Hacer ruido

Cuando uno quiere calmar a un niño, puede probar distraerlo. El arte de hacer un ruido que se hale la mirada ayuda muchas veces a tapar la fuente de los llantos. No es que se haya solucionado la razón del descontento, pero sí se le quita atención.

El problema es que, aún de adultos, nos seguimos dejando llevar por las cosas más llamativas en vez de ponerle atención a los detalles. Mientras más escandalosa la noticia, mejor. Y de paso dejamos de preocuparnos por cosas importantes.

Lo mejor que uno va a aprendiendo es a dejar un espacio entre el estímulo y la reacción. Sirve para no herir sentimientos, para no comer de más, para guardar la calma. Y también sirve para mantenernos enfocados en lo que molesta para cambiarlo, aunque no haga ruido.

Nadie más sabe

Cuando estoy planeando algo, desde el almuerzo hasta una fiesta, trato de recordar lo que me decía mi mamá: no importa si no sale exactamente como tú querías; nadie sabe qué era eso exactamente. Y, sí, sólo quien hace los planes conoce cómo deben salir al detalle.

Los seres humanos operamos bajo la impresión que tenemos control sobre nuestras circunstancias. Al menos en alguna medida. Cuando lo cierto es que nuestra esfera de influencia es muy reducida y, aunque hagamos planes que se desarrollan, éstos van cambiando bastante conforme todo lo externo los mueve. Hay que pensar que, más que un escenario que uno dirige hasta el último detalle, la vida es un cuadro cambiante que uno más o menos dibuja con lo que tiene a la mano.

Lo mejor de esto es que uno puede adaptar hasta las propias expectativas. Si no todo sale al centavo, pero el resultado es agradable, ¿importa realmente? Creo que no. Total, a veces hasta a mí se me olvida qué quería en un principio.

Con qué escoger

Escoge el corazón, cariño mío

que la cabeza sirve para agarrar los calcetines negros

o la carrera que te va a deformar.

Usa el corazón, Corazón,

para sacar el próximo libro

pedir la comida

poner la película.

Prefiere el corazón, siempre,

aunque escoja mal (es muy impulsivo)

y su decisión lo rompa

dejándote el dolor.

Porque no importa qué escojas,

la vida duele.

Mejor haberla gozado antes.

Pez fuera del agua

Hablando de evolución con el quinceañero y de cómo no necesariamente se puede diseñar, pensé en ese proceso que nos ha llevado hasta acá y no estoy segura que el lugar sea el correcto. Hay demasiadas desadaptaciones y pareciera que no estamos cómodos con lo que somos y necesitamos.

Wilso habla de una evolución cultural que puede ir muy rápido y una biológica que va muy lento. Cuando la diferencia entre ambas es demasiado grande, se viven momentos fuertes de cambios sociales. Porque nuestro imperativo natural se sobrepone al diseño intelectual. Siempre. Es una simple cuestión de utilidad, de herramientas disponibles. Una cubeta no está hecha para volar, por muchas veces que uno la lance al aire.

Creo que sería bueno revisar para qué evolucionamos, cómo funciona de verdad nuestro cerebro y qué nos hace más felices como especie. Y tratar de adaptar la cultura a eso. No al revés. Porque, si algo tenemos los seres humanos, es un mundo de contradicciones adentro que hacen que sea demasiado difícil diseñarnos. Menos mal.

No me gustan las de miedo

Uno de mis escritores favoritos es Stephen King. Su prosa es impecable, la manera de meterle a uno una imagen, un sentimiento de zozobra o elación o cualquier cosa. Los personajes tan reales y los diálogos naturales. Es casi perfecto. Cuando era joven no podía leer suficiente de todo lo que escribía. Y ahora no puedo leerlo. Punto. Me perturba demasiado.

Tenemos necesidad de contarnos historias macabras porque necesitamos desarrollar un escenario para nuestros miedos más profundos y encontrarles una solución. Las películas de horror modernas son los cuentos de hadas de antes. En todas las culturas hay espantos y monstruos, algunos que son derrotados, otros nos. Y, más allá de advertirnos del peligro de adentrarnos en el bosque oscuro donde vive la bruja, nos la presentan, nos dan la oportunidad de enfrentarnos al terror y seguir viviendo.

No me gustan las ficciones de horror. Creo que la realidad lo tiene suficiente. Pero me sigue fascinando Stephen King y su prosa. Tal vez, si está muy soleado y estoy acompañada, me anime a volverlo a leer.

Coherencia

Una de las características de personas inteligentes es que pueden considerar dos verdades aparentemente contradictorias a la vez. En términos valorativos, por ejemplo, se acepta que la justicia y la misericordia son loables aunque en la práctica puedan chocar. La misma luz es dos cosas a la vez y no por eso una niega la otra.

Pero todo eso no tiene nada qué ver con la coherencia. Y allí es donde fallamos muchas veces, sobre todo a nosotros mismos. Vivir dentro de los postulados electos nos acerca a la felicidad. No siempre lo logramos y allí es donde caemos. Lo importante, lo único importante, es levantarse, reevaluar y seguir.

Se puede convivir entre dos verdades. Y se puede tratar de ser coherente. Y todo lo que pase entre esas dos realidades, es lo que nos hace humanos.

Bueno y “me gusta”

Hay estándares de belleza objetivos que tienen que ver con armonía, balance, proporcionalidad. Cuestiones de sabores que son biológicamente imperativos o repugnantes. Acordes que resuenan en lo que sólo podemos llamar nuestro espíritu. Hay todo eso y uno puede señalarlo y decir que es “bueno”.

Pero hay un nivel adicional: el de “me gusta”. Y éste es paralelo al anterior. Es esa preferencia que nos toca personalmente, que no necesariamente compartimos con el resto del mundo. Generalmente vienen de las experiencias que hemos adquirido y que nos forman (a veces deforman) hacia un gusto. Es la mañita que les transmitimos a nuestros hijos cuando les servimos huevos duros con vinagre y sal. O cualquier cosa semejante.

Lo objetivo nos hace humanos. Nos forma en lo estético, nos avanza hacia lo sublime como especie. Lo segundo nos distingue como individuos. Ambos coexisten y está bien. Sería demasiado aburrido que nos gustara a todos lo mismo.

¿Hace frío o son mis nervios?

Tomé café fuera de mi casa y ahora estoy ansiosa. Pero igual vivo en este país y no sé si es por eso. O porque, otra vez, no dormí bien anoche. O simplemente puede ser el café. Es esa sensación de no poderle poner nombre a las causas y navegar el día como si uno quisiera correr una maratón. Nunca voy a correr una maratón.

Resulta que mucha de nuestra salud mental se genera en el aparato digestivo. El universo de bichos que tenemos dentro producen muchos de los químicos cerebrales que nos dictan las emociones. Y las emociones nos dicen qué decisiones tomar. El adagio que dice que uno es lo que come, es más profundo aún que el simple físico. Es esa persona contenta, estable, ecuánime, que puede tomar decisiones que no sólo tomen en cuenta ese sentimiento de angustia que se acumula en la boca del estómago.

Escribo esto a mil por hora, con ganas de entrenar tres horas de karate y sin mucho qué poder hacer. Y tengo frío. ¿Hace frío, verdad? ¿O son mis nervios? Tal vez me caería bien tomarme un café.

En otros idiomas

Recibo noticias en varios idiomas. La newsletter que más me gusta es de un museo lejos, lejos, al que fui una vez. No creo regresar, pero es chilero recordarme cuando estuve allí. Igual que ver películas que sacan escenas en lugares donde uno ha estado.

Hablar, el lenguaje como tal, sirve desde siempre como puente entre un cerebro y otro, que es lo mismo que entre un mundo y otro. Facilita la convivencia, hace atajos de cariño, multiplica las ideas. Es una pena cuando se manipula para otra cosa. El dicho “hablando se entiende la gente” parece tener menos importancia ahora.

Leer artículos y noticias y comentarios en un idioma distinto al materno es abrir ventanas al mundo. La habilidad más valiosa que les voy a heredar a mis hijos es poder pensar en varias lenguas. Aunque eso no les afloje la propia cuando me hablan a mí. Pero estoy segura que, cuando ellos mismos quieran abrir las puertas de sus mundos, el poseer las llaves idiomáticas se los va a facilitar. Y eso es una excelente noticia.