En pedazos

Desmadejo mis venas

Te entrego un hilo

Mi sangre la dirección

Para que llegues a donde estoy.

Allano con palabras

El camino

Las formo del aire

Que dejo de respirar.

Hago yesos de mis manos

Las gastas en paredes

De esquinas confusas,

Pasillos oscuros.

Me deshago entera

Haciéndome camino.

Vacía por dentro

Lo peor que uno puede sentir es que no es suficiente. Que no importa cuánto sepa hacer, cuánto sea, cuánto dé, nunca va a ser suficiente. Es una piedra con filo que desgarra y le recuerda a uno que siempre falta algo.

La pesadez oprime. Dan ganas de salir volando, aunque sea de un puente.

El remedio puede ser dejar ir todo lo que uno cree que es y quedar vacía, ligera. Sin querer dar, sólo ser. Tal vez por eso nado, para sentir que floto.

Todas las pelotas al aire

Estar en medio de una negociación es como hacer malabarismo con demasiadas pelotas. Y también así se siente organizar vida con hijos y esposo y trabajo y amigos y uno mismo. Es emocionante pero inevitablemente alguna tiene que caer.

Lo malo es que frecuentemente la que se cae es la que implica darse uno mismo su tiempo y ponerse atención. Es la más sencilla de dejar fuera y la que más afecta en el mediano plazo no cuidar.

Tal vez necesito dejar todas las otras guardadas un rato y sólo jugar con una. No es un espectáculo muy impresionante, pero sí el que me hace bien. Además no es para siempre.

¿Te dolió?

Las emociones que sentimos alrededor de los demás tienen todo qué ver con nosotros y poco con lo que nos pasa, menos con lo que otra persona haga. La reacción primaria es sólo eso, un momento inicial en el que no tenemos control y que luego se desarrolla en nuestro interior. Lo que sentimos, generalmente, se alimenta de nuestras vivencias anteriores, de la cosmovisión que tenemos y de las creencias acerca de nosotros mismos que probablemente llevamos desde niños.

Ese dolor que nos aplasta porque la persona que queremos no nos quiere como nosotros queremos que lo haga, ni le quita fuerza al cariño, ni nos indica cómo se siente el otro. Sólo nos sirve de faro para entender en dónde está el agujero de autoestima que carcome nuestro interior. Es el ego lo que lastima. El poner en causas externas el motor de nuestra vida. En esperar cosas de los demás.

Yo vivo recordándome en dónde me falta y tratando de ocultarlo para no ser vulnerable. Lo cual me hace aún más propensa a salir lastimada si no obtengo lo que quiero. Cuarenta y tres años de vida no son suficientes para trascender eso y no creo que me basten otros cincuenta más. Pero sí puede tomarme un momento para respirar y hacerme dueña de las emociones que surgen, no dejarme aplastar por ellas.

Sí. Duele. Qué bueno. Allí hay que trabajar.

Te dejo una marca

Tengo amigos de muchos años con los que nunca hablo y amigos recientes con los que tampoco hablo. Supongo que soy un poco arisca y me acaban de decir que acepto a menos gente a mi alrededor. Tiene qué ver con mi adolescencia, cosa de la que no vamos a hablar, todos tenemos historias de infancias y adolescencias complicadas y llenas de carencias.

Pero todos pasamos por la vida de los demás dejando alguna medida de huella. No vivimos aislados y no podemos estar sin mezclarnos con la gente que nos rodea. Aunque no nos demos cuenta, hasta en el tráfico incidimos en el día de la gente y marcamos nuestra presencia.

Si puedo elegir, quiero pensar que mi huella es liviana y que no duele.

Por escrito

Te lo puse todo por escrito

Palabra por palabra

Metiendo mi voz en la tinta

Mis ojos en los espacios.

Verlo sobre el papel

Inerte hasta que lo leas

Igual que mi piel

Mientras no la tocas.

Las conversaciones difíciles

El niño estaba de tragedia por algo que le importa mucho y me pidió salirse. Del colegio, de sus amigos, de su círculo. Es algo remediable, pero que requiere quedarse en un lugar incómodo. Y a mí me toca decirle que le tiene que hacer huevos.

Me encantaría quitarle todos los obstáculos y que no tuviera ninguna de estas crisis, porque me duele verlo doliendo. Me toca a mí aguantarme y decirle que no se va a ir a ningún lado, porque los problemas se enfrentan y solucionan. Que se forma el carácter. Y que yo estoy a su lado, apoyándolo.

Supongo que el aprendizaje es para ambos y no sé si lo estoy haciendo bien. Pero sí quiero creer que él sabe que lo quiero y que estoy allí para él. Siempre.

Tan fuerte como mi vulnerabilidad

Hablar acerca de lo que hago bien es energizante. Me hace sentir feliz, entera, pongo una buena coraza entre el mundo y yo y me siento invencible.

Todos tenemos un lado fuerte con el que nos presentamos y que nos es fácil de manejar. Aunque es rígido y nos hace menos ágiles, más dispuestos a quedarnos en donde estamos. Las armaduras son pesadas y, una vez se quiebran, difíciles de reparar.

Las usamos para proteger el lado suave y blando que no mostramos porque duele. Lo guardamos en una caja fuerte y hasta nos olvidamos que existe. Pero esa debilidad es la verdadera fortaleza que tenemos. La capacidad de dolor nos dice qué mejorar, en dónde crecer. Y allí está cómo dejar del lado lo rígido y quebradizo y salir con nuestra propia fuerza.

Mi vulnerabilidad me ayuda a ser fuerte, porque tengo que enfrentarme a mí misma.

Perder ego y ganar conexión

Creo que uno no debe hacer cosas que vayan en contra de las preferencias personales por satisfacer a otra persona. Pero también hay que adaptarse en una relación a ceder. Así se camina en el filo del ego y la conexión, cosa que aún no aprendo a hacer del todo pues soy hija única y nunca aprendí a compartirme.

El ego sirve para preservarnos, para forjar nuestro carácter, para levantarnos cuando estamos solos. Pero también para construir barreras y apartarnos de las personas que podrían ayudarnos si tan solo nos dejáramos. Muchas de las molestias que sentimos cuando estamos con los demás tienen más que ver con nosotros que con ellos.

Tengo un poco herido el ego y me siento incómoda en el lugar en donde estoy. Supongo que debo valorar más las conexiones que estoy logrando, pero ahorita mismo no puedo sentir mucha satisfacción. Espero llegar a ese lugar más sano pronto.

Explicar pasados en diferido

El niño no sabe qué es una casetera ni un walkman. Explicar cómo esperábamos a grabar nuestras canciones de la radio suena a operaciones complicadas sin mucho sentido. Ir a una tienda de discos cuando tenías dinero, aguantarse a los locutores que interrumpían las canciones, enseñar qué es un cassette. Cosas que no tenemos en común con los niños y que marcan una forma de ver el mundo.

Luego leemos costumbres del pasado más lejano y no nos parecen tan distintos, tal vez porque nos concentramos en la parte humana y no en las costumbres incidentales. El ser humano no cambia en sus necesidades básicas, los sentimientos son universales y tenemos las mismas emociones que una persona en la prehistoria. Es más, también tenemos las mismas motivaciones, aunque tengan diferente forma.

Logramos encontrar historia compartida si nos vamos a lo básico. Con cualquiera. Y eso es tan valioso para reconocer la humanidad en el otro como indiferente es la mayor parte de externalidades, aunque éstas sean más evidentes.