Enfriarlo todo

Hay un momento para hacer las cosas. Los límites se ponen de inmediato. Los cariños no se aplazan. Pero hay discusiones que es bueno dejar enfriar.

Tenemos la capacidad de comunicarnos y el defecto de no saber hacerlo. Nada empaña tanto una buena intención como un mal exabrupto emocional. Y es que, la mejor de las habilidades que adquirimos como seres humanos con el paso del tiempo es un tiempo de reacción que nos haga esperar. Sólo porque nos enojamos no quiere decir que tengamos qué estallar. Sobre todo cuando eso implicaría destruir una relación que se quiere conservar.

Así que, igual que con la comida, hay que saber en qué temperatura servir las cosas.

Nuevas tradiciones

Encontré la forma que a mí más me gusta para hacer salsa de carne. Es una mezcla de varias que he probado, pero lo esencial es hacerla con carne con hueso. Y mucho vino. Así me gusta a mí. Lo que me tiene encantada es haberme liberado de hacerla de una forma en particular que no me satisfacía del todo aunque fuera lo tradicional.

El tiempo junto con la acción dan paso a los rituales . Éstos nos ayudan a mantener vivas formas probadas durante décadas de hacer las cosas. Nos mantienen conectados con nuestros antepasados y nos afianzan en la línea del tiempo hacia futuro. Pero no deben ser inamovibles. Porque todo es sujeto a cambio y cada persona debería hacer propio, suyo, lo que hace siempre. Y dejar que los que vengan lo hagan también. Conservar el espíritu, no sólo el ritual.

Les he enseñado a mis hijos las recetas que me gustan. Espero que las hagan cuando yo no esté y que un descendiente lejano aprecie mi predilección por la carne con hueso para la salsa.

Un estilo propio

Los seres humanos somos animales con poca gracia. Basta con verle las plumas al pájaro más simple para admirar lo que hace la naturaleza y lo poco que tenemos como especie. Por eso nos vestimos. Claro, para no morir de frío también, pero la ropa siempre ha tenido un elemento decorativo.

En nuestra modernidad, la moda se vuelve una necesidad tonta y cambiar de forma de vestir cada año en una carrera de nunca acabar. Pero hasta la persona más simple (como yo), sucumbe a la gana de vestirse de cierta forma. Porque no deja de ser una expresión de nuestros gustos. La forma externa inmediata como nos presentamos al mundo. Lo primero que decimos sin abrir la boca.

Encontrar un estilo propio puede convertirse en una satisfacción. Y si uno lo hace ya grande, en la exploración de uno mismo, porque uno se aleja de lo que está en la última vitrina y encuentra lo que le gusta a uno en verdad. Y eso también tiene valor.

Aprender a poner límites

Acabo de escuchar que el ser siempre conciliador no es necesariamente señal de ser buena persona. Es más de ser débil. Y eso me ha trastornado mucho mi forma de revisar mis relaciones.

Ser fuete, peligroso inclusive, y optar por no ser violento, tiene todo el mérito. Saber que uno puede lastimar a alguien y escoger no hacerlo. Es mejor tener esa capacidad. El contrario es no poder defenderse ni de un mosquito y revestirse de buena persona simplemente porque uno es incapaz.

Me gusta cómo he aprendido a poner límites. Y sigo aprendiendo. Pero me gusta aún más que les doy la opción de hacerlo a mis hijos, incluyendo conmigo. Porque lo más difícil es construir las barreras del respeto con la gente cercana. Eso, allí, es en donde se mide la fuerza, no la violencia. Y yo quiero ser fuerte.

El valor de las cosas

Tiendo a ser muy sentimental con mis cosas. Les adscribo un significado especial y las conservo por mucho tiempo. Es algo que hacemos los humanos de manera inconsciente.

El desarrollo del lenguaje tiende a lo mismo. Le adjuntamos valor a las palabras, aunque objetivamente no lo tengan. Y cada persona le da un sabor ligeramente distinto, dependiendo de qué ha vivido alrededor de esos conceptos.

Tal vez lo más importante es entender que cualquier valor que le pongo a lo que me rodea, viene de mí, no necesariamente del objeto. O la persona. O la relación. Porque soy yo la que le aporto mi vida a lo que me importa. Es bueno saber que lo importante está adentro.

Conocer

Tengo una amiga que dice, no sin razón, que la confianza apesta. Y es que confunde tener confianza con la falta de respeto, tanto propio como del otro. La convivencia constante no debe borrar los límites de la educación. Por eso detesto esa familiaridad excesiva que permite groserías. Simplemente no es lo mismo.

Para una verdadera intimidad se necesita conocimiento y apertura. Si no se es vulnerable, poco se puede sembrar sentimentalmente, porque no hay profundidad. Pero una cosa es la apertura y otra muy distinta es una falsa desnudez en la que la gente se despoja de la amabilidad. El ser sincero sin groserías es la medida justa de una amistad que perdure.

Me gusta conocer a la gente que tengo cerca. Eso no implica ni que me tengan que decir absolutamente todo, ni que tengan que perder la educación cuando me tratan.

Vivir con más gente

Nada pone tanto a prueba una relación como compartir baño. En el caso concreto de dos mujeres, la cocina. O que una use las cosas de la otra. Me está siendo patente con la niña adolescente con la que comparto espacio y que de repente se lleva mis cosas. Para una hija única como yo, es complicado.

La vida en sociedad requiere muchas adaptaciones. Para que sea exitosa todas las partes deben sentirse en ventaja, con negociaciones donde todos ganen. Lo demás no sirve.

Así que, a veces, me toca ir a buscar mis esmaltes a otro cuarto. Y me encanta que haya otro cuarto, con otra persona con la que comparto espacio. Porque es un privilegio tener familia, vivir con ellos y verlos crecer. Así todos ganamos.

Decisiones

Las opciones más difíciles son entre dos cosas similares. Por eso cuesta tanto escoger yogur en el súper. Aunque buscamos nuestra máxima conveniencia, tomar decisiones siempre supone excluir todo un universo de posibilidades a favor de una única vía. Y eso nos causa conflicto.

Sólo tenemos certeza de la bondad de lo escogido hasta mucho tiempo después. Y hasta eso es con un poco de engaño, porque no podemos saber qué hubiera sido en el otro camino. Simplemente no hay manera de regresar en el tiempo, tomar la otra decisión, y compararlas años más tarde.

Así que, antes cosas que se parecen, no me detengo a pensarlo demasiado y no me arrepiento. No tengo tiempo.