un anticlimax.
Lo cierto es que todos somos promedio, ninguno somos especiales, porque ser único es la cosa más común del universo. Hasta las amebas se diferencian por pequeñas cosas entre sí. Las comparaciones, ya lo sabemos, son aplastantes porque nunca son verídicas. Y las expectativas de los demás deberían de pesarnos lo que una burbuja.
La vida, la que cuenta de verdad, transcurre en días promedio en los que estamos llamados a hacer lo mejor que podemos, con lo que tenemos. Nada más. Si encontramos el placer en lo cotidiano, en lo pequeño, ganamos todo. Y eso nos prepara para lo más alto que logremos. Si no, sólo estamos saltando de una cima a la otra, cosa que no es sostenible y que nos sume en un estado de descontento semi-permanente el resto del tiempo, que es el más. No ser excepcional no es malo. No ser felices entre nuestros días normales sí lo es.
El fin del año bien podría ser en mayo. Da lo mismo. Nos inventamos un principio dentro de un círculo, que de por sí siempre se repite. Pero da lo mismo. Porque lo verdaderamente importante es que regresamos a estar en un lugar igual, en un momento distinto.
Medimos nuestra vida en ciclos y los repetimos. Es malo cuando esperamos que sean iguales. Es bueno cuando nos sirve para comparar el progreso. Y hasta eso es relativo, porque no avanzamos en línea recta.
Es bueno recordar que a estos días les asignamos un peso especial, pero que eso mismo podríamos hacer con cualquier otro. No existe un nuevo año si no decidimos hacer cosas nuevas, mejores. Y luego tenemos que seguir haciéndolas siempre. Porque todos los días son un principio.
¡Feliz cumpleaños Mama! Ya pasó otro año, quince, de hecho, desde que te hago el resumen anual. Espero que ya te hayas enterado, pero igual aquí va:
Seguimos en una especie de suspensión de actividades extraña, pero todo eso me ha ayudado a escoger a qué ponerle atención. No todo en la pandemia es malo. Ninguno de nosotros nos enfermamos, todo bien allí. Logramos seguir todos juntos, no por falta de ganas de salir huyendo a veces, sino porque importa más quedarnos.
Ese nieto tuyo ganó la primaria, está bastante más alto que yo, quiere aprender a manejar (y yo lo estoy llevando un poco), juega todo el día con sus amigos en la computadora, le gustan las chicas (sin mucho discriminar), se levanta tarde, come mucho, a veces está insoportable y sigue siendo un buen chico.
La niña de tus ojos me enseña cada día a ser mejor mamá. Me reta, me hace revaluar mi conducta… Ganó el año y, como no pienso en cuestionar los milagros que me da la vida, no voy a preguntar cómo. Está cada día más linda, más segura de sí misma, más feliz. Para ella también han sido años complicados y siento un alivio enorme ver cómo ya va saliendo de su propio desierto.
Yo estoy bien. Al fin me operé el pie que me traía loca del dolor y, aunque todavía puedo ponerme tacones, ya puedo patear cosas con fuerza. Creo que eso me gusta más que los zapatos altos. Aprendí a planchar, cocino con gusto todos los días, todo el día, he escrito poco pero bien, me siento querida y estoy tratando de hacer las paces con hacerme vieja. Jodido eso, Mama. La edad se te viene encima de a poco, pero constante y nada la detiene. Leí tantos buenos libros este año, que me costaría recomendarte uno solo. Pero tal vez te pondría a leer un poco de Padura, que nunca compartimos.
Hice muy pocas galletas en diciembre, mejor no ponerle tentaciones a Fátima. Tu receta del mazapán sigue haciéndome sufrir y el Stolen este año quedó maravilloso. Sigo teniendo dos gatos, firme en mi negación a tener un perro, pero siento la presión arreciando.
Te sigo extrañando. Tanto. A veces siento tus manos suaves acariciándome la cara y tu olor dulce que no salía de ningún frasco de perfume. Quince años son bastantes, pero nunca suficientes para que me dejes de hacer falta.
Te deseo un lindo cumpleaños, donde sea que estés, te mando un abrazo fuerte, muy pegado y escucho tu voz diciéndome los cariños que nadie más me ha dicho. Gracias por dejarme tu recuerdo, aunque a veces me haga llorar de nostalgia. Hasta eso es dulce.
En algunas vidas
la rueda del tiempo no es un círculo
se rompe, deja de dar vueltas.
Tal vez allí está la libertad,
cuando se deja de rodar.
La resignación es una actitud que viene antes de la realidad. Primero, hay una cosa que existe sin nuestra intervención. Y luego nosotros reaccionamos a ella, muchas veces sin parar a apreciarla.
Vivir con lo que hay no es lo mismo que conformarse. En absoluto. Es tomar en cuenta de qué disponemos, con claridad y, hasta después, tomar una decisión. No podemos romper una regla hasta que la conocemos. Lo mismo con nuestras circunstancias.
Al final, toda la vida se puede resumir en una frase: es lo que hay. Y lo que venga después.
Hoy tocó hacer las últimas galletas del año. Me he dosificado muy bien la horneada a comparación de Navidades anteriores. Sólo he hecho cuatro recetas, espaciadas en otras tantas semanas. Tal vez por eso es que han durado tan poco y, para cuando hago las siguientes, ya no quedan ni las migas.
Antes, eso me hubiera dado angustia. Porque tenía en la mente los frascos aparentemente interminables de galletas en casa de mis papás. Parecían llenarse por ensalmo. Claro que la magia venía del esfuerzo de mi mamá y todos nos beneficiábamos. Yo pretendí hacer lo mismo muchos años, hasta que tuvimos la crisis con Fátima y decidí no tener tentaciones. Ese año no horneé casi nada. Tampoco eso fue bueno.
Ahora, después de un día de horneo moderado, hay galletas en cantidades razonables. Si se acaban, hago más. Y ya. No pasa nada.
Luchamos como seres humanos por ser profundos y aprovechar la capacidad más extrema de los talentos que tengamos. Nos esforzamos por no pasar desapercibidos, por dejar impresa nuestra huella en el mundo. Que nuestro recuerdo persista más allá de nuestra presencia y que hablen de nosotros durante generaciones. Y nada de eso es relevante. Ni siquiera creo que sea verdaderamente deseable.
La gente más importante de mi vida ha pasado por ella sin querer hacerse permanente, sólo por el gusto de estar. Para apreciar las cosas a nuestro alrededor sin destruir lo mejor es caminar liviano. No presionar, flotar entre los nuestros y generarles un bienestar sin peso, casi pasar desapercibidos. Lo peor que uno puede desear es ser indispensable. Porque lo que no somos es inacabables y, si no pueden seguir adelante sin nosotros, qué pobre existencia llevamos.
Al final de nuestros días, la única profundidad que deberíamos querer alcanzar es la de nuestra propia consciencia. Todo el resto de cosas deben haberse quedado atrás. Y, nosotros, ser superficiales en nuestro paso. Como si fuera sólo otro paseo.