Tengo mocos

Me enfermo muy ocasionalmente. Y cuando me pasa, me pasa fácil. Lo tengo que tomar con calma y sin medicinas, porque ni para eso soy normal y tomar descongestionates me causa complicaciones.

Es impresionante que, hasta hace un siglo escaso, tenemos medicinas que nos parecen de todos los días, como los antibióticos. La gente se moría de una picadura de mosquito, si tenía la mala suerte que se le infectara. Se diezmaron poblaciones enteras en América por la conquista de los virus, que les abrieron paso a los europeos. Y, recientemente, se paralizó nuestro mundo con un catarro en esteroides.

Las enfermedades se sienten horrible en cuerpo propio, espantosas en cuerpo de los hijos y como cosas insuperables en el cuerpo del marido. Sólo me toca hacerle ganas y sonarme.

Respirar

Entre la emoción y la palabra

la distancia es un aliento

o se echa gasolina en un fuego

que no siempre se puede apagar

como contigo.

Contigo no quiero respirar

que arda todo.

Las emociones libres

Creo que con la edad se me rompió la conexión entre mis emociones y la permanencia. O sea, sobre todo lo negativo, lo siento a profundidad y se me pasa. No queda nada. ¿Será que se me lavó la parte donde uno se ve afectado por las cosas?

Lo más importante de la meditación (creo), es encontrar el espacio entre la emoción/pensamiento/deseo y la reacción. Lo primero es imposible controlar, pero lo segundo no. Y allí crece uno. Todo ese espacio sirve para sentir profundamente. Y soltar.

Ojalá sea eso verdaderamente lo que me está pasando. Porque vivir con lo malo a tuto cansa. Sólo espero que no sea porque estoy (más) rota por dentro.

Un año más

Hola Mama. Ya pasó otro año y te recuerdo bien a mi edad. Me pasaste una pastilla para la tos a media misa de mis quince para que no estuviera haciendo ruido en la ceremonia. Todavía siento el gusto amargo/dulce de la medicina. Creo que por allí tengo las fotos, tú vestida de azul.

A ver, recuento de los daños de este año: estoy en un programa de radio haciendo análisis político. Imagínate. Si la que estaba siempre enterada de las noticias eras tú. Mi papá te decía que leías hasta el canto de las hojas de los periódicos. Pues así estoy un poco ahora, chilero, la verdad. Es un ejercicio en absorción rápida y juntar piezas para poder darle forma a lo que uno intuye. Me cuesta todavía que mi boca vaya a la misma velocidad que mi cerebro, pero creo que cada vez me sale mejor. Es divertido/abrumador estar un poco bajo la lupa de mucha gente. Ya me voy acostumbrando.

Los niños, Mama. Los niños están divinos. Cada vez platican más rico y las comidas en familia son interesantes y divertidas. Hay que estar atento a todo porque si se te escapa algo ya perdiste el hilo y no hay quién te explique qué está pasando. JM ya está más alto que Mario, Mama, es enorme y flaco y lleno de barros y no se corta el pelo y se viste horrendo y a veces amanece todo adolescente insoportable. Pero a veces me da un beso y un abrazo y me derrito y me sonríe y a veces se acuesta un rato en mi cama antes de ir a dormir y recuerdo que soy su mamá.

La niña está cada vez más linda, con una sonrisa que ilumina el mundo y el carácter de general del ejército de Napoleón que agradezco que haya sacado, pero con el que me toca lidiar. Belleza, Mama, allí manejando su condición con una entereza casi elegante. Demasiado para sus añitos, pero es lo que le ha tocado y ni modo. Está aprendiendo a hacer lo que puede con lo que tiene. Da los mejores abrazos del mundo, quiere estar vestida «fashion», pero aquella tu moda… Y la he visto crecer, no se fue y no tengo vida suficiente para agradecer la suya.

Tengo perros, Mama. Dos, de hecho. Pastores alemanes enormes. Al principio me daban un poco de miedo, supongo que algo de temor me quedó de la mordida, pero como me hacen caso, ya me siento mucho más cómoda con ellos. Son divertidos y cariñosos. Qué bueno que entre la niña y Mario me convencieron de tenerlos. Los gatos se quedaron en el segundo piso y tenemos implementada una efectiva Apartheid.

Casi me hago el pollo con almendras de mi cumpleaños, pero me dio pereza. Ya me lo haces tú más tarde. El pastel de semilla de amapolas también.

¡Ay! Tengo suficientes libros nuevos por leer para que me duren unos seis meses, soy tan dichosa. ¿Cuándo nosotras con tanta abundancia? Te hubiera gustado Stoner, creo. La que leí de Gustavo también. Cien cuyes. Debimos haberla leído y comentado hace 18 años, Mama. Yo casi no he escrito este año. No he tenido suficiente material, o tiempo, o ganas. Tal vez lo retomo aunque sea para escribir postales y no mandarlas, no hay correo.

Te sigo extrañando y eso no se quita con los años, se esparce. Léele esto a Papa, porque, conociéndolos, algo se hablan. Te quiero. A los dos.

Los detonantes

En mi casa dicen que soy enojada, pero quiero creer que es más “exigente” la palabra correcta. Tal vez son distintas formas de pronunciar la misma fruta, pero para mí sí hay una diferencia. Y es que, para enojarme de verdad, falta que se junten muchas cosas.

El enojo es una emoción que empuja a la acción. Como tal, es excelente para defender ante un ataque y para fijar posiciones inamovibles. No sirve mucho para construir una relación amorosa o filial. Tal vez es fácil pensar en el enojo como el picante de las emociones. Un poco, bien puesto, ayuda al entorno. Mucho y hay problemas a la entrada y la salida.

Es bueno aprender a enojarse. Y a desenojarse también. Además de saber no reaccionar como rinoceronte herido suelto en cristalería.

Pero si ya me salía

Me salió hacer el cuervo del lado antes que de frente. Estaba feliz. Ahora no me sale ninguno de los dos. No es una cuestión física, aunque el dolor de hombro tal vez sí me hace tener cautela. Es una cosa de mentalizarme. Como cuando me subo a una montaña rusa.

Tenemos límites físicos evidentes. No podemos ser más altos, cambiar el largo de nuestras extremidades, modificar las habilidades innatas. Todo es es el papel con el que nacemos, los colores que nos dan y los pinceles que podemos usar. Pero qué hacemos con eso, allí entra la imaginación, la perseverancia, la inspiración. Y con eso se pueden hacer cosas maravillosas.

Tengo que poder volver a hacer el cuervo en todas las posiciones. Si ya lo hacía. Aunque me tenga que quitar otra vez el miedo. Eso es lo más complicado. Pero si ya lo hice una vez, seguro lo alcanzo otra.

Oler rico

Entre las cosas que huelen bien

la ropa caliente de la secadora

el pan recién horneado que no como

esa flor que nunca he visto en el bosque

mis hijos, de pequeños, ya no

está tu recuerdo atrapado en un collar

esa perlas todavía huelen a ti

por eso no las uso, se va a gastar lo que me queda de tu olor.

Ya no quiero

Mi cumpleaños es en una semana. Hasta ayer, pensé que tenía ganas de cumplir años. Hasta ayer. Otra vez se me quitaron, como los últimos diecisiete años.

Nada atrasa la muerte, pero la vejez sí se puede distraer un poco en el camino. Y no es que necesite verme diez años más joven, aunque no estaría mal, sino moverme con libertad.

Quisiera que estuviera mi mamá y me hiciera pastel. Y me dijera que me engordé/adelgacé/despeiné… cualquiera de sus formas pasivo-agresivas de cariño. Y que me hiciera pastel.

Hablar

Hoy el adolescente me hizo un comentario que me cayó como una pedrada sobre mi vajilla favorita. Luego de sacudirle las emociones, dar un paseo en carro con los perros y tomar agua, lo senté.

Hablar para entenderse. Parece tan sencillo. Al fin y al cabo es precisamente para eso que está el lenguaje. Pero no lo es porque nos centramos en hablar desde las emociones propias y a veces no son tan bien recibidas. O no se entienden. O no son relevantes. Me pasa con los niños que no tienen tanto en común de vida conmigo por la lógica diferencia de edad.

Cuando le expliqué al joven qué era lo que estaba mal de su comentario, traté que el tema fuera él, no yo. Poco le importa ahora cómo me siento, para algo es adolescente. Pero sí le interesa cómo se mira él. Y tal vez ésa sea la clave. Sí se trata de las emociones para entender, pero las de los demás.

Armar el cuento

Hay unas desviaciones profesionales que son más entretenidas que otras. Por ejemplo, preferiría ser artista y buscar la belleza o inspiración en todas partes a ser patólogo y ver muerte y enfermedades. Pero que uno tiene ciertas proclividades al momento de revisar su mundo, las tiene.

En lo personal, desde que soy abogada trato de hilar las consecuencias de los actos hasta el último momento previsible, aunque no sea a veces ni remotamente probable. Desde que escribo, esa inclinación a seguir los pasos imaginarios a futuro se une a la diversión que hay en construir una posible historia. Es entretenido sentarse a ver pasar gente e inventarles una narrativa.

Lo malo es cuando ambas preferencias me hacen ver micos aparejados por todas partes y a construir historias que ni de cerca se aproximan a la realidad. Allí le tengo que dar un sedante imaginario a mi cerebro y hacerlo que descanse, porque necesito que se apague de vez en cuando. Claro que se desquita soñando y allí sí no hay voluntad que valga.