A veces todo se pone de acuerdo para arruinarse al mismo tiempo. El calentador y el grifo del lavatrastos, a pesar de vivir en pisos distintos de la casa, confabularon hoy en la mañana. El primero, afecta a los niños para bañarse. El segundo a toda la casa para cocinar. Así que tomé la prioridad y fui a buscar repuesto para el animal. No hay, oh sorpresa. Obvio prefieren venderte un grifo nuevo. Así que escogí el más sencillo de los disponibles, pedí asesoría y regresé a casa armada de una herramienta nueva, un tubo pequeño de silicona y la confianza de no poder arruinar aún más algo que ya no sirve.
Nos quedamos tantas veces de manos cruzadas porque no queremos regarla. Vemos que las cosas no están funcionando y aún así nos da miedo interferir. No queremos sonar ridículos y nos tragamos las palabras en ese idioma que, si bien no nos sirve para escribir poesía, seguro que podemos usar para comprar comida. Obviamente no se trata de pilotear una nave espacial armados únicamente con nuestro optimismo irresistible. Pero, cambiar un grifo…
Yo hago muchas cosas mal con bastante entusiasmo, como pintar y el karate. Pero me dan tanta satisfacción, que las seguiré haciendo, mal. Y qué. Ya instalé el aparato, lo probé, no inundé la casa, funciona. Tal vez siempre sí me anime a retapizar el sofá que deshizo el perro. Total, más arruinado no puede estar.