Mirar al revés

Me encanta, cuando voy de copiloto, fijarme en las calles al revés. Verlas en el sentido opuesto del que siempre las observo cuando manejo. Tienen una cualidad de espejo, familiares pero distintas. Algo así como cuando conozco gente nueva. Siempre es una oportunidad para presentarme en una luz diferente. Soy yo, pero no me conocen, así que pueden ver otra cosa.

Las historias principales de la vida siempre son las mismas, lo que varía es quién las experimenta. Así no importa que no haya nada nuevo bajo el sol, porque cada persona es un universo en explosión, las palabras llegan por primera vez a los oídos, los amores se viven por primera vez, miles, millones, infinitas veces.

Así, hagamos un simple cambio de ángulo de cabeza. Si logramos encontrar el enfoque distinto, todo será nuevo. Tal vez hasta nosotros.

El final de la paciencia

Todos los retos comienzan donde termina la paciencia. Ésa que nos hace aguantar lo que nos molesta, que nos aconseja quedarnos tranquilos porque es lo que conocemos, la que nos acomoda donde no estamos felices. La paciencia, como virtud, no es mi favorita. Creo que no la tenemos definida de una forma positiva, porque eso de aguantarlo todo no le puede servir a nadie.

En cambio, el amor, tanto propio como para los demás, sí nos ayuda a tener dimensión de lo que debemos tolerar y cómo nos debemos comportar. A alguien que amo no lo trato mal y le comprendo los días difíciles. Sobre todo si esa persona soy también yo.

El final de la paciencia sirve para avanzar, pero lo mejor es hacerlo sin destruir. Mis mejores decisiones las he tomado antes de llegar al límite. La orilla de un precipicio nunca es buen lugar para dar un paso.

Martes de sobras

En casa, lo que va quedando de la comida (que nunca es demasiado), lo paso en tacos, reimaginado en sabores distintos de los originales. Se convierte en algo hasta mágico, eso de presentar lo mismo, pero no. La gente en casa siente que le puse un buffet para escoger, yo me siento como administradora eficiente de recursos y la refri se vacía. Todos ganamos.

Siempre nos van quedando pequeños resabios de cosas útiles, el retazo de un poema aprendido en el colegio, la falda que nos gustaba hace años, el suéter de mi mamá. Cosas que no vamos a tirar, ya son parte nuestra, pero parecen piezas sueltas de Legos. Construirse uno cada vez con lo que tiene a mano es lo único que nos salva de quedarnos desperdigados por el suelo. Seguro no nos parecemos al plan original, pero no significa que no seamos igual de bonitos.

Y, los tacos de sobras, se elevan a otro nivel con aguacate.

Malabares

Nunca he podido hacer malabares con tres pelotas. Supongo que es falta de técnica y práctica, pero no me sale y me encanta ver a la gente que sí puede. Supongo que es un balance entre fijarse y dejar ir para que todo fluya.

En estos días me siento así, como una malabarista principiante a la que sacan al circo con más pelotas de las que puede tener en el aire. Le pongo atención a una cosa y se me descompone otra. Si sale bien el almuerzo, falta una tarea de mate y si tengo que comprar verduras, sale mal el arroz. Va siendo complicado y la vida no está en cuarentena. Seguimos necesitando vivir.

Tal vez lo mío no sea mantenerlo todo en el aire al mismo tiempo, sino irle dando atención a cada cosa a la vez y tener fe que lo demás se puede atender solo. Menos mal no he probado con antorchas encendidas.

Despierta a las 4

Los días me empiezan temprano porque el tiempo se diluye entre revisar tareas, trabajar, hacer almuerzos… las horas no alcanzan y las ganas se desvanecen con la oscuridad. Así que me suena la alarma a las 4 y comienzo. De lunes a viernes y resulta que sábados y domingos, sin alarma, igual me despierto a la misma hora.

Las rutinas son para facilitar las cosas y la conveniencia de no pensar en detalles repetitivos. Así le damos descanso al cerebro de tomar decisiones, porque no distinguimos entre lo importante y lo meramente de trámite. Tener que escoger entre una camisa y otra no va a determinar nuestra vida, pero igual tenemos un momento de indecisión.

Todo eso está bien, hasta que la rutina igual me hace despertarme antes de lo que quiero los domingos.

La piel se marca

La piel se marca, se arruga, se abulta

hay pliegues en el vientre, estrías y moretes.

La piel se estira y no regresa a su lugar

se mueve con la vida, se adelgaza.

La piel es lisa y firme cuando no le damos importancia

espera, suave, una mano que la recorra.

La piel lleva nuestra historia escrita

un mapa del sol, los golpes, las heridas.

La piel se marca también con los besos y caricias

las que no se notan, que se llevan por dentro.

Ven, márcame la piel, hazme un tatuaje con tu boca

deja surcos en el campo de mi cuerpo.

La piel es tierra que se marca y se siembra

y yo le planto tu recuerdo para que me germine tu presencia.

El ensatane

No es tanto que me enoje, sino que soy expresiva. Con mis hijos soy estricta y seria, pero también nos reímos mucho y está bien. El volumen de voz en la casa es alto y allí vamos. Nos queremos mucho, eso sí. En general, no estallo de pegar paredes y tirar cosas, mucho menos insultar. Pero…

Hay un término acuñado por mi persona para describir el súmmum de la molestia: el ensatane. Es más que estar enojada. No implica rabiar. Es el coraje que recorre caliente desde los pies hasta la cabeza y lo deja a uno con ganas de cortar cabezas mientras se sonríe. Yo me pongo extremadamente calmada y fría y digo las cosas más espantosas, sin insultar. Cualquiera prefiere gritos a eso.

Creo que vale la pena dirigir la energía de cualquier emoción hacia lo que se quiere lograr al final. Todo tiene una dirección y es posible apoyarse hasta de un sentimiento negativo para llegar a donde uno quiere. E implica sentir verdaderamente, observar la sensación que nos deja, analizar cómo usarla y hacerlo. Da libertad sentir y aún más el no dejarse arrastrar por el enojo o lo que sea. No es uno un incendio forestal para arrasarlo todo al paso. Pero sí puede ser un lanzallamas para destruir lo que se interpone.

Aún me duele la cabeza de anoche. Pero logré solucionarlo y quedar en una situación de ventaja sin arrepentirme de una palabra grosera. Y ya regañé parejo a los engendros hoy.

Lo nuevo, lo malo y lo viejo

Me cambié el corte de pelo. Es lo nuevo. Me queda nuevo, o sea, me siento rara. Lo malo. Pero como lo tenía antes, lo viejo, ya no funcionaba.

Aceptar los cambios es salirse de lo que uno conoce, dejar de comer igual, pasear por otro camino, probar nuevas formas de contestar. Lo exterior también influye en lo interior, porque somos todo uno. Y sí, hasta el pelo refleja el estado de ánimo (un poco más la humedad).

Me cuestan los cambios. Pero he aprendido a no dejarlos para el extremo de la desesperación porque entonces tomo decisiones extremas. Y ya me ha tocado esperar mucho tiempo para dejar crecer otra vez el pelo.

Revisar

Mi día termina haciendo agenda y revisando el trabajo del día. Nunca imaginé tener tanto qué ver con las tareas de los niños en el cole. A mí me dejaban como animalito de monte, hacerlas sola, y creí que esa era la forma normal. Resulta que no.

Pero va más allá de la vigilancia el asunto, al menos eso he aprendido. Revisar lo que hacen me entera de cómo van en las clases, de qué maestra da mal (muy mal) las instrucciones y no se le entiende, en dónde están flojos y cómo puedo ayudarlos. No es en balde que ahora sí puedo ofrecerles mi ayuda y sentir que sé qué hacen.

No me gusta tener que estar encima para que hagan lo que les dejan del cole. Me cansa. Pero voy aprendiendo, poco a poco, a que ese tiempo también nos acerca más.