Los lugares comunes

Todos los que vivimos en el mismo momento del tiempo compartimos referencias culturales. No hay forma de escaparnos de, aunque sea, haber escuchado las mismas expresiones populares, haber oído hablar de los mismos programas de televisión, la misma música… Tengamos afinidad con ellos o no.

Las cosas que nos unen son de lo más sencillas, por supuesto, pero nos amarran como sociedad y nos dan un sentido de pertenencia con un grupo. Pocas cosas nos definen como humanos como pertenecer a un grupo.

Es cuando nos salimos de esos espacios en los que todos nos sentimos cómodos, que nos comenzamos a separar del grupo al que creemos que pertenecemos. No hay forma de ser un individuo sin diferenciarnos de los demás y eso muchas veces implica no estar de acuerdo. Con actitudes, con valores, con expresiones. Y está bien. Todos tenemos derecho de ampliar o estrechar el círculo de cosas que estamos dispuestos a adoptar en nuestra existencia.

Yo tengo mucha afinidad por cosas muy estrechas. Y por eso es que me cuesta entablar amistades, porque espero un comportamiento específico de  la gente que quiero y eso no siempre se obtiene. Mi mundo emocional es pequeño y yo ya aprendí a estar en paz con eso.

Los lugares comunes son simpáticos, pero no siempre coinciden con los de otras personas. Y eso está bien.

No soy yo, eres tú

Las redes sociales son la secundaria de nuestra madurez. Hay grupitos por todas partes y uno encaja hasta en el grupo de los que no encajan. Nadie es tan especial como para que no haya alguien más con las mismas carencias.

Mi red favorita es Tuiter. Es la interacción perfecta para no socializar. Uno puede llegar a alegar del tráfico, la edad, el jefe, el mundo y el pelo y, media hora después, nadie se acuerda. Y uno puede ser lo egoísta y malparido que uno quiera o portarse como gente agradable.

En general, la distancia que regalan las redes sociales nos da licencia para comportarnos de una manera que jamás se nos pasaría por la mente frente a otra persona. Me gustaría ver al primer valiente que se pare en medio de un centro comercial y grite a voz en cuello: «¡Send nudes!»  O-se-a. Podemos quitarnos una pátina de cortesía o al menos eso creemos. Nunca me dejan de sorprender esas personas tan pequeñas que sólo pueden tirar veneno y las entiendo aún menos si lo hacen con gente que no conocen.

Lo cierto es que no es que uno se transforme mágicamente en algo diferente de lo que es. Es que uno saca fuera lo que cree que tiene permiso de exponer al mundo. Y es muy triste ver que muchas veces es tan pobre.

Las redes sociales no son el problema. Como siempre, el problema es uno. Y, mejor si se va aprendiendo que lo que uno dice en una pantalla, es igual que decirlo a media fiesta de cumpleaños de la abuelita.

Cerremos este ciclo, por favor

Los humanos tendemos a marcar el tiempo para que represente principios y fines. Seguro que es por las mismas estaciones que se suceden y repiten. Obviamente nada nuevo allí. Lo divertido es que le asignamos significados especiales a fechas que ponemos en un calendario, como si se cerrara una puerta y se abriera otra, nos transformáramos en personas diferentes cual calabazas de Cenicienta a la medianoche, o automáticamente adquiriéramos sabiduría adicional.

Pero no. El tiempo en nosotros los humanos no es un círculo que se abre y cierra con cada vuelta de la Tierra alrededor del sol, sino un camino con altos y bajos en el que periódicamente hacemos una pausa para ver cómo nos ha ido.

Sinceramente, en esta pausa debo admitir que me ha tocado el trecho de camino más difícil de toda mi vida. Siento que he pasado hincada sobre piedras, de noche, con riscos a ambos lados. Y, me siento cansada. Triste. Sola. Hubo un terremoto en mi mundo y ya nada va a volver a ser igual.

Así que me estoy tomando una pausa un poco más larga de lo normal. Para ver un poco más lejos en el pasado y agarrar perspectiva del recorrido. Si fuera a medir mi vida por lo sucedido en los últimos dos años, podría pedir que mejor siempre sí me clausuraran la excursión y muchas gracias por participar.

Pero no. Hay más cosas por delante y creo que ya aprendí que, si no me gusta lo que miro frente a mí, siempre puedo cambiar de ruta, aunque sea por derroteros desconocidos.

Por esta vez, voy a ver el tiempo como un ciclo qué cerrar. Y lo voy a cerrar con candado y tirar la llave al mar. Lo que viene tiene que ser mejor. O me lo haré yo misma.

Las pequeñas inmensidades

«Ya es hora de despertarse», es el grito de guerra de todas las mañanas. Un par de cuerpecitos sin terminar, tibios y enredados entre las sábanas luchan por parecer dormidos ante el ataque de cosquillas, nalgadas y pellizcos que acompañan la inclemente luz que se les enciende aunque no haya sol.

La rutina de los días de colegio es inexorable. Porque las cosas comienzan a cierta hora y no hay opción. Y así nos movemos haciendo desayunos, dándonos duchas de dudable eficacia, remoloneando la salida inevitable. Pero lo logramos.

Supongo que hay un riesgo enorme de perderse en el mar de los horarios y olvidarse de la razón que nos hizo ponerlos desde un principio. No es lo mismo sólo fijarse en el corre corre, que ver a los ojos confiados que se dejan arriar, aunque no entiendan bien por qué.

A mí la vida estructurada me ayuda a no desmoronarme. Me gusta. Pero sí entiendo que me es muy fácil usarla de refugio para no tener que adentrarme en mis emociones y pensamientos más profundos. También me conozco lo suficiente como para saber que, a veces, le doy más importancia al afán.

Hoy saqué a un par de niños riéndose a carcajadas, con los bolsones completos, el estómago lleno, bien (casi) peinados. Se subieron al bus luego de estamparme dos besos sonoros. Y me dejaron un rato en la calle, sabiendo que mi corazón se lo llevan ellos a pedazos y que me dejan llena del suyo.

Esperando cuajar

Hay muchas recetas que requieren haberlas hecho antes para saber cuál es el punto perfecto. Cuánto tiempo amasar el pan para que leude bien. Cuánto tiempo dejar hervir la miel para que tenga «punto de bolita». Cuánto tiempo se cocinan los hígados de pollo para que no estén crudos, pero no se amarguen. Cosas que sólo se saben con la experiencia y que muchas veces llevan varios errores encima.

Y la comida sólo espera que uno la sepa hacer como se debe. Igual que una gelatina esperando cuajar. O nuestra vida que se queda patinando en neutro muchas veces porque no hemos tomado una decisión y seguimos avanzando.

Hay momentos mejores para elegir que otros. Y muchas veces no los reconocemos hasta que se nos pasan. Y, aunque así ya sabemos reconocerlos la próxima, siempre cae mal haberlos desperdiciado.

Tal vez hay que aprender a saber esperar, pero como un resorte, dispuestos a actuar cuando llegue el momento. Porque, aunque la vida sigue y siempre hay opciones, nunca son las mismas.

Espero tener cada vez mejor tino para encontrar el tiempo. Aprovechar la experiencia y avanzar cuando debo. Y no quedarme paralizada por el miedo a cometer los mismos errores.

Mundos paralelos

Me parece fascinante que ahora se discuta en términos de posibilidades científicas, temas que antes sólo valía plantear en la ciencia ficción. La física cuántica (me disculparán si no es ésta) considera que existen mundos paralelos al nuestro y que son infinitos por la cantidad de variaciones que pueden existir. Yo podría ser yo haciendo cualquier cosa en cualquier otro mundo. Y seguiría siendo yo. O no.

Todos en algún momento fantaseamos con lo que podría pasar si hiciéramos algo determinado. Una decisión que le cambia el rumbo a nuestras vidas. Un momento en el que cruzamos a la izquierda en vez de la derecha. Durante unos segundos, vivimos en esa posibilidad. Como vivir en otro universo. Tal vez para eso tenemos una imaginación tan vívida, para abrir portales en realidades alternas. Y por eso es que nos quedamos en esta. Porque nos vamos forjando el destino a punta de tomar decisiones.

Yo vivo en varios mundos a la vez. Me permite plantearme la validez del que existe afuera, entretenerme con el que existe adentro y escribir de otros tantos que pudieran servirle a alguien más. Fantasear no resulta del todo malo, cuando nos podemos escapar sin dejarlo todo tirado. O ponernos en un momento de tomar decisiones. De cualquier forma, es bonito saber que existen más mundos que éste. Tal vez en alguno estoy siendo mejor.

Comenzar de nuevo sobre lo viejo

Resulta que tengo que volver a aprender a caminar. Porque yo aprendí a dar pasos largos.  Y resulta que para el karate no son tan largos. Y es un rollo porque tengo casi 41 años de caminar de una forma y ahora lo tengo que hacer de otra.

Desaprender algo arraigado es más difícil que empezar de cero. Como mantener una conversación sin cargas emocionales en una relación de años. Asociar lugares viejos a recuerdos nuevos. Cambiar de hábitos. Siempre es más fácil llenar un asiento vacío que sacar al ocupante.

Pero si sólo nos quedamos en lo que ya sabemos, casi que mejor encerrarse en un cuarto y no hacer más que respirar. Y, como que eso no. La mejora constante también está en cambiar lo que llevamos haciendo de siempre por algo mejor. No sólo tirar lo que traemos para hacer algo nuevo. O sea, no olvidamos un idioma cuando aprendemos otro.

Requiere mucho más esfuerzo, porque implica aceptar que algo estamos haciendo «mal», que tenemos que cambiar. Cuando podríamos pensar que lo habíamos hecho lo mejor que sabíamos y que simplemente hay que hacerlo mejor. Como respirar para cantar. O practicar una técnica nueva en un instrumento. O dar el paso del tamaño que toca en el karate sin parecer caballo.

El tiempo fuera del tiempo

La niña, luego de un fin de semana de no comer más que cosas de caja, amaneció con dolor de estómago. De esperarse, comprensible y completamente perturbador del lunes y sus vueltas. Porque, cuando uno de los dos está enfermo, me toca quedarme con ellos, viendo caricaturas o acostada con ellos, dependiendo de la gravedad.

Así que he pasado en mi cuarto, viendo salir el sol, viendo pasar varios programas de niños y viendo cómo me duermo y despierto como si la enferma fuera yo.

El tiempo que pasamos haciendo cosas que no están dentro de nuestras actividades normales se siente elástico. Como irse de vacaciones, entrar a un curso especial, hasta estar en cama con alguna enfermedad. Tal vez dan ganas de no haberlo «desperdiciado». Piensa uno en tantas cosas que pudiera estar haciendo. Pero la pausas también sirven, aunque sean involuntarias. No siempre se puede hacer todo lo que uno quiere. Ni aún cuando se está con algún impedimento. Y está bien.

Aproveché para reconectar con lo que está viendo la niña, para escribir, para leer y para dormir. Y dormir. No es tiempo perdido, es tiempo metido en el frasco que contiene ese líquido viscoso y brillante de los momentos vacíos invertidos en no hacer nada.

La niña se curó a la media hora de haber pasado el bus. Normal.