Mientras más años tengo me ha pasado algo que me sorprende: escucho con mucha más atención a todo el mundo, pero me involucro con muchas menos personas. Creo que cualquiera tiene algo interesante qué contar. Yo ya no tengo la capacidad emocional de hacer relaciones con muchas personas. Ambas cosas se complementan.
Una de las quejas más frecuentes de la modernidad es que cuesta conocer gente nueva después de cierta edad. Como si nuestros antepasados que vivían en sociedades donde todo el mundo se conocía desde la cuna a la tumba hubieran tenido aquel océano de gente nueva qué conocer. Los seres humanos evolucionamos para vivir en sociedad y estar entrelazados más allá de los mazos familiares para sobrevivir. Eso cuesta hacerlo ahora.
Cuando conocemos a alguien nuevo, tenemos la oportunidad de volver a contar nuestras vidas, a veces con algunas ediciones. Eso es refrescante. Pero también es cansado. Nada como tener vidas en común con la gente que uno tiene a su alrededor y crear experiencias nuevas compartidas. Aunque sí es interesante escuchar la vida de los demás.