Cosas obvias

El agua limpia, el cielo queda claro después de la lluvia

el fuego quema, cuida los puentes

el dolor lastima, hay corazones rotos por todas partes

el amor es un mapa, te enseña dónde estás y cómo te llamas

el viento es un mensajero, trae el olor de tu piel a mi cama

tus manos son cuchillos, me parten en pedazos

tus besos son llaves, yo soy la cerradura

y tú, tú me gustas, obvio.

Tomar decisiones

Uno cree que tiene las riendas de la vida en la mano. Sobre todo al principio. Luego se da cuenta que no es sólo un caballo lo que uno dirige. Se parece mucho más a una canoa, tal vez con una pequeña vela, que hay que tratar de mantener en curso a pesar del mar.

Es una comparación trillada, lo sé. Y no por eso deja de ser cierta. Nacemos de por sí con tantas características que se salen de nuestro control. Ni siquiera escogemos nuestra altura. Y con todo eso, tenemos que avanzar, ganarle al viento, vencer la tormenta, llegar al puerto.

Hay momentos en que dan ganas de simplemente dejarse llevar. Cualquier playa es buena cuando uno ya no quiere seguir el rumbo. Pero hay que recordar que cada vez que nos hemos desviado, estamos insatisfechos y más lejos de la meta. Mejor seguir a retroceder.

Reconocimiento

Llega el día en que ya no te toman de la mano para caminar. Ya no les gusta lo que cocinas. Ya no quieren que les cantes su canción para dormir. El cerebro descontrola las relaciones precisamente para que haya un rompimiento. Es uno de papá al que le duele, ellos están siguiendo el imperativo biológico y Dios nos libre de interferir. Truncamos la vida que debe transcurrir en su propio cause.

Yo creo que el problema moderno no ha sido alargar la adolescencia, sino pretender que no la tengan. Se perpetúa la dependencia, la falta de acción, el levantamiento de la toma de decisiones y estar resguardados de sufrir las consecuencias. Cero responsabilidad. En tiempos antiguos, a los adolescentes se les integraba como parte productiva de la sociedad.

No estoy abogando por sacar a los niños a sobrevivir desnudos en el bosque a los trece años. Pero sí a dejar de querer que sean parte de uno. Aunque me duela que ya no quieran estar siempre conmigo.

En la mente

Hace algún tiempo, hice una terapia que incluía sanar la relación con mi papá, quien aún en ese momento, ya llevaba varios años de muerto. La visualización fue intensa y sentí que, efectivamente, entre nosotros ya sólo quedaba cariño.

El mundo sólo podemos percibirlo a través de nuestros sentidos. El cerebro es el intérprete. Las emociones el sabor. Nuestras reacciones el resultado. Y todo eso pasa adentro nuestro. La subjetividad es universal y sólo porque hemos evolucionado para vivir en sociedad es que encontramos formas de converger.

Independientemente de por qué, lo importante es que tenemos la capacidad de trasladarnos, proyectar nuestro interior. Y hasta cambiar lo que nos rodea con un simple ejercicio mental. Que podo importa que sea o no “real”, sirve. Al final del día, todo está en la mente.

La repetición

Fallar goles en repetición es imposible. Mal chiste, yo sé. Pero es ilustrativo porque así precisamente es como no funciona nuestra memoria. No tenemos estanterías llenas fotos y videos de momentos específicos que sacamos para observar. Más bien, son figuras maleables que, al manipularlas, se deforman.

Las nuevas técnicas de terapia para personas con trauma consisten en redimensionar los eventos. Darles un nuevo significado y colocarse uno en una posición distinta. También hay ejercicios de abrazar al niño que fuimos y, aunque suene demasiado kumbayá, no deja de ser efectivo. No se trata de borrar lo sucedido. Es verlo desde un punto que nos ayude.

Repetir patrones nocivos es un intento mal llevado de alcanzar esa sanación. Tal vez en la segunda, tercera, enésima vuelta pueda hacerlo distinto. Mejor ir al primer evento y cambiarse uno. Eso sí se puede.

Pierdo todo

Desde que perdí esa noche de sueño

todo se me esconde:

el reservorio recién lleno

la palabra escrita

la idea fija

el sacapuntas verde

mis ganas de vivir

la promesa entregada

la sartén de los huevos

aquél lunes por la tarde

(estoy segura que fue en marzo)

y todo lo que me dijiste

(¿o eso lo olvidaste tú?)

Seguro el sueño se llevó todo

tendré que ir a buscarlo

y perderme yo.

No te recuerdo

Qué pena, cuando me saluda gente en un entorno distinto de donde los conozco, generalmente no sé quién es. Me da tanta vergüenza, porque sé que sé, pero no. Me acaba de pasar y no va ser la primera, ni la última vez.

Los humanos hacemos claves para navegar en nuestro entorno. Tomamos los detalles una vez y luego ya sólo las características principales. Hacemos eso con todo, sobre todo con las caras de gente familiar. Desperdiciaríamos demasiado espacio de atención si volviéramos a contarles las pecas a nuestras parejas. Podemos suponer, con algún grado de certeza, que las cosas van a continuar igual. Pero… eso ayuda a que encasillemos las cosas a sus circunstancias y luego nos cueste sacarlas de allí.

Estoy tratando de no fallar en este ámbito. No me ayuda el cansancio en el que vivo, ya una vez olvidé el nombre de mi hijo. A los que me conocen (y yo no a ellos), les ruego paciencia. Lo único bueno es que no se me va a notar cuando me entre el viejo. Siempre he sido así.

Los atajos

Hay dos cosas clave en el cuento de la Caperucita. La que siempre me ha llamado la atención es que, conociendo el bosque (si no fuera así, la mamá jamás la hubiera mandado sola), no identificara que el camino ofrecido por el lobo no era el más rápido. El lobo no le promete riquezas ni golosinas, sólo una forma más rápida de llegar.

Los atajos son maneras eficientes de llegar a un destino, pero aún los verdaderos no son siempre los más convenientes. Entre la rapidez se pierden los detalles y allí va mucho del conocimiento útil. Uno debe conocer las cosas a detalle antes de saltárselas. Las reglas sólo pueden romperse cuando se conocen.

Los atajos son útiles. Ayudan en la comunicación de cuestiones generales, para llegar a tiempo a una cita y hasta para dar una respuesta angostamente correcta. Pero no para fijarse en lo que hay alrededor. Y, a veces, hasta se vuelven más largos.

Sin miedo al fracaso

A veces todo se pone de acuerdo para arruinarse al mismo tiempo. El calentador y el grifo del lavatrastos, a pesar de vivir en pisos distintos de la casa, confabularon hoy en la mañana. El primero, afecta a los niños para bañarse. El segundo a toda la casa para cocinar. Así que tomé la prioridad y fui a buscar repuesto para el animal. No hay, oh sorpresa. Obvio prefieren venderte un grifo nuevo. Así que escogí el más sencillo de los disponibles, pedí asesoría y regresé a casa armada de una herramienta nueva, un tubo pequeño de silicona y la confianza de no poder arruinar aún más algo que ya no sirve.

Nos quedamos tantas veces de manos cruzadas porque no queremos regarla. Vemos que las cosas no están funcionando y aún así nos da miedo interferir. No queremos sonar ridículos y nos tragamos las palabras en ese idioma que, si bien no nos sirve para escribir poesía, seguro que podemos usar para comprar comida. Obviamente no se trata de pilotear una nave espacial armados únicamente con nuestro optimismo irresistible. Pero, cambiar un grifo…

Yo hago muchas cosas mal con bastante entusiasmo, como pintar y el karate. Pero me dan tanta satisfacción, que las seguiré haciendo, mal. Y qué. Ya instalé el aparato, lo probé, no inundé la casa, funciona. Tal vez siempre sí me anime a retapizar el sofá que deshizo el perro. Total, más arruinado no puede estar.

Incentivos

Terminamos haciendo las cosas porque no hacerlas nos dolería más. Qué fácil es pensar en motivaciones y difícil encontrarlas de verdad. A veces nos enfocamos en lo positivo. Creo que es mejor actuar para evitar el dolor.

El problema es que sobredimensionamos un posible sufrimiento ante lo que tenemos de verdad en frente. Así perpetuamos situaciones que distan de ser ideales, porque lo que no tenemos certero, nos da miedo. Aplica para todo. Seguro.

El fin de hacer trabajo en uno mismo es alejarse de ambas motivaciones y no sufrir, ni por evitar lo malo ni por perpetuar lo bueno. La gracia allí es encontrar un por qué hacer lo que necesitamos. Tal vez todavía no estoy en la capacidad de no usar lo placentero como incentivo.