Multiplicar

Existe la misma distancia entre los dos

se multiplica entre tu ir y mi venir

cuando nos alejamos duplicamos el espacio

tanto camino recorre un beso mío

como regresa una caricia tuya

todo el vacío que se hace entre nuestra piel

cuando no está próxima

es infinito, deja todo sin tocar

me desespera la matemática inclemente

del deseo retardado, distante,

siempre me quedas lejos

si no estás aquí.

La verdadera razón

He olvidado mi computadora dos veces en los últimos cuatro días. Yo trabajo sólo desde mi computadora. No puedo hacer más que regresar por ella. Cuando me pasa esto, me frustro tanto que me dan ganas de no salir, lo cual obviamente no es posible. Estar con prisas, mi estado permanente, me está pareciendo cada vez más insoportable. Quiero llegar antes a mi oficina. Y definitivamente no quiero dejar cosas olvidadas.

Hay que encontrar la razón detrás de las acciones inconscientes. En este caso, puede ser que necesito retomar buenos hábitos de orden y organización. O que me hace falta mi casa, por días como ayer que pasé afuera de ella, entre los extremos de la ciudad. O simplemente que necesito dormir más.

Creo que todo tiene una razón subyacente, aunque sea que uno es tonto y que, una vez identificada, es más fácil arreglar el resto de cosas. Para mientras, dejaré la computadora en la mesa de la entrada, encima de las llaves del carro. Imposible irme sin ellas.

Lo sencillo y lo difícil

Seguir una rutina de ejercicios no tiene nada de complicado. No estamos hablando de armar un reactor nuclear con piezas sueltas. Pero requiere esfuerzo. Y constancia. Así como todo lo que vale la pena hacer en la vida.

La repetición de ejercicios fáciles nos prepara para escalar en dificultad y por eso en el karate regresamos a dar pasos con golpes todas las clases. Nunca se puede repetir suficiente el movimiento más de principiante que existe, porque siempre se puede hacer mejor.

Igual todos sabemos que, para que una relación funcione, no basta hacerle ojitos al compañero. Hay que aprender a convivir con todo lo que implica esa mezcla de espacios y costumbres. Salen, una y otra vez, los temas de discusión hasta que se encuentra por dónde estar felices todos.

Ahora, que no sea fácil no quiere decir que tiene que ser complicado. Desconfío de las dietas que hacen contar hasta la última chibolita de una mora y requieren horarios específicos. Las relaciones, aunque haya que trabajarlas, no tienen que costar, mucho menos hacer sufrir. Y el ejercicio no debería parecer audición a puesto de contorsionista en circo.

El hielo en las venas

Recuerdo a mi mamá reaccionar como témpano ante las emergencias. Calmada y tranquila, siempre enfrentó el mundo con entereza cuando éste se le desmoronaba. Que no es lo mismo cuando estaba calmado todo a su alrededor y ella se volvía frágil.

Yo adopté el estoicismo para mi vida normal y siento el hielo correrme por las venas. Aunque sigo sintiendo de vez en cuando el halón de la angustia cuando algo sucede, traducido probablemente en las ganas normales de un abrazo como las que tengo en este momento.

Saber cómo reacciona uno ante situaciones límite es bueno para, o seguir haciendo lo mismo, o tratar de cambiar. No me gusta la opción de parecer gallina decapitada ante una necesidad de actuar rápidamente. Pero creo que también es bueno poder dejarse romper por las cosas que hieren. Tampoco estoy muerta por dentro.

Hasta donde llega

Estar enojada es una emoción que manejo mejor que otras. El enojo da una sensación de poder, de acción. El furor que destruye, está haciendo algo, aunque sean barbaridades. Luego toca recoger los pedazos de los platos y los sentimientos que uno rompió, pero como también está la opción de culpar al otro por “enojarlo a uno”, pues por algo se aprende a voltear las tortillas.

La tristeza, por otro lado, la percibo como debilitante. Me dan ganas de quedarme quieta, sin hacer nada y la única que se siente mal soy yo.

El verdadero problema es que consideramos los sentimientos como estados semipermanentes, de los que no salimos. Cuando la realidad es que son pasajeros, con la finalidad de centrarnos en los impulsos externos y darles un significado que nos transforme. Perpetuarlos sólo es posible si los seguimos alimentando. Somos más que nuestras emociones, somos cómo las manejamos, dejando que nos pasen, sintiéndolas profundamente y permitiendo que se vayan para darle paso a otras.

No me gusta estar enojada. Tampoco triste. Aprendo de ambas. Y hasta allí.

Lista de pendientes

Escuchar a los pájaros cuando se van a acostar

hacen una cama entre las alas y se cantan para dormir.

Recoger el aroma dulce de mis hijos que pronto ya no serán niños.

Sonreírme al espejo, demasiadas veces he pasado

viéndole los defectos al reflejo.

Perderme. En un libro, en una película,

en sus ojos.

Encontrarme. En el silencio, en la noche, en sus brazos.

Me quedan cosas pendientes,

las nuevas por descubrir

y las vieja por repetir y hacerlas nuevas.

El dolor persiste

Tengo un síntoma que bien podría ser consecuencia de un reflujo (que no creo) y es que me duele el corazón. Y, antes que piensen «el corazón no puede doler», les invito a imaginarse que les duele el músculo pectoral que se encuentra puesto justo encima de donde uno siente los latidos. Allí me duele, en el corazón. Tan poco que se necesita para sintomatizar una emoción como la tristeza y colocarla justo donde uno ha aprendido a pensar que se asientan los sentimientos.

Hay muchas corrientes modernas de salud que ahora se apoyan en lo que se conoce desde hace siglos. Si uno está enfermo de la garganta es porque no ha dicho algo, que si se lastima un tobillo es porque le hace falta dar un paso que no quiere… Creo que todas las cosas están integradas, pero por lo mismo no es posible «curarlo» todo con buenas intenciones, se necesita revisar lo tangible y ayudarlo con lo emocional. Si me doblo el pie, no voy a ir a la emergencia buscando a un psicólogo, sino a un traumatólogo. Igual es bueno buscar terapia para la cabeza y arreglar el trabe del paso y de paso todos los demás que uno pueda.

Yo ando en vías de resolver las emociones que me lastiman. Pero también voy a comenzar a tomar agua con vinagre a ver si se me quita el reflujo.

Revisar parámetros

La normalidad se vive entre los parámetros que nos ponemos. «Esto está bien, esto está mal» y lo que se sale de esos límites ya no es nuestra zona de confort. Que igual sirve hasta para las experiencias geniales. Podríamos decir que allí está el famoso justo medio. Pero lo cierto es que nuestra vida rara vez es una línea recta que no tiene desviaciones. Y ni hablar de compararnos con más personas. Allí no hay una verdadera media que valga. Lo que a mí me gusta a otra persona le puede parecer asqueroso, basta con ver los condimentos que le pone cada uno a los hotdogs.

Lo que uno aprende a hacer es a ir ajustando esas fronteras para que abarquen más cosas agradables. Lo hago con las actividades físicas y lo trato de hacer con la música y la comida. Sobre todo para mis hijos. Creo que ampliar las cosas que le producen a uno felicidad es enriquecer la existencia y mientras más encontramos, mejor es nuestro paso por este mundo.

Tal vez pensando bien en todo esto, vuelvo a probar el hígado y el revolcado.

Una cosa adicional

Me gustan mis rutinas y horarios y tener orden aparente en una vida que me ha hecho perder el piso muchas veces. Despierto a la misma hora y hago consistentemente lo mismo. Las cosas adicionales me ponen un poco en jaque hasta que las integro, aunque pensar cómo hacerlo no me disgusta.

Sería muy fácil dejar que todo pase como sea y muy complicado lidiar con los resultados. Pero tampoco la planificación es un escudo contra lo imprevisto y creerlo me ha valido muchas decepciones.

Espero este año ser más dinámica para adaptarme.

Ponerme al sol

Hoy salí a asolearme al mediodía, la luz en escuadra con respecto al suelo, ni el viento frío resguardándome del calor que da un sol sin nubes. No puedo hacer nada cuando estoy allí. Ni leer, ni meditar, ni dormir. Es un momento vacío, suspendido entre la actividad de siempre.

Estar aburrido es el campo fértil de la creatividad. Dios debe haber estado sublimemente aburrido y solo cuando hizo el mundo, deliberando cada detalle, capas geológicas, animales diminutos. En nuestro mundo moderno no estamos acostumbrados a momentos de silencio y paz. Queremos estar haciendo algo siempre, hasta cuando descansamos. Así, escuchamos música nadando, vemos nuestros teléfonos cuando tomamos café hasta acompañados y no me extrañaría que alguien (o varios o todos) quisieran un extra cuando intiman. Es la droga de nuestra sociedad, esa ocupación constante. Nos llena todos los espacios de ruido, basura y deja poco lugar para la profundidad.

Estar al sol, sin hacer nada, me deja en silencio y allí me escucho. No siempre digo cosas interesantes, pero siempre me llego a acompañar un rato, aunque sea un poco aburrida. Nos haría bien a todos encontrar un espacio en dónde aburrirnos. Y poder crear.