A la orilla

Todos somos paredes en el mar

no para atajarlo,

cualquier ola salta un muro

para darnos una cara conocida

ante lo que no hemos atravesado.

La orilla de nuestra vida

está rodeada de lo que tenemos por hacer

y cada nueva mano

que le siente el borde a la piel

es un horizonte descubierto.

Voy a construir mi vida

en medio del lugar

que queda por recorrer

entre tu playa y la mía

el océano de por medio

y las olas salando nuestra piel.

Una pequeña pausa

Todas las tardes tengo la costumbre de tomar una taza de chocolate caliente. Tengo excusa médica: debo tomar colágeno. Y no lo voy a mezclar con agua caliente. Así que saco la cocoa, le pongo crema y el bendito colágeno, todo sea con tal de no arrugarme (más). Como todo en mi día, es parte de una rutina que me ayuda a pasar a mejores cosas sin pensarlo mucho. Es la pausa de la tarde, a la hora en la que nada pasa aún y faltan horas antes de la cena. Está bien, eso de las pausas, ayudan a tomar inventario de lo que hay. A veces no hay nada, el día está gris. Otros, hay mucho trabajo y niños gritando. Y otras, como hoy, sólo está la computadora y la taza de chocolate caliente.

Tal vez la aproveche para llenar la pantalla de todas las palabras que nadé por la mañana.

Las causas próximas

Ver una roncha y aplicar ungüento alivia lo externo. A veces eso es suficiente. Pero si no se encuentra la causa inicial de la molestia, de poco sirve. A mis hijos les daba sinusitis muy seguido y realmente fue angustiante. Eran muy pequeños y tenían que tomar antibióticos: el ungüento. Desesperada, comencé a investigar qué más podría estar pasando y resultó ser un caso crónico de reflujo. Curado el reflujo (la causa inicial), nunca más tuve que aplicar el ungüento.

No todo tiene soluciones tan elegantes que hacen que todo funcione bien. Pero quedarse en lo superficial es peor que enmascarar un mal olor con perfume.

Lo más importante es tener abierta la mente a qué más puede haber. Claro que cae bien aplicar remedios para lo próximo.

No alimentar para que no crezca

Hay un principio fundamental para lograr cualquier cosa: uno lo cuida, lo persigue, lo practica, lo alimenta. Cualquier pasión hay que mantener con combustible y seguirle la pista, agregarle lo que necesite. Pero hay cosas que uno no quiere en su vida e igual les da de comer.

La ansiedad es uno de esos monstruos, porque se come nuestras propias ganas de evitarla. El insomnio. Los celos. Cada vez que uno les pone atención, los vuelve más grandes, porque abre aún más el agujero que nos carcome. Lo sé, porque soy experta en pensamientos obsesivos.

La verdadera clave es sustituirlos. Aunque cueste sacar al inquilino de la mente cuando ya lleva mucho tiempo aprovechándose de ocupar un espacio sin pagar renta.

La última cosa conocida

La playa nos enseña la orilla de lo que conocemos. Nada tan familiar como el límite antes de lo oculto. Para eso están las paredes, de las que sabemos hasta el último ladrillo, las rejas, las líneas en los mapas, las reglas, los tabúes. Una prohibición que nos acerca todo lo que podemos al fuego sin quemarnos. Hasta que alguien alarga la mano y se muere. O no.

Salirse de lo conocido significa simplemente ampliar un poco las líneas de nuestro marco, hacer propias las cosas extrañas. Requiere fuerza, valentía y desapego, lujos que no siempre tenemos.

Lo verdaderamente extraño es que siempre estamos caminando hacia lo nuevo porque nada permanece igual. Y a veces gastamos demasiadas energías en conservarlo todo como era antes, porque creemos que era mejor. Pero, como cualquier cosa idealizada, nada es tan bueno como lo recordamos ni nada tan malo como lo imaginamos.

Todo tiene un límite que nos acerca a lo siguiente y a veces, sólo es cuestión de no pensarlo y dar el paso. Porque es mejor darlo a que lo empujen.

Un día como otro

Ya es jueves, mi amor (¿amo el día o a alguien?)

Nos liberamos al fin de la tiranía del martes

Que no existe, sólo tiene nombre.

El jueves sabe al vino de mañana,

aunque mañana venga otro día,

termina en viernes, que siempre se presenta bonito,

al menos nos da la esperanza de serlo.

¿Cuántos jueves pasaremos esperando

a que sea mañana y abramos la botella?

¿Se pierde el mundo sacando el corcho hoy?

Al menos sí se quedaría en el olvido

la ilusión de llegar a otro día,

que es igual que hoy, pero es otro.

Las cosas no apropiadas

Tengo un par de botas altas negras que podrían no ser apropiadas. Esa calificación, la de ser o no “apropiado”, sólo sirve en contextos sociales particulares. Yo misma le digo a la niña que no lo es salir en piyama. O pienso que no debo ir a Misa en minifalda. Le han recalcado a uno que no se ría muy recio, sea muy efusivo, diga malas palabras.

Ahora que lo pienso, casi todo aplica a mujeres siendo abiertas, sin filtros, expresándose. No tengo respuesta para un porqué y sí sé que yo misma me adhiero a muchas normas.

Pero estas mis botas son muy lindas y me las pongo con vestidos muy cortos.

Cuestión de horarios

Es martes y ya no hay mucha diferencia con los lunes. Tal vez es el día con menos personalidad de la semana. No tiene ningún mérito propio. Es demasiado temprano para justificar un vino. No es lunes para renegar y termina aún siendo la mitad de la semana. Podríamos cambiarle el nombre y seguiría siendo un día muy sin gracia.

Lo que ayuda a pasar los días así son los horarios y la rutina, que se siente como la bajada por una colina sobre un cartón. Al final ya hay velocidad.

Así, escribo y espero que sea hora de cenar porque mañana es miércoles y ya va pasando la semana.

Un cuaderno de apuntes

Me encantan los cuadernos vacíos. No me gusta arruinarlos con cosas y a veces los dejo así. Sin usar. La posibilidad de una hoja que contiene todo en potencia hace que lo único que se puede hacer con ella es eliminar todas las demás cosas que no se pusieron. Como los silencios en los que caben todas las palabras.

El problema es que la vida no transcurre en el vacío y se necesita llenar, hasta de manchas, para que sirva. Una hoja en blanco es un principio.

Tengo un cuaderno nuevo tan lindo que estoy dispuesta a llenarlo de cosas que no sean perfectas.

Sin temor

¿Cuáles son las peores pesadillas? Para mí, las que no me dejan hablar o correr o pegar. Se me va todo el poder. Sentirme desvalida es horrible. Para otros eso se manifiesta en cosas como aparecer desnudos frente a mucha gente. Igual creo que viene de sentirse vulnerable.

Estamos hechos para vivir en cooperación. Los humanos somos esencialmente sociales y necesitamos de los demás para sobrevivir hasta en el plano psicológico. Nuestros mayores temores son quedar fuera de la tribu y nuestra mayor enfermedad moderna es no tenerla. Nos quedamos en una sociedad con reglas tácitas poco claras y muy cambiantes. Así, cualquiera puede quedarse fuera.

Supongo que seguiré soñando de vez en cuando que no puedo correr, sólo para darme cuenta cuando despierto que igual detesto hacerlo.