De acuerdo con la época, tengo metida la imagen de un Santa con su saco de juguetes al hombro. Esos recipientes mágicos a los que les cabe de todo, como la bolsa de tela de alfombra de Mary Popins, de la que saca hasta una lámpara, siempre me han fascinado. Cuando los niños eran bebés, no estuve lejos de hacer actos de prestidigitación con lo que lograba encontrar entre la mía.
Algo así parece ser la mente. Se alimenta de lo que le metemos y le da vueltas a lo que dejamos entrar. Hasta cuando estamos dormidos, el subconsciente se encarga de seguir masticando lo que le dimos durante el día.
Las ideas son poderosas, le dan forma a nuestra vida, porque son el lente que le da la distorsión con que la vemos. La percepción de lo que ocurre a nuestro alrededor sólo está dentro del cerebro. Allí procesamos toda la información sensorial que nos informa del mundo «real». De allí sacamos los sentimientos que asociamos a ciertas reacciones. Y allí creamos los mundos interiores que no siempre podemos compartir.
Qué le metemos a nuestra mente determina qué sacamos para dar. Mientras más cosas tenemos para confrontar ideas nuevas, y más abiertos estamos a entenderlas, mejor preparados estamos para lo inesperado.
Quién sabe cuándo necesitemos sacar del saco de nuestra cabeza algo semejante a una lámpara.