Ya no hay frío

Ahora cuando tomo vino

se me calientan las manos,

antes siempre estaban heladas

solía bromear con eso

decía que tal vez había muerto

y no me había dado cuenta

ahora se me llenan de calor

puedo tocarte la espalda desnuda

sin hacerte gritar

prefiero que eso lo hagas tú.

Días que se esconden

Volví a poner mis alarmas, aunque no tenga que salir de casa. Tal vez me dan una medida de seguridad en estos días que parecen desordenados, escondidos entre otros que se les parecen, pero que no son iguales. Esa semana antes de un año nuevo es una antesala, a algo que no sabemos cómo va a ser. Entonces dejamos que el tiempo de evapore, comemos de más, dormimos menos, tal vez para alargar la espera.

Cuando tenemos rutinas que nos llevan de un día al otro, su interrupción puede ser un descanso, o darnos ansiedad. Sería ideal que siempre fuera lo primero, pero este año casi cada intermedio en mi vida no ha sido bueno. Así que ahora que no hay karate, ni colegio, ni radio, que regreso a la cama después de hacer pesas y jugar con el perro, sé que podría haber hecho algo más positivo con esas horas y, heme aquí.

Supongo que no pasa nada de no hacer mucho durante una semana. Además, los días sí transcurren y se aproximan los ocupados con bastante más velocidad de lo que siento. Así que me quedan tres o cuatro mañanas más para buscar mi vida entre el frío y el café.

Un rato colorado

Me cae mal pelear. Pero si hay que hacerlo, prefiero salir rápido de eso. Porque los problemas que se dejan crecer, se vuelven junglas llenas de arenas movedizas. No hay que ahogarse en cosas que puedan pasar. Es horrible confrontar a gente que uno quiere.

Muchas veces vemos cómo, por no causarle un dolor pequeño a los nuestros, luego se lastiman más. Con uno también. Como cuando esas relaciones medio malas dejamos que se vuelvan el monstruo de la laguna negra. Y quedamos varados.

El mejor momento para detener una situación desagradable, es ahora.

Un rango abreviado

Hay emociones que son lugares comunes. Es la canción que sabemos cantar sin pensarlo demasiado y a las que volvemos. Son el abrigo que cubre todo lo que va debajo. Y no porque sean las más constructivas, sino porque son las que nos quedan más cómodas. La mía es el enojo. Con ésa escondo cualquier dolor, todas mis necesidades no satisfechas, hasta el último rastro de vulnerabilidad. Porque el enojo es una coraza brillante y ponzoñosa que me protege de lo malo de afuera, pero deja escapar el veneno de adentro para no ahogarme. Y por supuesto que no es lo más sano que hago.

Aprendemos a identificar lo que sentimos, o por lo menos deberíamos, cuando somos pequeños. Allí adquirimos un lenguaje emocional amplio, sin prejuicios, que nos permite darle su espacio a cualquier sentimiento. Porque nada de lo que uno sienta es bueno o malo. Sí lo es cómo reaccionamos. Y para eso sirve tanto poder darle el nombre correcto a todo. No confundirnos evita que pensemos que tenemos hambre cuando tal vez sólo estamos aburridos. O enojarnos porque estamos tristes.

Aclaremos que no pienso que enojarse, cuando uno tiene razón de estarlo, sea malo. El enojo es una luz que alumbra y corta, es la energía que nos permite dejar atrás algo que nos perjudica y es la fuerza que nos empuja a luchar por lo nuestro. Pero no sirve para educar, ni para conservar relaciones, ni para estar en paz. Allí hay que sacar otras emociones de las casi infinitas que existen. Y permitirse a uno mismo sentir todas. Hay más sabores que sólo amargo.

Los regalos que nadie quiere

Es interesante que el fenómeno de dar regalos para Navidad sea hasta objeto de estudio económico. Leí hace poco que se «pierde» mucho dinero comprando cosas que no les gustan verdaderamente a la gente. Y es que hay un arte en dar cosas que nadie ha pedido y que no saben a veces ni que existen. Tan parecido a ofrecer sentimientos.

No me voy a poner a hablar de la locura que se ha vuelto dar regalos en esta época, eso ya se ha dicho suficiente y cada uno hace lo que quiera con sus cosas. Pero sí me parece fascinante que haya menos personas verdaderamente satisfechas con lo que les dan que la ilusión con que les compran las cosas. Tal vez es una cuestión de auto-conocimiento y aceptación. Si uno lo que quiere es quedar bien, hay que dar algo que la otra persona quiera. De verdad. No lo que uno quiere que le guste.

A mí me gusta recibir regalos. Nunca tengo expectativas de lo que voy a recibir y casi siempre quedan bien conmigo con cualquier cosa, cuando quiero a la persona que me la da. No me pasa lo mismo con gente que me es indiferente. Allí cuesta más. Y tal vez en eso está el secreto de encontrar el regalo ideal: querer a la persona, no sólo conocerla. Para todos los demás, si tanta es la gana de dar algo, siempre sirven los excelentes sobres con dinero.

¡Feliz cumpleaños!

Bueno Mama, ahora sí no sé por dónde empezar. Este año ha pasado de todo y me cuesta creer que haya sido en el espacio de uno solo. Se siente como tres. Los niños comenzaron el cole con esa modalidad híbrida que era una tontería, sinceramente. Nunca estaba del todo segura qué día tocaba que se fueran, pero era mejor eso a que siguieran en casa. Sobre todo para Fátima. Siento que a JM no le fue tan mal en el encierro porque seguía hablando con sus cuates por Discord y cuando jugaban todos, pero Fátima no hizo eso y, lamentablemente, yo no soy compañía de ellos, ya me conoces.

Renuncié y sentí muy bien hacerlo. Saqué un postgrado en mediación de divorcios, Claudia me construyó la marca y ya tengo todo armado. Veremos cuándo comienza a andar el asunto, espero que pronto. Pero sí me entusiasma la idea de hacer eso durante el futuro. Es una bonita forma de volver a ejercer, trabajando para mí y a mi ritmo. No falta mucho para que los niños se vayan de casa y yo no quiero sentir que sin ellos yo ya no tengo propósito.

En mayo… ay Mama, en mayo tuvimos las dos emergencias con Fátima. La primera, en esos días que no encontraban qué tenía, sentí que se me iba la vida. Nunca determinaron por qué le dio la pancreatitis, pero al menos ella ya está como si nada. Lo único es que, en medio de la crisis y el discurso de que debe cuidarse mejor, bla-bla-bla, me pidió un perro para “motivarse”. Le dije que si al final del año estaba bien de su hc, que podíamos tener al chucho. Adivina con quién estoy acostada ahorita… La verdad es que está precioso y ya comenzamos a entrenarlo. Desde el Bartolo que no tenía tan cerca un perro y está chilero.

Me dio covid estando de viaje y no le hice mucho caso al asunto. Imagínate ir al fin al Brasil y quedarme encerrada por un poco de fiebre. Obvio no me fue tan mal.

En junio saqué mi segundo dan del karate y eso sí me costó. Tú sabes que no soy precisamente coordinada pero la perseverancia sí es lo mío. Allí salió el asunto. Espero sacar el tercero antes de cumplir 50 (aunque sea un mes antes).

En el segundo semestre los niños regresaron al colegio ya normal. No son los mejores de sus clases y yo no los jodo por las notas (sí, te estoy viendo feo), pero son felices con sus amigos y sacan las clases sin retrasadas. Hasta allí, me conformo. El Canche quiere irse a estudiar fuera y tal vez eso lo motive a sacar mejores notas…

Mario está bien, ya lo reconozco y eso es bonito. Trabaja sin parar y se mete a mil vainas, ya sabes. Se fue a Berlín a una conferencia y se la pasó alegre entre nerditos iguales a él. Está en una dieta muy rígida y perdió casi veinte libras. Claro que él hizo eso en mes y medio, mientras a mí me tomó años. La envidia que me da.

El Canche se fue seis semanas de intercambio y estuvo feliz. Se adaptó bien a estar fuera, se hizo buen amigo del otro niño de su edad en la casa y creo que hasta hizo exámenes en el colegio allá. Regresó taaan alto. Casi, casi alcanza a Mario. Me está costando un poco con él porque está asshole. No es malcriado, pero ya no es mi niño dulce. Entiendo que tiene que cortar el cordón, y yo lo dejo, pero sí me duele un poco. Al menos sé que es un buen muchacho, hemos tenido un par de pláticas muy profundas este año y espero que por allí se siga construyendo una buena relación a futuro. Le fascina el hip-hop aunque no tenga la melanina suficiente para esa música. Supongo que eso es mejor que el reguetón.

Con Fátima la relación mejoró inmensamente. La veo crecer tanto, está preciosa y se ve feliz. Está en ese limbo entre la niñez y otra cosa y me estoy disfrutando acompañarla. Le operamos la cicatriz de la cabeza y ya no se le mira. Eso nos emocionó mucho con Mario, porque era grande el pedazo sin pelo y no era el chiste que se le viera. Ni te cuento lo totalmente emocionada que está con Ares. Y sí está cumpliendo de atenderlo. Es una belleza esta niña, tan valiente, ya tan madura. Me sigue destrozando por dentro la angustia de lo que pueda pasarle. Lo del hospital este año me puso muy cerca la posibilidad de perderla. Qué horrible. Y no me queda nada más qué hacer que dejarla. Cómo me cuesta. Tan difícil no ahogarla en cuidados. Pero me aguanto y seguimos, porque es lo que hay.

Estoy en la radio ahora y te recuerdo tanto por tu costumbre de leer “hasta las orillas” de los periódicos. Tengo que enterarme, por primera vez en mi vida y es lo que pensé: interesante, pero dan ganas de ganarse la lotería y vivir en una isla. Razón tenía mi papá que “es un desastre”.

A ver si alguien está interesado en publicar mi novela… el ámbito es complicado y cuesta demasiado entrar. Es buena la novela, creo, pero deben haber chorrocientas otras “buenas”.

Yo estoy bien. Me acaban de preguntar cómo está mi cabeza y, la verdad, mejor que en mucho tiempo. Logré encontrar la fórmula para no ceder a la genética nuestra de engordar, Mama. Creo que te hubiera servido también a ti. Todavía tengo el impulso de llamarte con ciertas cosas… Este año no hice galletas, ni Stolen, ni nada. Prefirieron en casa no tener tentaciones y estoy de acuerdo con eso. Sí siento muy raro que no haya estado horneando todo el mes.

Termino dándome cuenta que no pasa nada de hacer cambios. Igual la vida no me ha dejado conservar la ilusión de quedarme igual. Es mejor abrazar lo que viene, todos los días.

Seguro tú ya sabes todo esto, pero te extraño tanto y siento que te puedo hablar así. Espero que te sientas orgullosa de mí, yo creo que estoy haciendo lo mejor que puedo con lo que tengo y eso está bien.

Te quiero miles y te mando un abrazo enorme. ¡Feliz cumpleaños Mama!

No se va

Otra vez me duele el hombro izquierdo, ¿sabes?

Creí que ya no iba a doler

necesito dormir sobre ese lado

compensar las arrugas que tengo en el derecho

o dejar de acostarme como momia

a veces cansa descansar

y me duele el hombro cuando abrazo fuerte

aunque no lo voy a dejar de hacer

como tampoco puedo dejar de cargar cosas

las bolsas del súper no se suben solas al carro

ni la ropa se mete sola a la lavadora

es un dolor pequeño, de esos impertinentes

que te tocan el cuerpo

y te recuerdan que ya tienes años encima

que ya nada se repara tan fácil

y que mejor sigas haciendo pesas

para poder seguir abrazando fuerte.

Tal vez sea bueno, no, no tan malo

que me vuelva a doler el hombro

me trae al ahora para cuidarme del después

y prefiero algo que ya sentía

a continuar con el deterioro en otra parte.

No sé qué viene primero

Creo que hay un punto perfecto entre que la ignorancia es la felicidad y que si uno conoce la verdad, lo hace a uno libre. Supongo que fluctúa. Aún no estoy segura de qué depende. Porque hay cosas que saberlas no me ha hecho ningún bien y otras que por ignorarlas me han lastimado.

Cuando hacemos planes, los diseñamos con una cantidad limitada de información. Es imposible saberlo todo de todo. Luego, al revisarlos tiempo después, si salieron mal, decimos que haríamos las cosas distinto si tuviéramos la oportunidad. Lo cual no es cierto. Porque regresaríamos a ser los mismos, con la misma información. Por eso lamentarse, pero no cambiar, es como quejarse de engordar, comiendo un pastel. Hay que hacer un buen análisis y seguir, sabiendo que vamos a meter la pata, otra vez.

Tal vez ese punto ideal es entre ver todo lo que podemos claramente y dejarnos de atormentar por lo que no sabemos. Y hacernos la bestia después.

Si no funciona

Todos los sistemas están perfectamente diseñados para dar los resultados que dan. Es una de las mejores cosas que he aprendido. Porque la mayoría de veces, no es una cuestión de reforzar el método, sino de revisarlo. Incluso el plan puede ser bueno y no estar bien implementado.

Como en casa, que no siempre quedan las cosas como uno se las imagina. Los hijos son la mejor escuela para enseñarle a uno que no todo se puede planificar y hay que adaptarse a lo que le tire a uno la vida. Hay cosas que no se pueden cambiar, además. Ya con eso establecido, o se aguanta uno para hacer lo que se puede con lo que se tiene, o se amarga. Prefiero lo primero.

Nuestros sistemas sirven para ayudarnos a adelantar lo de rutina para enfocarnos en lo importante. Y por lo mismo nunca deben ir por encima del resultado. O tendremos algo que no nos gusta y ni idea de por qué.

Quién entrena a quién

Tenemos cachorro en casa y yo tenía por lo menos veinte años de no convivir con uno. Mis hijos nunca habían tenido algo más que gatos y hámsters, mascotas muy distintas de un perro. Es otro rollo. Hasta mañoso es, después de menos de una semana en casa. Y la dinámica de la casa ha cambiado sustancialmente.

La relación entre los humanos y los perros data de cientos de miles de años, incluso algunos antropólogos especulan que se inició antes del lenguaje. Nosotros aprendimos a hablar y los perros a entender. Somos una manada con ellos, nos reconocen como de su familia y pareciera que nosotros a ellos también.

Hasta el momento, estamos adaptándonos. Porque el famoso entrenamiento es más para uno al principio que para el perro. Y está bien. Pronto pasa esta etapa. Sólo espero que lo del hoyo con lodo en el jardín no pase otra vez.