Todo llega aquí

Se me acumula el mar

en este pedazo de orilla

viene todo, luego se va

una gota trae el universo

es eterno, aunque no dure

yo intento escribir tu nombre

donde no se borre

pero la arena no me escucha

y te libera siempre

tal vez tú regreses también

para irte de nuevo.

Las cosas sin fin

La vida no se acaba nunca. Y no es que crea que no me voy a morir, es que las cosas que hacemos vienen de jna cadena anterior a nosotros y continuarán mucho después que ya no estemos. Algo así como lavar la ropa.

Creer que las relaciones se quedan estáticas en el momento en que decimos “sí quiero”, o que los niños siempre serán como cuando tuvieron su mejor o peor día hasta ahora, o que uno mismo sigue siendo el mismo, es verdaderamente creer en fantasías. Hasta el mundo, el sol, el universo, se mueven, cambian. ¿Cómo no va a hacerlo uno? Y así vamos, construyendo lo siguiente, sin parar.

Nuestras historias son capítulos en una saga más grande y, como tales, forjan un eslabón. Que claro que es individual, pero también parte de algo más.

Nada termina por completo. Siempre queda ropa qué lavar.

Esperaba que no pasara nada

Tengo fiebre. Me duele todo el hermos cuerpo. Una reacción a la vacuna. Creí que no me iba a pasar, pero uno definitivamente no escoge cómo va a reaccionar el cuerpo. El mío está haciendo berrinche. Y la vida sigue encima, tengo que lavar ropa, ver el almuerzo. Porque las cosas se detienen sólo cuando dejan de existir.

Supongo que puedo hacer una pausa. Tomar medicina y tener antojo de ramen.

Pero también tengo sábanas en la lavadora.

Dejarse llevar

Vimos una película que simplemente no traté de entender. Sólo la vi. Buena, muy buena. Con un argumento tan complicado que o se podía aceptar, o no disfrutar.

En cualquier relación, hay cosas de los demás que no entendemos. Aunque tratemos. Si a veces nos cuesta con nosotros mismos. No hay forma que terminemos de hacerlo totalmente con alguien más. Y está bien. Porque podemos disfrutar su compañía o arruinar el momento tratando de satisfacer una necesidad nuestra.

No siempre hay explicación para las cosas. O no siempre es satisfactoria. Porque no estamos nunca en los zapatos de los demás. Sólo nos toca decidir si los aceptamos, o no.

Feliz cumpleaños a mí

No sé, de verdad, por qué cumplir 45 me esté dando tanto pesar. ¿Será que es por estar en ese punto intermedio entre verme joven y estar vieja? Seguro que todo es relativo, pero ya regalé mis croptops y he considerado seriamente cortarme el pelo.

Agradezco llegar a esta edad pudiendo pararme de cabeza, jugar foot con el niño y nadar con la pulga. Me ha costado y lo seguiré haciendo mientras pueda.

El tiempo como lo conocemos fluye en una dirección. Hoy soy lo más joven que seré en el futuro y eso, eso es lo que importa.

Lugares comunes

Encuéntrame en el lugar

donde se guardan las palabras

que nos hemos repetido

donde la piel tiene surcos

hechos por dedos recurrentes

el sitio que reconocemos

por el olor compartido

un rincón al cual regresar

si alguna vez olvidas que me quisiste.

Todos los sistemas en alerta

El ego es un ente que tiene demasiada mala fama. Ni sabiendo la definición clínica nos escapamos de considerarlo algo malo, sobre todo en abundancia. Pero decir que tenerlo es dañino, niega su función y nos deja desprotegidos.

Para funcionar como seres emocionalmente sanos, necesitamos narrarnos nuestra vida, reinterpretando efectivamente lo que experimentamos. Le damos forma gracias a esa voz que nos cuenta quiénes somos y qué hemos hecho. A la vez, nos beneficiamos de tener un guardaespaldas que proteja todo el centro blando y vulnerable que no podemos dejar al aire libre.

El problema viene de un ego desproporcionado a nuestras necesidades, resultando en una preferencia por servir de alfombra, o una adicción a sobredimensionar nuestra propia importancia. Nada en extremo sirve y en ambos casos terminamos solos y mal. Muy mal.

Tal vez lo verdaderamente útil es estar consciente de en qué grado están nuestros sistemas internos de aviso y poder ajustar nuestras defensas. Bajarle un poco la agresividad al guarura que nos defiende. O subírsela.

El principio que no cambia

Los ríos cambian de cauce, a veces con consecuencias desastrosas. Pueden arrasar pueblos enteros. Tratamos de contenerlos, pero hasta los mejores diques se rompen. Los cambios en el trayecto del agua son inevitables. Y nunca, nunca, podemos cruzar el mismo río dos veces.

Pero su principio, el lugar de donde salen, es siempre el mismo. Y su final, no importa por dónde pasen y con cuántos ríos más se unan, siempre es el mar.

Creo que saber que vamos a terminar en el mismo lugar, que todos debemos morir, es alentador. Allí termina esto y ya, no hay nada que podamos hacer para evitarlo. Así como no hay tampoco una forma de cambiar nuestro origen. Ya pasó, allí está. Pero… todo lo que sucede en medio de esos dos eventos inevitables está dentro de nuestra capacidad de influencia.

A veces me desbordo y ensucio mis orillas. Pero logro reencauzarme y seguir.

No cocino los lunes

Tampoco como, pero esos son otros veinte pesos. Estoy en una etapa intermedia de los apetitos de la gente en mi casa y a veces no me alcanza la comida y a veces sobra. Luego el adolescente baja a comer a las diez de la noche porque igual sí tiene hambre. Me da un poco de ansiedad no cocinar, me gusta hacerlo.

Es interesante estar encima de las necesidades cambiantes de mi mara. He aprendido a apreciar mucho mejor cuánto crecen lavando su ropa, qué gustos tienen y en qué gastan este tiempo en el encierro. La rutina del colegio los aleja necesariamente de la casa y, aunque quiero que regresen a ser niños normales, tenerlos cerca ha sido un privilegio también.

Así que los lunes comen todo lo que ha ido quedando, yo me atormento de pensar que no sea suficiente y luego recuerdo que siempre puedo hacer huevos. Todos felices.

Visitas a nadie

Al fin fui al cementerio. No creo que estén allí mis papás. Ni siquiera sus cuerpos, quince años más tarde. Pero hay una placa con sus nombres y fechas de principio y fin. Tuve que pedirle a uno de los jardineros que me llevara a donde está. Lindas las flores que les dejé. Bueno. Dejé. A la que le gustaron fue a mí. Fui sola, al fin y al cabo, de ellos sólo quedo yo.

Los cementerios son jardines donde crecen los recuerdos. Nos hacen palpable la impermanencia. Y quedamos más conscientes que nosotros sí seguimos. Una placa sobre la grama no tiene brazos ni oídos. Sólo está quien visita.

Supongo que volveré. Aunque sea por mí misma. Allí no hay nadie a quién visitar.