Des tiempo

Destemplado, el día no empezó por la mañana,

sin sol para los pájaros que lo llamaron

ni lluvia para el jardín descuidado.

Hoy no hubo clima, ni color, ni viento,

el mediodía pasó por encima de mi cabeza

sin hacer sombra sobre la cual pararme.

No hubo frío, en este día sin clima,

ni ropa de calor que ameritara descubrir la piel

todo el gris del cielo que no va con nada.

Las horas que pasan así se escaparon de la nada

donde no hay color, ni sonidos, ni aire,

ni ausencia. Nada.

La noche recoge lo que no fue

y en la oscuridad, que ya es algo,

trata de hacerlo un recuerdo para olvidar.

Los días así ni siquiera salen de la memoria

ocupan un espacio que se traga las ganas

y no hay suficiente deseo para llenarlos.

La falta de tiempo, su no transcurrir,

me quita la vida. Y yo la quiero agotar

exprimirla hasta el final. No que se me desvanezca.

Me refugio en la cama buscando avanzar las horas

en la pausa del sueño. Hasta mañana,

espero que mañana sí exista.

El clima sin tiempo

Hoy está destemplado el día. Expresión perfecta para describir los días sin color, porque el sol se esconde y el calor, porque no hay, pero tampoco hay frío y aún no llueve. Un día para quedarse en casa, aunque se pudiera salir. Encendemos las luces aunque no sea tarde, tomamos algo caliente y esperamos lo que seguro viene.

Las esperas, donde se hagan, siempre tienen ese tinte gris. Mejor dicho, no tienen tinte, ni forma, ni tiempo. Son estos días sin clima, horas sin números y semanas sin nombre. Las hojas en blanco que enseñan lo que uno no ha escrito y los teléfonos mudos que se quedaron sin hablar.

La vida así es eso que crece debajo de una piedra y nunca sale al sol. Mejor que llueva hasta arrastrarnos o que el calor nos derrita. Hasta lo incómodo es mejor que la no existencia.

Pero hoy esta nublado sin lluvia y no queda otra cosa que hacer algo mientras se espera.

Un ayuno

Tengo desde (creo) octubre de hacer ayuno intermitente. Es sólo cuestión de comer a ciertas horas, cosa que para mi necesidad de control, es una maravilla. La rutina hasta para eso es un bote salvavidas. Y ahora más. No sabiendo si nos van a dejar en casa hoy, mañana, pasado y/o toda la semana, tener una medida de medida sobre lo que como me calma.

Pero… (tan llenos de peros mis escritos), entiendo que esto es una ilusión, que de nada sirve ver qué me meto a la boca si no cuido lo que sale de ella, que nada de lo que tengo en mis manos ordenar hace algo por ayudar a lo grande y que, al final, todo lo que logre en estos días es un paso más hacia el futuro que no sé si quiero que venga, así como viene.

Igual. He hecho ayuno en estos días, no he tomado entre semana, sigo haciendo ejercicio y meditando. Trato de mantenerme lo más cercano a ser persona agradable que puedo, porque eso sí lo puedo controlar y más me vale, teniendo que compartir espacio con la gente que más quiero. El chiste, al final de todo esto, creo que va a ser salir no sólo vivos, sino mejores. Ni idea cómo hacer eso. Al menos no saldré rodando.

Falta de espacio

Traté de escribir un cuento. Necesito por lo menos dos horas de atención no interrumpida para poder poner en unas doscientas palabras la idea que me atormenta desde hace unos días. Siempre es así, el cuento ya está hecho, yo sólo tengo que observarlo y describirlo. Casi como una interpretación de las hojas del té, la narración va surgiendo. Pero para eso necesito paz. Aunque yo misma salga a respirar, es un momento que me doy yo.

Por otro lado, el constante “Mama” de dos niños que creen que vivo para ellos definitivamente no es el medio ideal para hacer nada creativo. Se me escapa el susurro y queda ahogado entre las voces de este par de engendros que quieren a su mamá, aún esta versión tipo ogro.

Pero es lo que hay. Y, aunque no puedo decir que no me quejo, porque precisamente eso hago, no lamento demasiado mi pérdida de espacio. Porque estos meses los he visto crecer y he tenido el gusto de acompañarlos a pasar momentos difíciles. Espero que las ideas me tengan paciencia.

O se saca o se olvida

Quedarme con cosas por decir no es lo mío. Casi siempre elaboro cada una de las ideas que tengo, reboto palabras contra cualquier oído dispuesto y escribo y escribo. Me gusta ver cómo mis pensamientos vuelan y se juntan, formando algo más grande.

Pero no siempre digo todo lo que siento porque creo que las emociones no son buenas consejeras de lo adecuado para decir. Sobre todo las negativas. Entonces me siento sobre las palabras con la esperanza que se desvanezcan. A veces lo logro. Otras…

Como en todo, debo encontrar el camino en medio entre soltarlo todo y encerrarme. Tal vez lo más sensato es preguntarme qué es más útil de acuerdo a mi objetivo. Y tratar de lograrlo.

Un pollo

Para preparar un pollo al horno

se necesita calor y mantequilla

la sal sin pensarla mucho

un limón escondido

dejarle la piel al animal

(pero no las plumas, no estamos haciendo una almohada).

El secreto de un ave

para que quede bien

es hacerla que olvide

haber volado alguna vez

y se deje triturar los huesos

bien tostados, sobre todo de las alas.

El propósito de un pollo

específicamente del que está en mi refri

es que lo hornee y lo sirva

cumpliendo, hoy, el mío.

El fin es lo primero

Decir que el fin justifica los medios es no entender que el fin es más importante que los medios. Llegar a una meta muchas veces implica cambiar el camino para acercarse a donde uno quiere, con distintos métodos, hasta parando un poco en el camino.
Hace poco me tatué lo que debe ser mi mantra en el antebrazo izquierdo “El control no es poder”, para recordarme que muy pocas cosas puedo cambiar, pero sí puedo navegarlas. Las personas que no aceptan su incapacidad por tener todo en las manos, son generalmente las que atropellan a todos para lograr lo que quieren. Y dudo mucho que lo obtengan de verdad.
El fin, la meta, es lo más importante. Pero nos toca a nosotros adecuar el cómo.

Lo perfecto no sirve

Estoy sentada en un lugar en el que podría escribir una novela. Está aislado de todo, no hay gente a mi alrededor y no he dejado de pensar que aquí podría quedarme, sobre todo en estos tiempos en los que el comedor me ha servido de centro de operaciones y todo el mundo pasa hablándome. Perfección. Inalcanzable por mucho tiempo, mejor dicho, insostenible. Porque mi vida no transcurre en este sitio, tengo cosas qué hacer (dejé las toallas en la lavadora) y me tengo que ir en un par de horas.

Lo perfecto es enemigo de lo bueno, decía mi papá, dicho del que me he quejado antes y que ahora entiendo a la perfección. Si tuviera que esperar el momento perfecto para hacer cualquier cosa, ya me hubiera atrofiado. Ese momento existe un instante y luego se va. Lo que sí hay es el momento adecuado, como ahorita que tenía veinte minutos y pude escribir.

Y ya. El momento se fue. Regresaré a mi comedor.

Destellos

La vida se puede pasar durmiendo entre los pensamientos que nos arrastran, o precisamente despierto, fijándonos en absolutamente todo. Estos son los dos extremos de la existencia y rara vez nos situamos permanentemente en uno de ellos. La mayor parte de las veces tenemos destellos de claridad, como el cielo entormentado. Alargar esos momentos es una de las tareas de nuestra madurez, darnos exquisita cuenta de cada uno de nuestros sentimientos, de la realidad que nos rodea, de cómo nos perdemos. Hasta reparar que estamos distraídos. O dejarnos llevar a propósito. No me veo en ninguna forma de futuro cercano llevando mi pobre práctica de meditación a planos más permanentes. Es un ejercicio extenuante y a veces es rico dejarme llevar en la corriente del día, aunque eso tenga como consecuencia a veces que el modo automático sea muy feo. Yo me vuelvo muy fea cuando no me despierto a mis actitudes, a mis reacciones. No me gusta quién soy cuando no me doy cuenta. Así que cada día decido iluminar un poco más de tiempo esta vida en la que camino. Ver no siempre es satisfactorio, pero al menos no me pierdo de lo que pueda haber más allá.

El clima cambia

Salí a leer a mi silla nueva. Había sol. Comenzó a llover. Parece que las cosas no tienen mucho sentido a veces con el clima. O con mi estómago que ya no aguanta ni un tercio de bolsa de cochinadas y me tiene doblada. Las cosas cambian.

Como si fuera un juego de expectativas y pronósticos. Jugamos más a la lotería que al ajedrez. Porque no tenemos todas las variables a nuestro alcance, no vemos todo el tablero. Seguimos a veces las reglas que pusimos al principio, aún cuando ya no estamos en el mismo juego. Y allí perdemos. Insistir en mantener un estado que no existe, que se quedó atrás, nos arrastra a la insatisfacción y el dolor.

Como el de estómago que tengo ahorita. Ya no puedo bajarme las cochinadas de cuando tenía veinte. Ni le cae bien a mi libro que me quede bajo la lluvia.