La ansiedad es un pájaro herido

Se anida en el pecho

una piedra con alas

que no sirven para nada

y raspa las costillas

cierra el paso del hambre

oprime la risa fácil

no sana, se vuelve a dañar

entierra el pico entre los ojos

hasta que le abro la puerta

exhalo donde apreté

lo suelto con una sonrisa

liviano el vacío que me regala.

Sobre la rutina cabalga mi alma


La base de toda religión es el ritual. El hecho de seguir ciertos pasos en el mismo orden, es una invitación a nuestra mente a entrar a un cierto estado de ánimo. Lo mismo la ropa, los uniformes, los himnos, las declamaciones, los contratos. Las fórmulas y las rutinas son el viento que empuja los barcos de nuestras existencias, en lo enorme y en lo privado.

Para mí, mis rutinas me dan paz, y me la quitan. Parte de lo que he aprendido últimamente es a relajar la necesidad de seguir siempre algo igual, sobre todo si está fuera de mis manos conseguirlo. La constancia debe ser un alivio, no una carga imposible. No vamos a encallar en una roca sólo por no cambiar un poco el rumbo.

Y allí he encontrado mi respuesta: que las rutinas me encaminen hacia la meta, pero que no sean más importantes. Prefiero encontrar el significado detrás del rito y no sólo quedarme en la repetición.

La vida como la conocemos

Lo «normal» no existe como una cosa absoluta. Es completamente relativo a la época, el lugar, la persona… a mí me puede parecer muy normal ponerle sal a los plátanos fritos, pero fuera de mi casa es otra historia. También tiene que ver con lo que hacemos de forma continua. De allí que se le diga «normal» a muchas cosas que son comunes. Hablando de una palabra como esa, se mete demasiado el sentido de moralidad, dando a entender que todo lo que se sale del cuadro, todo lo anormal, es malo. Pero, si en serio todos estuviéramos cortados con el mismo molde, ¿con qué nos entretendríamos?

Queremos que las cosas regresen a como estaban antes de este encierro, que vino a crear una crisis gigantesca en nuestro mundo. Es como si todas las personas del planeta hubieran sacado La Torre en una tirada de cartas al mismo tiempo. Pero no hay tal cosa como regresar, nos queda seguir, bajo las circunstancias que nos rodean en cada momento.

En mi casa, hemos tenido mucho cuidado de no contagiarnos. Nuestra hija puede ser afectada especialmente por la enfermedad y, sinceramente, no queremos corrernos el riesgo. Pero es innegable que las cosas van a continuar con una realidad adicional: hay Covid y en algún momento nos podemos contagiar. ¿Eso me va a obligar a renunciar para siempre a cualquier evento social? No. ¿Mantendré encerrados a los niños y que no vayan al colegio cuando sea una posibilidad? No. Aclaro que ya estamos vacunados todos y que eso me da un poco de respiro, pero la realidad de una posible enfermedad no es nueva para nadie, siempre puede caer uno enfermo y no por eso volverse ermitaño.

Hay una normalidad, la que vivimos todos los días. Ahora parece diferente de la de ayer, pero eso es lo común.

Buscar un regreso

Veo de nuevo Seinfeld, me río, a pesar de saber qué viene. Es buena, porque las conversaciones banales que tienen los personajes son profundamente humanas en su sentido más granular. Las inseguridades y mezquindades y gustos y defectos, las cuestiones tontas de la vida diaria que conforman la mayor parte de nuestra historia. Jerry le cuestiona a George por qué necesita que le devuelvan libros que ya leyó. Algo que es evidente para los que amamos nuestros libros: los leí, son míos. Respuesta que sirve perfectamente de argumento para lo contrario: ya los leíste ¿para qué los quieres?

Regresar a los lugares queridos nos aporta una especie de seguridad en la vida que tiene nada de certidumbre. Pedimos el plato que nos gusta en el restaurante de siempre, compramos el mismo vino, escuchamos la música de toda la vida, vamos a las mismas ciudades y, a veces, leemos de nuevo los libros que tenemos. Y es que ninguna de esas experiencias que repetimos son iguales a las anterior, por mucho que sean las mismas. Hay un reencuentro en el regreso y, en esa puesta a comparación entre lo de antes y lo de hoy, también hay un descubrimiento. Siempre somos distintos. Es más fácil reconocerlo contra cosas familiares.

Por eso se leen de nuevo los libros: para leerlos como nuevos.

El cambio para ser eterno

Me dolió la operación más de lo que había pensado. Para ser sinceros, creí que no me iba a doler. Pero sí. Ni modo. Tenía qué hacer algo para poder durar más tiempo.

La fuente de la eterna juventud, al menos en lo interno, es poder cambiar y evolucionar. No hay manera de trascender sin hacerse nuevo cada vez. Porque permanecer igual es la receta para quedarse atrás. Todas las relaciones, hasta las que uno tiene con uno mismo, caminan hacia delante, aceptan el cambio y se adaptan.

Resulta que la clave del amor eterno (de cualquier cosa permanente), es poder cambiar. Aunque duela. Como mi pie.

Todo después

Te quiero para después del mundo

en el vacío y la sombra

que seas el velo abierto

y yo el viento hecho nuevo.

Te quiero para cuando no haya sol

y tengamos que inventarnos las estrellas

o simplemente nos miremos

que nos baste nuestra luz.

Te quiero para el después de todo

ya tuvimos el antes

tal vez allí, sin tiempo

el amor sí sea eterno.

Es muy poco lo todo que puedo hacer

Los miércoles lavo la montaña de ropa que ya saca mi familia. Es una tarea de todo el día que a veces se extiende hasta el día siguiente, además de la mañana que uso para planchar (porque ya aprendí a planchar, o al menos a hacer algo que se le parece). No tengo el lujo hoy de tardarme tres días, así que saqué la tarea en uno. Medio, para ser exactos, porque además cociné la comida de dos días, fui al súper, dejé ordenados los materiales del proyecto de artes industriales de la niña, me depilé, hice ejercicio y hasta salí a asolearme. El día se siente como de a una semana y, heme aquí, escribiendo. Porque mañana me ponen cepo y no podré bajar las gradas de mi casa al menos hasta el domingo. Obvio estoy hecha un hoyo negro de ansiedad, no por lo que pueda pasar en la cirugía, que sé que va a estar todo bien. Por no saber qué va a pasar después, ni cuánto tiempo no voy a poder manejar, hacer ejercicio, caminar… Y tampoco puedo hacer nada hasta que esté del otro lado de mañana. Ya hice todo lo poco que podía hacer para estar preparada y, lo demás, es el puro desentendimiento de las cosas que pudieran suceder. No hay nada que no se pueda pedir por teléfono, tengo cinco libros sin abrir, toda la tele que se me dé la gana y esto, la computadora para (si me armo de disciplina) para escribir. Todo es soportable, todo pasa, todo va a estar bien. Y lo que no lo esté, se arregla.

Lo que no se puede comprobar

Hoy sentí que me siguió un tipo en el parqueo de un cc. Esperó que me bajara del carro, me siguió hasta la entrada y no entró. Me pareció muy sospechoso, desde su actitud hasta la forma en que estaba vestido. No pasó nada, ni cuando salí. No lo volví a ver.

De vez en cuando dejamos de hacer cosas porque tenemos un presentimiento extraño. Luego no pasa nada y no hay forma de saber si evitamos una calamidad. Nos sentimos hasta un poco ridículos por dejarnos llevar por sentimientos irracionales. Pero, la verdad, es que nuestros cerebros procesan muchísima más información de la que estamos conscientes y nos mandan avisos que no tienen una estructura verbal concreta. Sobre todo porque parecen advertencias del hemisferio derecho en el que no hay lenguaje abstracto pero sí contexto. Hacerle caso al primer sentimiento de desagrado es bueno. Aunque luego obtengamos evidencias a lo contrario.

Prefiero haber hecho que el joven en el cc se sintiera incómodo porque lo vi con muy mala cara y que no fuera un delincuente, a que me dé pena protegerme para ser educada y ser víctima de un asalto. No tengo forma de saber si tuve razón. Menos mal.

Vivimos con magia

Veo anuncios de lo que hacen los relojes nuevos y estoy segura que es completamente científico y explicable. Doy por sentado que un aparato colgado de la muñeca puede medir mi ritmo cardíaco, decirme cuánto he caminado y hasta cómo va mi saturación de oxígeno. Momento… ¿oxígeno medido en la muñeca? ¿Qué uno no respira por los pulmones?

El momento de sorpresa y maravilla es fugaz, porque me meto a un carro que cambia solito las velocidades, escucho música que me envían por internet y hablo por teléfono sin tener que marca un sólo número. Mi capacidad de asombro tiene una barra muy alta qué saltar, porque en casi todo lo que utilizo a diario hay cosas que simplemente no podría replicar. No sé si es una ventaja no tener que ser experto en armar y desarmar cualquier aparato que utilizamos todos los días. La cantidad de máquinas que nos acompañan es tal, que dudo que haya una persona en el mundo que pudiera reparar todas las que se usan en una casa promedio.

No puedo explicar c´ómo sabe un teléfono si estoy respirando bien. Supongo que tampoco me interesa lo suficiente como para aprender (el oxímetro normal de dedo envía pequeñas pulsaciones infrarrojas que se reflejan en la sangre que pasa por la extremidad, midiendo los cambios en la absorción de luz en la sangre). Y así con tantas cosas. Creo que voy a comenzar a verlo todo otra vez con ojos nuevos, porque, si lo acepto, estoy rodeada de magia. ¿Y quién no quiere más magia en su vida?

Once años más tarde

Me lastimé el pie de una forma muy tonta y ahora me duele. Me duele desde que lo lastimé, pero hasta ahora me molesta. La lesión fue hace once años, pero yo no tenía el tiempo para pasar sin hacer nada. Luego ya no le di importancia. Después me acostumbré. Y así se fue el tiempo.

Si uno de mis hijos se hubiera lastimado, no hubiera pasado un día sin que lo llevara a arreglarse. Y resulta ser muy común que uno de padre se deje para más tarde o nunca. Creo que es una sobredimensión de lo importante que es nuestra presencia y un descuido de la importante que es nuestra salud. Lo dejamos estar para después hasta que la cosa es inevitable y, casi siempre, mucho peor.

Me opero el jueves. Algo relativamente sencillo con una recuperación larga que ya me tiene arrepintiéndome de operarme. Pero… creo que ahora no aguanto otros once años.