Rebasar

Uno de mis profesores alemanes de física en el colegio nos dio una clase de aceleración y choque de masas, poniendo de ejemplo a dos buses rebasando en carretera. Concluía exasperado que era físicamente imposible realizar estas maniobras en nuestras carreteras y que intentarlo era abrir la puerta al más allá de una patada.

Hay cosas que son patentemente arriesgadas. Ese pedazo de pollo frito a la orilla del camino debe tener más bichos que experimento de biología. ¿Por qué comérselo? Capiarse del colegio para ir con los cuates… si uno ya sabe que lo van a cachar.

Pero vivir sin tomar ningún riesgo. Sólo es imposible. Tantas cosas se salen de nuestras manos, que salir a la calle ya es un riesgo.

Hay que rebasar de vez en cuando.

Decisiones en paz

Hay muchas cosas que hago en automático. La rutina me salva de tener que gastarme en tomar decisiones inconsecuentes como la hora de despertar, hacer ejercicio, las comidas, las actividades normales de los niños. Cada vez que uno escoge algo se gasta. Y el cerebro no distingue entre lo esencial y lo superficial. Se hace bolas con tener que decidir la ropa del día.

La fuerza de voluntad no es tomar siempre las decisiones correctas, es no tener que pensarlas y simplemente hacerlo. Yo no hago yoga todas las noches porque sea muy disciplinada y me esfuerce. Lo hago porque es lo que me toca y ya ni lo pienso.

Tener la fuerza libre para el momento de usarla, ayuda a escoger sin titubeos. Las decisiones se toman y ya. Tal vez lo que me falta es un esquema de ropa mensual.

Me gusto, ahora

“Tan bonita que eras de chiquita”, me dicen amigas de mi mamá que tienen mucho tiempo de no verme. Miro mis fotos y sí, tienen razón. Era bonita. No hay escudo contra el tiempo. Me han pasado ya casi cuarenta y cinco años encima, la enfermedad y muerte de mis padres, el embarazo y nacimiento de dos niños, la enfermedad incurable de la niña y la inminente adolescencia del niño. Nada de eso pasa sin dejar huella.

¿Por qué pretendemos ser “jóvenes” para siempre? La falta de años no es precisamente un estado sin faltas. Puede ser sólo un estado de ignorancia, piel lisa, eso sí. Pero, por mucho que me caiga mal verme arrugas y me caiga aún peor verme canas en las cejas (las cejas, joder), admito que mi cuerpo hace cosas maravillosas ahora. Levantarse del suelo sin dolor, nadar sin cansarme, abrazar a los míos sin miedo. Tal vez sea la falta de novedad, el cúmulo de marcas y roturas, internas también, que me dan mucha más libertad para arriesgarme. ¿Qué importa una raya más? Creo que me gusta más la idea de llegar con toda la piel bien usada y no dejar un pedazo sin estrenar. Ya me dolió todo, eso ya no me asusta.

Definitivamente no soy tan linda como hacen unos años y eso sólo irá en declive. Pero me gusto más ahora y eso compensa.

De cacería

Te cazo un cielo

lo llevo entre las manos

junto con lo que conspiro

hacerte cuando duermes

colores en fuego

me manchan de calor los dedos

te marco, eres mi presa

te entinto de mis rosados al amanecer

y tú terminas lleno de mi olor

como yo de ti.

No querer nada de nadie

Es muy fácil llevar la vida diciendo: «si lo tengo qué pedir, ya no lo quiero». Buen mecanismo de defensa. Porque nos pone en una situación de invulnerabilidad, al menos supuesta. Si no enseñamos nuestras necesidades, no hay forma que nos las nieguen y es un dolor menos. Pero…

Yo quiero muchas cosas, quiero cariño, afecto, atención, pláticas, caricias… No siempre y no todo el tiempo, pero sí en cantidades navegables en el momento que toca. Y me ha costado aprender a pedirlo, porque hay que pasar un proceso de aceptación: primero, debo creerme que me lo merezco. Esa ha sido una parte de años y años, consecuencia de muchas partes rotas del corazón y de otras tantas decepciones. Lo segundo es que debo entender que nadie es adivino y que poco pueden saber qué necesito si no lo digo. Darle la oportunidad a alguien de darme lo que quiero también es una demostración de cariño.

Tal vez es cierto que no necesito nada de nadie. Pero sí me gusta y no tengo miedo a pedirlo.

El capital emocional

Nunca he tenido muchas relaciones cercanas. Me gusta mi compañía y mi silencio. Y me gusta hablar. Mala combinación contradictoria. Eso me lleva a conservar amistades durante mucho tiempo, porque ya estoy feliz en ese lugar y no quiero ir a buscar otro.

Tenemos, estoy segura, una medida de capital emocional para invertir fuera de nosotros. Aunque se puede rellenar, si no lo cuidamos, se acaba. No es posible ponerle igual de atención a muchas relaciones y, yo al menos, siento que estar así de dispersa no me hace bien.

Por otro lado, enfocarnos en las relaciones cercanas requiere de más esfuerzo por lo mismo de prestar atención. Es extraño que sea más fácil mantener conversaciones superficiales con extraños en redes que hablar con la persona con la que uno vive. Debería ser lo contrario.

Lo bueno de aceptar que uno no es infinito, es que recobrar la solidez se siente como recuperarse a uno mismo. Mis límites, aunque expandibles, también me definen. Y eso me ayuda a conocer mi exterior.

Ideas plausibles

Tengo la costumbre de hacer preguntas complicadas a las que me da pereza investigar la respuesta. Prefiero inventarme una historia.

Puros cuestionamientos filosóficos acompañando el café del almuerzo. Cosas que pueden ser importantes y completamente intrascendentes como el origen de los finlandeses. El cerebro también sirve para explicar el universo a la medida, dejarlo que me lleve a lugares divertidos y perderme en elucubraciones.

Para datos duros, cuando la vida sí se modifica con la respuesta, está todo el resto de horas del día.

Comer hasta llenarse

Tomar vino, el suficiente para saber que uno tomó hoy y no tanto para recordarlo al día siguiente. Comer hasta llenarse, no hasta no poder volverlo a hacer en la siguiente comida. Nadar hasta sentir cansancio, sin ahogarme. Regañar para llamar la atención, no parar demoler autoestimas. Escribir hasta expresar lo que quiero, sin palabras que no correspondan.

Todo tiene una línea a dónde llegar y que se sienta rico. Es rascarse para quitar la picazón, sin romper la piel. O dormir los quince minutos de siesta que se necesitan para no terminar más cansado al despertar. Hay pocas cosas que no se devalúan cuando se hacen/consumen sin medida. Pero las que sí las hay, son indispensables.

No hay besos buenos demasiado largos. Amores demasiado apasionados. Piedad que deba ser templada. Si se va a pecar de exageración, que sea en las cosas buenas que se entregan. Nada nos debemos quedar cuando queremos, aunque nos lo devuelvan malusado. Está bien, tenemos más de donde lo sacamos. Y si uno comió demasiado, pues a tomar té de jengibre.

Dímelo otra vez

Las venas están quemadas de tanto fuego

ya sólo brillan las estrellas en los ojos

y todo el vino sirve para hacer labios

lo han dicho todo,

no hay palabras nuevas, ni imágenes sin verse

hasta que lo dices tú.

No cambia nada, pero se transforma

Aprendemos a expresarnos en una forma básica y luego hacemos nuestras las palabras. Hay cosas que no tienen importancia si son distintas: yo puedo pensar en un gato negro cuando digo “gato” y alguien más puede pensar en uno anaranjado. Es indiferente. Pero para cuestiones de establecer una relación, la discrepancia en las cargas emocionales y cognitivas que acarrean ciertos conceptos puede ser pesada.

Ahora, si yo entiendo que el cariño se demuestra de una manera y quien quiero que se sienta apreciado lo entiende de otra, las cosas se complican aún más. Y es que hay una especial de tragedia en cuanto a las diferencias de entendimiento para el cariño: darlo como uno puede y que no se acepte por no ser entendido.

Uno dice que la pareja debe querernos como somos, que nadie debe cambiarnos para estar con nosotros. Y esto en su esencia es correcto. Pero también está la parte de evolucionar para se mejor, aprender cosas nuevas y ser distintos por todo lo que nos ha pasado. Esto es lo verdaderamente interesante: podemos seguir siendo nosotros mismos, y aprender a hacer las cosas de formas distintas. Una transfiguración de nuestra esencia. Si lo que queremos es que se entienda nuestra intención, pues aprendamos a demostrarla de la forma que el otro pueda hacerlo.

Querer como quieren que querramos. Y explicar cómo es eso para nosotros. No debería ser difícil.