Cuando te quedas sin aire,
¿a quién respiras?
¿Qué palabras invocas cuando no puedes hablar?
Me dices todo con los ojos,
aunque no lo entienda.
Cuando te quedas sin aire,
¿a quién respiras?
¿Qué palabras invocas cuando no puedes hablar?
Me dices todo con los ojos,
aunque no lo entienda.
Mi parte favorita de la paella es el arroz tostado de las orillas. Creo que es lo único que me gusta. A mi papá le gustaba el arroz blanco suelto y a los de mi casa, blanco y masudo. Todos tenemos un arroz favorito. Y tenemos que estar abiertos a probar hasta encontrarlo.
Es una realidad inescapable que sabemos menos de lo que existe. Ni siquiera sabemos qué no sabemos. Por eso es que el espíritu humano siempre está buscando expandirse más allá de lo conocido. Barcos lanzados a mares sin fin, naves espaciales suspendidas en el firmamento… No nos gusta una pregunta sin respuesta. Y, a la vez, nos aferramos a lo familiar a tal punto de trasladar especies de plantas y animales a donde nos mudamos, la naturaleza originaria no es suficiente.
Está bien que a uno le guste lo que le gusta. Es mejor aún dejar una ventana de posibilidad abierta a probar cosas nuevas y encontrar nuevos favoritos. Y está muchísimo mejor haber aprendido a hacer el arroz tostado, sólo el arroz.
Uno obtiene la verdadera estabilidad cuando aprende a navegar los cambios. Si han hecho posturas de balance en yoga, saben que para estar quietos por fuera, hay que moverse por dentro.
Tenemos la noción errónea que la calma se debe a la ausencia de molestias externas. Cuando se trata de conservar el plomo, ese peso que lo aterriza a uno con todo y los vaivenes. Y hasta ese peso cambia de lugar. Ni el sol es estático.
Creo que esa es la lección que me toca en esta vida. Los pájaros se mantienen en el mismo lugar porque se adaptan a las corrientes de aire. Y qué delicioso debe ser poder flotar.
Si la gente se queda mucho tiempo junta, algo sale mal. Si se dejan pronto, hay tristeza. Quedarse e irse, ambos duelen. El cambio incomoda, da miedo, nos paraliza. Pero no cambiar es imposible y ese estado también duele.
Desde que dejamos de ser animales y nos proyectamos hacia el futuro como si estuviéramos seguros que existe, creamos sufrimiento innecesario que nada tiene que ver con nuestra biología. Dormir, comer, procrearnos, lo básico, claro que tienen sus molestias, pero tiene una lógica irrefutable. Si no comemos, nos morimos. Que nos provoque lágrimas la pérdida de algo intangible, es una mutación.
Igualmente no tiene aplicación práctica el hecho que creamos que un amanecer es hermoso, pero el placer que derivamos nos hace humanos. Ese dolor por querer, por permanecer o cambiar, por temer al futuro o buscar el pasado, también nos hace humanos. Estamos más allá de nuestros imperativos biológicos. Eso nos hace vulnerables. Y está bien.
Tengo tiempo de no ponerle atención especial al camino de regreso a casa. Ya me lo sé, puedo hacerlo hasta con los ojos cerrados. Es inclusive un desperdicio de energía querer fijarme detenidamente en detalles que ya conozco.
Nuestros cerebros están hechos para ser eficientes. Entre eso, está hacer una primera imagen mental a consciencia y luego sólo verificar rápidamente que sea la misma. Por eso es que las personas que viven juntas mucho tiempo, no perciben los cambios de la edad tan fácil. Ya tienen una foto y, salvo variaciones muy grandes, no necesitan alterarla. Pero es un principio ineludible de nuestra vida que todo cambia y que los detalles ocultan el propósito del universo. Fijarse en lo familiar requiere más atención que aprender lo nuevo. El premio es que si lo hacemos, siempre estamos rodeados de cosas nuevas e interesantes.
Tengo que volver a ponerle atención a mis caminos. Demasiadas cosas cambian, o se me olvidan. Y qué mejor que descubrirlas en las cosas que ya conozco.
Hace más esfuerzo el universo
para mantener separadas dos piezas que encajan
que el que tomaría juntarlas.
¿Entonces por qué estás lejos?
Llevo 16 años de ser mamá y, por muchos libros que lea, voy aprendiendo en el camino. Porque cada reto presenta diferentes oportunidades. Al menos así me lo estoy vendiendo a mí misma. Es jodido criar gente. Siempre está la inevitable realidad de que, por mucho que uno no quiera, mete la pata.
Entre todo eso, creo que lo más importante es enseñar a que todo tiene consecuencias y que mejor se afrontan con la misma energía que uno gastó para crearlas. Romper las reglas conlleva cierta valentía. Recibir lo que sigue, también.
Yo no puedo, ni quiero, estar 24/7 decidiendo por mis hijos. Sí puedo acompañarlos a disfrutar de las cosas buenas y a afrontar las malas. También es parte de las decisiones que yo misma tomé al ser mamá.
¿Será que es porque ya pasaron 18 años? Han ido y venido tantos 21 de mayo y yo olvidando la fecha. Como si fuera un punto ciego en el calendario. De tu cumpleaños sí me acuerdo. De tu aniversario no. Hasta hoy.
¿Viste los chuchos que tengo ahora? Nunca tuvimos unos tan grandes porque no te servían para ir de cacería. Pero igual creo que te parecerían simpáticos. El Canche creo que tiene mucho de ti, en mejorado aunque te cueste creerlo. La Nena te sacaría de tus casillas y te tendría de la nariz. Al menos quiero creer todo eso. Es mi fantasía imaginar que te hago algo de comer y te gusta… uno puede soñar.
Tú ya eras, de sobra, un adulto a tus 18. Tal vez es tu número de ciclos y por eso hoy sí me di cuenta de la fecha. Lo que sea. Lo importante es que te recuerdo, hoy y muchos otros días. Un beso al cielo, Papa.
He estado enferma y me desespero porque no estoy acostumbrada a no hacer todo lo que hago. Ya voy mejorando, porque eso es lo normal. El dolor no me asusta. Es el no poder hacer mi vida normal lo que me da pánico.
Uno sabe qué le da pánico. Lo ha sentido suficientes veces como para no identificarlo.
Quiero estar bien. Ya mañana me toca hacer pesas.
Uno conoce qué lo enciende como canchinflín en Navidad. Ese botón que le presionan a uno y causa la tormenta del siglo. Porque siempre es el mismo y, probablemente es la misma persona la que lo apacha. Detonantes, les digo, porque sí exploto.
Cuando uno se va conociendo, esos detonantes son menos y uno los hace más pequeños, menos catastróficos. Es parte, no de dejar se sentir, pero sí de no reaccionar sin pensar. Quitarle importancia a lo que no debe tenerla es uno de los regalos de la edad.
Pero poder estallar tiene sus ventajas, sobre todo si impulsan acciones concretas que nos ayudan a protegernos, a avanzar o a cambiar lo que no nos gusta. Los ratos colorados, con propósito, son constructivos. No se trata de ser rinoceronte en cristalería, pero sí se vale romper lo que no sirve. El reto es diferenciar lo uno de lo otro.