El Amor en Perfume

Mi papá olía a una mezcla de tabaco de pipa, colonia, cuero, caballos y aceite de pistola. Además me pasó una predilección por la lavanda, la cuál sigo mezclando con todo.

Mi mamá dejaba su aroma en todo: un collar de perlas, sus pañuelos, hasta en el gato que murió seis años después que ella. Lloré la muerte de ese gato con mares, porque se me fue el último lugar donde podía meter la nariz y encontrarla.

Mis hijos… Creo que lo primero que hice en cada parto fue olfatearles la cabeza. Me pueden quitar los ojos y los oídos y los reconocería por su olor. Aún es dulce y cada mañana que abro la puerta de su cuarto me acaricia una bocanada de recuerdos de leche y ser humano recién estrenado.

Luego está él: el único hombre que conozco que usaba una loción que amé y luego detesté en el primer embarazo. Guácala. Le conozco el humor por el aroma que despide. Siempre cálido, grande, dulce. Recién bañado huele a pan. Y aunque duermo a su lado, no me es suficiente y me envuelvo en la camisa que usó ese día, como un escudo contra cualquier pesadilla, para que su olor me acompañe en sueños.

El Por y el Para

Hay pocas formas tan certeras de amargarse uno la vida como preguntarse «¿por qué?» «¿Por qué llueve el día que lavo el carro?» «¿Por qué no gané el examen?» «¿Por qué murieron mis papás?»

Lanzar preguntas sin respuesta al aire es alimentar el hámster que da vueltas en nuestro cerebro. Puede que corra muy rápido dentro de su bola, pero no va a ninguna parte. Crea uno en un ente superior o no, tratar de adivinar motivos ulteriores en acontecimientos de la vida es meterse en campos esotéricos. Salvo que uno se dedique a la filosofía, dudo que esa ocupación sea satisfactoria.

A mí me ha tocado recablear neuronas y comenzar a pensar «¿para qué?» El tratar de encontrarle un sentido hacia futuro accionable a las cosas que me han pasado, me da por lo menos la ilusión de tener agencia sobre mi vida. Mi mamá no está para ver a sus nietos. No sé por qué. Mi «para» es el tener una libertad mayor para vivir la maternidad a mi manera. No es que no preferiría que estuviera criticándome, pero puedo darle un sentido a su ausencia.

La Simbiosis y la Parasitud

Una de las cosas científicas que más me ha perturbado aprender es que uno termina siendo como un 90% de bacteria cuando se muere. Nacemos sin una sola y poco a poco vamos adquiriendo flora intestinal, ácaros en la piel y otro montón de compañeros microscópicos que son indispensables para nuestra salud. Plantea cuestiones casi filosóficas de la base de nuestra identidad. Muy diferente es cuando se nos mete uno de esos parásitos que todos hemos anidado alguna vez, como las amebas, que nos hacen miserable la existencia.

Así miro yo también las relaciones. Una cosa es crecer juntos apoyándose en las fortalezas del otro, hasta el punto de funcionar muy bien como unidad. No se pierde la esencia individual, pero se trabaja mejor con el otro. Las parejas que llevan mucho tiempo de casados hasta llegan a parecerse físicamente, desarrollan atajos de comunicación y alimentan una intimidad cada vez mayor.

Otra muy diferente son las relaciones que se apoyan en la debilidad del otro. El sádico que necesita al de baja autoestima. El inseguro que necesita al distante. El celoso que necesita al promiscuo. Alimentarse de lo que más nos atormenta es como comer con una solitaria en el estómago.

Me gustaría creer que con el tiempo he logrado deshacerme de las relaciones parasíticas en mi vida. De todas formas, cada año tomo un desparasitante.

Santa Claus No Existe

Por lo menos a mi casa, no llega ese gordo panzón. Ni el conejo, ni el ratón. Los niños tampoco nacen de un repollo, ni los trae la cigüeña. El mundo ya es demasiado engañoso como para meterle pajas monumentales a los niños. Sobre todo porque después uno quiere convencerlos de cosas que no se les pueden explicar. O transmitirles creencias no demostrables.

Así como un niño es susceptible de creerle a uno cualquier cosa, así es la gente cuando la conocemos por primera vez. No teniendo punto de referencia, es más fácil que nos tenga confianza. Y es allí en donde se forjan las relaciones duraderas. El cumplir con lo que se proyecta, ya sea con apariencias, o palabras, es un regalo que se entrega y que crece con el tiempo. Pero es una planta muy delicada y es demasiado fácil quebrarla.

Por eso yo no me arriesgo. Prefiero no hacerles la «ilusión» de la Navidad, pero que me crean que tengo su mejor interés en mente cuando les digo cosas que no entienden. Igual reciben regalos.

La Necedad

A veces me pregunto si no me equivoqué con el nombre de mi hija. Fátima es precioso, pero no le va a una de las características más salientes de su personita. «René» le hubiera quedado mejor. Porque ese frasquito de sorpresas que apenas pasa del metro de estatura es de ideas fijas, por ponerlo bonito. Una mezcla de autoconfianza, inteligencia y poca experiencia, la hace insistir en las cosas más disparatadas. Pero también le ha permitido cambiar de cinta de karate a los 3 años, aprendiendo movimientos que no son fáciles ni para gente de 38 (ejem, ejem).

La diferencia entre ser necio y persistente es simplemente lograr lo que se quiere. También la diferencia entre ser loco y genio es lograr lo imposible. Una no existe sin la otra. Esperar a que lo lleve a uno la inspiración para hacer algo es como pretender ver un video de ejercicios y que le salgan músculos. El talento, inspiración, epifanía, revelación, sólo son la primera chispa. Para encender una hoguera se necesita reunir la madera y colocarla de forma eficiente, llevar un método de combustión rápida que caliente fácil y estar dispuestos a soplar hasta quedarse sin aliento y llenarse de humo. Allí es donde la necedad, perseveranciá, persistencia, dedicación, como quieran decirle, se revela en su verdadero valor.

Por eso no reniego de esa cualidad en mi pulga, por mucho que se me olvide el beneficio que tiene y termine discutiendo con ella durante media hora de por qué sus maestras no pueden convertirse en mariposas, por ejemplo. La idea del cambio de nombre comienza con mis papás refiriéndose a mis encantadoras fijaciones.

A Veces Quisiera Perderme

Sólo por un momento.

Para esconderme de mi cerebro que no descansa.

Para verme desde afuera y arreglar los desperfectos del tiempo.

Para ir a un baño sin compartir.

Para soltar el personaje maduro y responsable con el que me visto todos los días.

Para darme permiso de volver a llorar por su pérdida.

Y a veces quisiera perderme, sólo para que me encuentres y nos escondamos juntos.

Alguien Que Moleste

Hay un remedio infalible para no tomarse a uno en serio: tener a alguien que se burle sanamente de uno. Con cariño y delicadeza, pero el sólo hecho de que alguien sepa que uno no es «todo eso» y que no tenga miedo de decírcelo es invaluable. Me dicen que para eso están los hermanos. Las amigas, cuando son buenas y verdaderas, también lo hacen. Lo mejor es la persona con la que uno se acuesta y se levanta lo quiera y aprecie y admire a uno lo suficiente como para perderle de vez en cuando la consideración. Quién más le puede decir al que amanece con el pie izquierdo: «¿estás de Dr. No, verdad?» No hay forma elegante de salir de eso.

Es excelente tener autoestima, pero fatal no tenerse uno medido. La autoestima da la actitud humilde que no necesita ninguna validación externa. Hay que saber que a veces necesitamos un pequeño aguijón que nos desinfle un poco el ego antes que reviente. O una broma suave que nos saque de una actitud morbosamente negativa. Ese chiste interno entre personas que se quieren y ayuda a tener auto perspectiva.

La vida es demasiado corta como para tomarse a uno mismo demasiado en serio. Y, en cualquier ocasión, hay que tener un aliado que lo baje a uno de la nube. Y que le brinde un colchón donde caer.

Forjar el Destino

«El que nace para gordo, aunque lo fajen», decía mi papá. También se escucha «De tal palo, tal astilla», «Hijo de tigre, sale rayado». Y, dentro de cada familia, no falta quien diga que uno es igual al tatarabistíoconprimo que se murió hace 1000 años. Así como yo tengo «historia familiar de cáncer» y me he llegado a preocupar mucho por el asunto, así también «vengo de familia de escritores» y pues, heme aquí.

En cada historia personal parecieran estar entretejidas leyendas familiares que a veces dictan el guión. Para lo malo y para lo bueno. Y también las que nos contamos a nosotros mismos.

Yo creo que uno tiene partes determinadas por la naturaleza, herencia, familia, crianza. Determinadas, pero nunca determinantes. Llega el momento en el que podemos repasar por dónde va nuestra novela y agarrar la pluma para seguir escribiéndola a nuestro antojo.

Yo nací gordita, pero no necesito faja.

Todos Tenemos Fe

Yo entiendo la fe como la seguridad de que va a suceder algo. Por ejemplo, tengo fe que mi despertador va a funcionar todos los días. Tengo fe que la fábrica que hizo mi carro no me vendió un limón. Esa certeza en el funcionamiento de las cosas inanimadas me permite quitarme ciertas preocupaciones.

La fe se vuelve más complicada cuando se pone en las personas. Las compras que he hecho a la China han sido un salto en la oscuridad, que, hasta ahora, no ha resultado en ningún trancazo. Confío en gente a la que nunca voy a ver en mi vida. Cuando invito a mis amigos, les creo que van a venir si me confirman.

La fe es esencial para no volverse loco con las situaciones que están por completo fuera de nuestra esfera de influencia. Yo no podría vivir si tuviera que dudar que mis hijos van a amanecer vivos.

Sin fe, el mundo no funcionaría. La certeza de las cosas que se esperan mueve las interacciones humanas en todos los ámbitos y es un bien especialmente preciado en las relaciones más cercanas. Es más frágil que el respeto y más difícil de recuperar que el amor.

No entiendo a la gente que vive con personas de las que dudan. Eso de registrar billeteras (si no es para sacar pisto), me parece extraterrestre. Ni siquiera se me ocurre ponerle notificaciones a los tuits, ¿¡a qué horas!? Porque la otra cara de la moneda es el miedo y yo ya estoy muy grande como para tenerle miedo a nada.

La Autenticidad

Con diez tatuajes incluyendo delineado permanente, pelo pintado y alisado, depilación permanente, dientes rectos gracias a la ortodoncia y un par de inversiones en cremas cosméticas, yo soy la mujer menos indicada para hablar de «ser uno mismo», «quererse como uno es», «dejar salir la naturaleza». Tengo una amiga que muy claramente dice «no hay niña fea, sólo papá pobre.»

Mi perspectiva cambió cuando me vi como el primer espejo en el que busca su autoestima mi hija. Me cuesta muchísimo. Por un lado, quisiera que el tiempo regresara y me devolviera una cara sin arrugas ni manchas. Por el otro, me gustaría transmitirle a mi hija la convicción que uno es lindo a cualquier edad y que ser uno mismo es suficiente.

Y es jodido, porque yo misma estoy aprendiendo a creerme eso. Todavía paso frente a mi reflejo y no estoy segura si me gusto o no. A veces sí, a veces no…

El primer paso es dejar que mi pelo crezca sin tinte, a ver de qué color es, ya no me acuerdo.