Cuestiones prácticas

Desde que recuerdo, para mí el tema del peso ha sido importante. Siempre, siempre, me he percibido como gorda y las burlas en el colegio no ayudaron. Miraba a las modelos famosas de mi juventud, con sus piernas del grosor de mis brazos y suspiraba con envidia.

La estética en el ser humano es esencial desde que los marcadores de belleza comenzaron señalando buena salud y la habilidad de procrear. Para eso sirve ser atractivo, en su comienzo, para perpetuar la especie. Pero los humanos todo lo llevamos a extremos y lo estético ha llegado a tener una prominencia por sí mismo, no como función de algo práctico. Cuando separamos la razón de la consecuencia, nos quedamos con campanas sin bedel.

Ahora miro fotos de hace treinta años y sólo me lamento no haberme podido apreciar en su momento. Con la costumbre perversa de perpetuar esa mirada crítica y sólo poder verme los defectos en el espejo. Hay que reencontrar la dimensión útil de lo externo. Y dejar de buscarme lo malo.

Nuevas cosas

De nuevo, me sorprende tener perros. No sólo tenerlos, quererlos. Difícil darle de comer a un ser vivo y no tenerle cariño, supongo. Recuerdo que, salvo uno de los muchos perros en casa de mis padres, ninguno fue mío. Ahora lo son dos, con la sorprendente independencia de los pastores alemanes que, aunque educados, sí dejan saber que tienen personalidad propia.

He estado muy consciente últimamente de la necesidad de adaptarme. A mi edad. A la edad de mis hijos. A tener ganas. A no tenerlas. A perros y gatos y trabajo y comida. A tener rutinas y cambiarlas cuando no me sirven. A querer distinto. ¿Será esto fluir? Me da más paz. Al menos no me la quita. ¿Cómo transmitirle eso a mis hijos y que no lo tengan que aprender recogiendo pedazos de la vida que siempre se nos desarma. Porque hay que volver a armarla.

Tengo perros. Y gatos. Y adolescentes. Y todo cambia a mi alrededor. Y todo eso está bien.

Aprender a navegar

Las crisis presentan oportunidades. Y hay pocas verdades menos dolorosas. Porque poder hacer algo no quiere decir que no duela. O que no de miedo. Pero el viento cuando cambia, nos saca de donde estamos.

Pasamos mucho de nuestras vidas ideando un futuro y aferrándonos a lo que conocemos. Pero la única manera que un reloj deje de avanzar es que se arruine. Igual nosotros. El cambio como guía y aprender a adaptarse como lema.

Mi vida no se parece a lo que yo imaginaba hace veinte años. Y eso que me senté a describir cómo la quería. No puedo dejar de pensar que, si las cosas hubieran salido como las esperaba, tal vez hubiera sido más aburrida. Muchas veces me ha dolido. Pero jamás me ha dejado tibia. Y eso ya es mucho.

Los puntos se conectan hacia atrás

La único forma de hacer predicciones certeras es al revés. Pareciera no tener sentido, pero sirve: cuando nos fijamos en los acontecimientos sobresalientes de nuestras vidas que nos han llevado a donde estamos hoy, los redimensionamos y entendemos mejor.

La humanidad ha estado obsesionada con adivinar el futuro desde que podemos hablar. Como si fuera más importante saber qué viene después que entender lo que sucede ahora mismo. Lo peor del caso, es que el tiempo sólo es una medida de distancia, el camino que recorremos. Allí, lo esencial se convierte en entender la dirección que llevamos ahora, porque eso determina el después.

Hacer planes está bien. Pero es imposible predecir al cien por ciento qué va a suceder. Yo quiero entenderme hoy. Recorrer con sabiduría de pitonisa mi pasado y conectar mi vida. Si le encuentro sentido al camino, le doy sentido al momento que vivo. Lo que venga después será otro punto de vista. Y hoy será otra conexión.

Construcciones

No hay línea recta

ni monumento

que no sea artificial

las palabras son inventos

y el tiempo una idea

con que vestimos nuestros días.

Todo lo hemos hecho para permanecer

pero al final nada queda.

De último minuto

Puedo estar hirviendo en fiebre, que si me invitan a salir, me dan ganas. Hay un disparador que me levanta de donde sea para ir. Ya en el evento, el entusiasmo es relativo y, muchas veces, me quiero ir de primero. Nada tiene que ver lo extrovertido con lo sociable.

La gente confunde timidez con arrogancia y verbosidad con autoestima. La verdad es que las acciones externas no siempre reflejan el interior. Además que, una cosa es ser extrovertido y otra querer hablar con todo el mundo o gustar estar entre una muchedumbre. Es interesante y hasta bueno entender cómo funcionan los requerimientos energéticos de nuestra gente, para no sobrecargarlos y hacerlos sentir mal. O drenarlos.

Me gusta salir. Aunque me cueste hacerlo ya a la hora de la hora. Tal vez por eso es que, aunque sea tan planificadora, me disfruto más de las cosas de último minuto.

Las preguntas

Hace unos años salió un artículo en The New York Times enumerando 36 preguntas para “enamorarse”. Las preguntas son interesantes, pero creo que tienen poco qué ver con la intimidad. O sea, sí revelan algo de la otra persona, pero si uno de los dos (o ninguno) está dispuesto a ponerle atención sin adulterar a las respuestas, de poco sirven.

La intimidad es resultado de un genuino interés por alguien. Porque conocer, acerca. Y tiene un truco adicional: es constante. No basta sentarse una hora a hacer un ejercicio simpático. Hay que estar atentos lo más que se pueda. Todos cambiamos y siempre hay algo nuevo qué conocer.

He leído varias veces las preguntas del NYT y las recomiendo. También recomiendo hacer las propias, con las cosas que a uno verdaderamente le parecen importantes como qué sabor de helado prefieren. Y volverlas a hacer. Es divertido encontrarse con cosas nuevas en gente conocida.

Voy a cocinar

En mi vida, hay dos formas de demostrar cariño: o te escribo o te cocino. Los demás “lenguajes del amor” me salen con un acento horrendo. Pero también he aprendido a advertir que estoy queriendo cuando cocino. Aunque sea una sopa de sobre.

Uno no quiere como quiere, quiere como puede. Claro que en ese “poder” hay campo para el aprendizaje y obviamente no va uno a, por ejemplo, leerle un poema a un bebé recién nacido y pretender que con eso se dé por satisfecho. El cariño, como el gusto por la comida, se va desarrollando y uno debe ampliar el paladar.

Debería ser todo mucho más simple. Saciar la necesidad de cariño como la sed. Pero los humanos lo volvemos todo complejo y hasta algo tan básico lo enmarañamos. Espero algún día poder demostrar lo que siento de forma que me lo entiendan y aprecien sin tener siempre qué recurrir a la explicación culinaria. Aunque me guste.

Cambios de humor

Paso de risas a regaños en lo que me toma ver desorden en la casa. No hay un período de adaptación. Pero tampoco hay mucho tiempo de enojo. Además que no hay duda de qué es lo que me ensatana. Soy bastante consistente.

Claro que los humanos nos llevamos por las emociones. Todas las religiones, meditaciones, retiros, filosofías, son un intento de darnos un espacio de reacción entre nuestros sentimientos y nuestras acciones. Pero, ni la culpa, ni el castigo, ni la recompensa, ni la consciencia son siempre suficientes. Las emociones se disparan por reacciones químicas que informan a nuestro cuerpo qué debemos hacer. En sus manifestaciones más primitivas (comer, protegerse, aparearse), nos ayudaron a sobrevivir. En este mundo moderno, creo que no tanto. Y allí es donde hay que estar claro que ese arrebato no nos lleva a ninguna parte buena.

Cada vez estallo menos, no porque no lo sienta, sino porque le he ido quitando disparadores a mis estallidos. Es más fácil discernir que un plato mal puesto no es el fin del mundo, que tratar de apagar el grito cuando ya va saliendo. Aunque a veces (como ayer), hasta eso me falla.