El sí de todos los días

Sí quiero volver a compartir mi cama contigo hoy en la noche.

Sí quiero contarte las cosas tontas que hice hoy.

Sí quiero saber todo lo que pensaste durante el día.

Sí quiero molestarte como nadie más lo hace, porque ya eres hombre importante.

Sí quiero que te rías de mis tonteras porque me las conoces todas.

Sí quiero comer contigo en nuestro comedor viejo/nuevo que no te gusta pero a mí sí.

Sí acepto que mi baño sea nuestro.

Sí quiero seguir contigo hoy. Y mañana. Y toda la vida.

Ilusión y felicidad

He aprendido a amar la cocina. Pasar bastante tiempo preparando comida rica para compartirla con la gente que quiero, me da placer. Es un buen ejemplo de gratificación diferida, porque a veces hago cosas que se toman hasta dos días en estar listas. Y me disfruto tanto el hecho de hacerlas, como el comérmelas.

Hay un punto de equilibrio precario entre el ser feliz en el momento y tener la ilusión del futuro. Sin lo segundo, no tenemos ambiciones, metas, razones para avanzar. Pero si sólo creemos que vamos a encontrar placer en lo que está por venir, jamás vamos a estar contentos, porque el mañana siempre es al día siguiente.

Encontrar la manera de estar consciente de nuestro alrededor e identificar lo que nos llena la cara de sonrisas, nos da paz, nos llena, en ESE momento, es encontrar el marco de la realidad que estamos viviendo. Y es allí, dentro de ese espacio, en donde encontramos la verdadera felicidad. La vida va pasando y el chiste es cabalgarla y admirar el paisaje, independientemente si estamos en bajada o en subida.

Estar metida en la cocina y pasar por los pasos de una receta, me parece un acto de creación y arte.

A lo que olemos


Mi papá le tenía aversión al ajo. Recuerdo las tardes viendo al chef español que llamábamos «el Arjeñado» de cariño en la casa, decir: «y ahora un chorrete de aceite de oliva y un poco de ajo a la sartén», y escuchar el estómago de mi papá protestando fuertemente contra ese crimen. Lo peor era salir a comer y regresar, sólo para que me dijera que «apestaba a ajo». Nunca vine oliendo a licor, pero casi puedo decir que eso hubiera sido mejor que el ofensivo tufito.

Independientemente de la higiene personal y asumiendo que hablamos de gente igual de limpia, se pueden descubrir muchas cosas sólo con el olor de las personas. Especialmente cómo y de qué se alimentan. Generalmente, la gente que come cosas que no son de lo más sano, apestan. Huelen shuquito, por lo menos así lo siento. Y es que todo lo que nos metemos, repercute en lo que exudamos, no podría ser de otra forma.

Lo mismo con la información de la que nos alimentamos. La gente que se (de)forma su idea de la sexualidad a pura pornografía, saca a la luz sus expectativas irreales de una relación. Si nuestra idea de cultura es ver un «Reality», ni entendemos cómo llenar nuestra imaginación y pretendemos vivir la vida que ni los de los shows tienen. Juntarnos con gente que tiene una nube de negatividad nos hace sacar el depresivo interior.

Todo lo que ingerimos deja su marca, una más permanente que otra. Y no digo que no podamos salirnos de lo «sano» de vez en cuando. Sólo hay que saber cuánto tiempo queremos apestar.

Cada cierto tiempo

Cuando murieron mis papás, me tocó ordenar la casa. Sacar un volcán de cosas que estaban acumuladas. Encontré hasta los recibos de pago de mi primer año de colegio, más de 10 años después de graduada. Hurgar en los recuerdos que para ellos eran importantes y que para mí eran basura, me dejó una herida de tristeza. Y una inyección de pragmatismo. 

Durante nuestra vida vamos guardando cosas, recuerdos, ideas, sentimientos y los atesoramos hasta que se vuelven parte integral de nuestra personalidad. Y pocas veces nos tomamos el tiempo de sacarlos, ver que todavía nos sirvan y tirar lo que sólo hace bulto. ¿El desagrado por el fulanito que prefirió a la otra niña? ¿Que la acelga no nos gustaba de chiquitos? ¿Que somos torpes y por eso no hacemos deportes?

Nuestro equipaje cerebral nos pone las fronteras de nuestra capacidad. Muchos dd esos límites son viejos y, cual Europa del Este, deberíamos cambiarlos frecuentemente. Adquirimos nueva información, experiencias, personas, habilidades y todo eso que llevábamos guardado no sirve ni para enmarcarlo y ponerlo de adorno.

Sacando el veinteavo rollo de tape sin pegamento del escritorio de mi papá, decidí hacer limpia de casa por lo menos cada 10 años. Y ya me está tocando volver a hacerlo.

Primero voy yo

La consistencia es el fundamento del éxito en muchas cosas. Por ejemplo, si a uno de mis hijos les digo que x o y va a pasar si hacen a o b, pues eso es exactamente lo que pasa. Lo he hecho las suficientes veces como para que se sientan seguros que va a resultar la consecuencia anunciada de la conducta en cuestión.

Cuando decimos algo, sale aire vibrando de nuestra boca. Pareciera que es insustancial, al final del día «las palabras se las lleva el viento.» Resulta que puede ser muy diferente: las palabras que salen de nuestra boca nos amarran a lo dicho, nos forman, crean el mundo a nuestro alrededor. Una promesa dada, primero, ata al que la dice y le impone una carga de lealtad hacia sí mismo.

Esa misma vibración que permite percibir los sonidos, pareciera moldearnos, como si fuéramos mármol. Cada promesa rota, cada infidelidad, cada deslealtad, propinan un golpe que afea nuestra creación. Y es que nosotros nos esculpimos a nosotros mismos con nuestro comportamiento en la vida.

Por eso, consistentemente, procuro serme fiel y cumplir lo que prometo. Porque yo voy primero y no me quiero arruinar.

Bordar por partes

Mi mamá me enseñó a hacer muchas cosas, entre ellas bordar en cruceta. Se pueden lograr cosas maravillosamente complicadas con una puntada engañosamente sencilla. Las instrucciones sólo requieren de saber contarny distinguir los colores por sus símbolos asignados. Y ¡listo! Paisajes, retratos, botas de Navidad… Lo que se pueda imaginar. Pero es muy fácil confundirse. Una distracción, una mala cuenta, coser cansada, todo conspira para que las cosas no queden perfectas.

Cuando uno comete un error, tiene la posibilidad de seguir adelante, o regresar a enmendarlo. Depende de la magnitud de la metida de pata. Si cambia el resultado final y resulta uno con un pijazo en vez de un Picasso, pues más le vale a uno rectificar. Pero si se puede avanzar y terminar la tarea sin detrimento del destino deseado, pues mejor darle viaje.

La única forma de no cometer errores, es no hacer nada. Y lo único que no se mueve, es lo que no tiene vida. Deshacer un desacierto no es tan limpio como borrar una palabra en una pantalla. Siempre deja huella. Pero eso no necesariamente es malo. Nos recuerda por dónde erramos.

Al fin, después de muchos años, regresé a bordar. Estoy haciendo las botas de Navidad de mi tribu y ya llevo una y un cuarto. Y ya cosí y descosí y volví a coser. La primera me quedó preciosa, pero sé que tiene errores. Corregí los que pude.

No adelantarse

Las películas casi siempre me cuentan el final desde el principio. Ya sea por la escogencia del actor, o por el clima en la escena, o la música de fondo, pero casi siempre sé qué va a pasar. Eso es malo cuando se trata de una película de suspenso, pero en general trato de suspender mi usual receptividad y me disfruto ir al cine.

A veces me pasa lo mismo en la vida real y me adelanto a los hechos. Es más, esa habilidad para ir varios pasos adelante me ha ayudado en mi profesión pasada y en mi ocupación presente. El problema viene cuando doy el paso en una dirección equivocada. Como hoy, que estoy haciendo cola para cancelar algo que entendí que me iban a cobrar en automático en la tarjeta. Asumí y me equivoqué. Menos mal tiene solución, pero eso no me quita el sentimiento de haber sido tan tonta de equivocarme.

Adelantarse y suponer cosas no siempre es una ventaja. Sobre todo cuando tratamos con otros seres humanos. Hay que procurar que todas las comunicaciones sean completamente claras, que no haya lugar a malinterpretaciones, ambigüedades, o muladas. Y eso no sólo aplica para los negocios, en las relaciones personales es aún más importante saber exactamente en dónde se está parado, porque uno no es adivino.

Al final, el asunto no pasó a más y lo único negativo fue el sentimiento de frustración por mi mulada. La próxima vez mejor voy paso a paso.

Pensamientos a medias

Mi mente tiene ideas que a veces me cuesta poner en palabras. Como si pensara en colores que no existen y tengo que usar aproximaciones. Paso varios días con el bosquejo de un post dándome vueltas entre las orejas y, cuando me siento a escribirlo, no me sale y tengo que dejarlo para otra ocasión. Es un problema, porque tengo que aprender a comunicarme y, si no puedo sacar lo que tengo en el cerebro, no hay forma.

Hay muchas maneras de desarrollar una idea: escribirla, hacer una lista, hablar con otras personas. Cada uno tenemos preferencias de procesamiento de información y toma de decisiones y es muy importante conocernos lo suficiente como para saber cuáles son las nuestras. En lo personal, a mí me sirve hablar las cosas con alguien para que esas imágenes a medias se terminen de rellenar hasta volverse entes más sólidos.

Pero no sólo debemos saber cómo operamos nosotros. También es bueno conocer y respetar los procesos de los demás. No porque alguien necesite pensar más las cosas en silencio y soledad para poder opinar, quiere decir que no entienda la pregunta en el momento. Ni tampoco la persona que describe lo que le atraviesa por la mente es una cotorra sin control ni inteligencia.

A falta de personas físicamente presentes para pelotear ideas, también me sirven las palabras en la pantalla. A veces. Otras, como hoy, me siento a escribir de una cosa y termino hablando de otra completamente diferente. Espero que mañana sí me salga la que quería.

Gustarle a extraños

Preguntarle a un extraño si le gusto es compartir una idea con el viento.

Es sonreírle a un espejo roto.

Es tirar besos en una bolsa vacía.

Importarme si alguien más que tú me mira es desperdiciar mi atención.

Es montar un espectáculo para nadie.

Es tirar lo que escribo.

En el mundo hay dos personas que no son extraños y sólo a ellos quiero gustarles: tú y yo.