Sí, encontraste el lugar
¿te perdiste? Tardaste mucho
allí estuve, esperando
hasta que me fui.
Sí, encontraste el lugar
¿te perdiste? Tardaste mucho
allí estuve, esperando
hasta que me fui.
Estoy viendo una serie acerca de Julia Child. Independiente de si le gusta a uno cocinar o no, la personalidad de esa mujer debe haber sido irresistible. Lo suyo era el “sí” y no amedrentarse con nada. Mientras uno más años tiene, todo da más miedo, sobre todo el cambio. Se cree uno el cuento de ya haberlo aprendido todo, como si el universo no fuera infinito, igual que nuestra ignorancia. Es cierto que la agilidad para el cambio aminora, pero si encima de todo no se ejerce, nos morimos. Y claro que para allí vamos, pero mejor llegar rodando felices que empujados. Quiero imitar a Julia. También con sus recetas, pero sobre todo con su forma de disfrutar la vida. A mi manera, pero con su espíritu.
No hay forma de estar preparado para las cosas inesperadas. El concepto mismo es una contradicción porque no hay lugar más vasto que el de la ignorancia de lo que ignoramos. A ver, yo sé que no sé hablar ruso, pero no sé cuántos otros idiomas no puedo hablar porque no los conozco todos. Y eso de algo tan poco misterioso como un idioma.
Pero también están las cosas que uno espera y aún así sorprenden: la muerte de los padres, que los hijos crezcan, las señales del tiempo en el rostro. Nada de eso es desconocido. Es más, hasta el sentimiento que acompaña un aniversario complicado pesa en el corazón de forma que no nos esperamos.
Todo esto me sirve para darme cuenta que no puedo hacer nada para predecir por completo el futuro. Y que lo que me sucede ahora, en este momento, es lo que vale y siempre, siempre es nuevo. La capacidad de asombro me debería mantener entretenida el resto de mi vida.
Fue lunes y como que fuera cualquier lunes. Es lo bueno y lo malo que la vida no se detenga. La ropa igual hay que lavarla. La comida no se hace sola. Y mañana ya hay otras cosas más.
Me gusta eso. Aunque me agote. Así como estoy ahorita.
¡Feliz cumpleaños Mama! Tendrías 79 años. ¿Cómo hubiéramos pasado estos 17 en los que no has estado? Sólo puedo elucubrar. Pensar en lo que podría ser malo no me parece suficiente para no querer lo que seguro hubiera sido bueno. Quiero creer que estarías fascinada con tus nietos, yo lo estoy y eso que me sacan de quicio a veces.
La Navidad y sus celebraciones siempre fueron tuyas. Cantar y hornear y comer y reírnos. No he podido hacer lo mismo en mi casa, sobre todo la horneada, pero los consiento a mi manera. Debe haber sido difícil cumplir años en esta época y celebrar para todos menos para ti.
Te extraño como siempre. Te mando un abrazo y un beso a donde estés.
Hoy hay más noche
más oscuridad
más frío.
Hay que estar más acostados
prendernos más tiempo
estar más cerca.
La vida se me ha hecho intensa. No sé vivirla de otra forma. O es que yo soy así. En el momento en que estoy quiero todo. Pero… también tengo días de no querer nada.
El término medio famoso de la filosofía creo que no es buscar ser tibios. Es poder balancearse. Los sube-y-bajas no se mantienen estables, oscilan. Allí debe estar el balance: encontrar que uno puede estar arriba o abajo y continuar. Porque el juego sigue. Hasta pasar por el medio tiene su gracia.
Quiero todo. Pero no todo el tiempo. Y en ese aprendizaje estoy, para no salir volando de pronto.
Tal vez si me preguntan cómo quiero pasar mis vacaciones, sería en un sendero boscoso en el que sólo tenga que caminar. Y que al regreso alguien me lave la ropa.
Tengo más de veinticinco años que yo me ocupo de mis cosas y diecisiete que no tengo casa dónde regresar a que me consientan. Es lo que hay, con lo bueno y lo malo. Obvio lo segundo se acentúa en estas épocas. No se me escapa que no volví a comer las galletas de guinda con pecanas que tanto me gustaban desde que enfermó mi mamá. Tal vez las pudiera hacer, pero no son lo mismo.
Me quejo de lo mismo todos los años porque el sentimiento no se va, uno sólo aprende a vivir con él. Tal vez alguna vez me vaya de vacaciones y regrese a una casa en la que no tenga que lavar la ropa acumulada.
Acabo de ver un video donde la entrevistada aseguraba que la gran mayoría de nuestro sufrimiento se debe a que le ponemos importancia a cosas que no podemos controlar. Por ejemplo, a lo que opinen los demás. Y, sí, uno tiene que hacer un esfuerzo concertado para no caer en el pozo de la preocupación inútil. Me gustaría que no me pasara, pero estoy allí constantemente, pensando en el futuro, en mis hijos, en gente que no conozco.
Creo que tenemos una dotación de capital emocional limitada. Pensándolo bien, lo que tenemos es un recipiente que llenamos y vaciamos constantemente. Algunas personas lo tienen más grande que otras, por eso tienen una capacidad más grande de gastar sin hacer depósitos. Pero, sin lugar a dudas, si uno no lo rellena, queda vacío. Nada funciona sin combustible.
Yo tengo que cuidar mi capital emocional, porque lo gasto muy rápido por intensa. Tengo que tomar distancia y asegurarme que la cuestión sea meritoria de mi atención. Y, lo que no, recitar mi mantra favorito: no es mi circo, no son mis payasos, no son mis monos.
Es imposible saber cómo nos va a ir después de tomar una decisión que cambie nuestra vida. Porque nunca hemos estado allí. Es como decidir si una canción nos gusta antes de escucharla. Podemos elucubrar. Pero sin ninguna certeza.
Nunca somos iguales. Siempre estamos en cambio. Y nuestra vida se modifica todo el tiempo. La única certeza que tenemos es de lo que ya hicimos.
Cómo cuesta vivir así. La alternativa no sería mejor: todo aburrimiento. Tal vez el mayor reto que tenemos es perder el miedo. Saber que, eventualmente, la vida es una mierda. Y aún así seguir. Porque después es maravillosa.