Los límites

Yo no corro. No me gusta. Lo hago mal. Invítenme a nadar. Si me persigue un oso, creo que entrego el equipo. Yo sé en dónde fallo y ya no pruebo si alguna vez me gusta. Simplemente no.

Todos tenemos habilidades naturales que se expanden con el ejercicio y el esfuerzo, pero, por más que las estiremos, tienen un tope. No es nada malo, simplemente es. Como la altura, o el color de ojos. Podemos usar tacones o pupilentes, la realidad no cambia. Y es una belleza porque ese límite le indica a uno en dónde está su punto de quiebre y en dónde hay que esforzarse. Vivir dentro de la zona de la posibilidad fácil es muy aburrido.

Yo tengo clarísimo dónde está la frontera de mis posibilidades. En algunas partes he conquistado más territorio. En otras he sufrido derrotas terribles. Y ambas me han educado a qué es lo que verdaderamente me interesa para esforzarme más. Correr no es una de esas cosas.

Tapar el sol

Parafraseando las célebres palabras del famoso Miguelito, yo veo más grande mi dedo que el sol, porque me importa más. Verdadero como inútil, porque me puede importar poco, pero de todas formas me quema.

Todos hemos tratado de cerrar los ojos para escondernos. Truco de niños que creen que pueden apagar el mundo a voluntad. La realidad es que uno nunca se puede esconder. Pero el otro lado de la moneda es que uno no le es relevante a la mayor parte del mundo. Así que da lo mismo estar oculto o no.

Sigo pensando que me importan más lo mío (gente, relaciones, animales, cosas), que un astro lejano. Viceversa igual. Y eso me da tanta libertad como yo quiera agarrar.

Todas las facetas del dado

Si a uno le gustan los juegos de personajes interesantes y reglas complicadas, Calabozos y dragones es el lugar dónde plantar su bandera. Es fascinante, con reglas movedizas e historias apasionantes. Y un elemento de azar: los dados. Que no son los que uno ya conoce, sino tienen más lados.

Algo así la realidad: mientras más compleja es, más lados tiene. Y todos forman parte de lo mismo. Y, por mucho que uno le de vueltas, siempre habrá por lo menos una cara que estará invisible. Nos pasa hasta con las conversaciones: cada uno se lleva un pedazo propio y siempre se queda algo sobre la mesa.

Yo no juego CyD. No sé dónde haría el tiempo. Pero sí sé que nunca puedo ver todas las caras de lo que tengo en frente. Y que en cualquier momento de la jornada, a mi personaje se lo puede llevar una mala tirada.

Qué viene primero

Tengo un tazón de madera para ensaladas que era de mi mamá. Le falta un pedazo de la orilla donde lo rompió el perro (para variar, el perro). Lo sigo usando y quiero repararlo. No es un tazón materialmente valioso, pero a mí me gusta. Allí está el asunto: creo que vale la pena el esfuerzo.

En cualquier situación incómoda, hay una forma de solucionarla. A veces es sencillo, a veces no. Pero no es tan importante qué tan difícil sea arreglar una relación, sino si hay ganas de hacerlo. Lo primero es creer que vale la pena. Luego hacerle ganas, con todo.

Cualquier esfuerzo es poco cuando uno quiere y mucho cuando no. Aún no sé cómo reparar el tazón. Pero lo voy a hacer.

No te pierdas

Mírame, no me sueltes

los ojos amarrados a los míos

estamos navegando en aguas oscuras

dos barcos sujetos entre sí

las olas que causamos nos mueven

no me sueltes

piérdete conmigo.

En el carro

El niño va a aprender a manejar y está emocionado porque ya no va a depender de mí. Y yo estoy atesorando cada minuto que paso en el tráfico con él. Las mejores conversaciones que he tenido con él han sido en el carro.

Sucede un fenómeno extraño cuando uno va manejando que propicia las pláticas. De todo tipo. Tiene algo qué ver con la ausencia de verse a los ojos, el espacio compartido a la fuerza y el no tener nada más qué hacer.

Recomiendo altamente subir al adolescente al carro e ir a tomar un helado. Dejar que hable. Escuchar y preguntar. Poner su música. Compartir la de uno también. Y guardar cada uno de esos viajes. Porque la licencia es la marca inequívoca del fin de la niñez. Y está bien. A veces el tráfico es terrible.

Disfrutar de la vida como libros

¡Qué frase esa que acabo de leer en un libro de Pessoa! Y es que me resume la totalidad entera de lo que puede ser la vida misma, porque es el lienzo y los colores con los que nos pintan los cuadros los escritores. También así se disfruta: hay libros obligatorios, otros aburridos, unos apasionantes a los que siempre regresamos, demasiados, no alcanza una existencia entera para agotarlos, tampoco alcanza la vida para vivirla toda.

Mis gustos literarios han ido cambiando con los años, eso es normal. Pero también cambian según lo que esté viviendo y lo que me toque hacer. Hasta dependen del último libro que acabo de terminar. Es una especie de progresión culinaria en donde el plato anterior influye en el gusto del siguiente.

Me encantó esa frase. Puedo hacerla propia. Y de eso se trata. Los libros permean nuestra existencia y los disfrutamos igual.

Se vale preguntar

Tengo la costumbre de decirle a la gente cuando me gusta algo que tienen puesto. Creo que vale la pena sacar la energía bonita al aire. Hacemos tanto lo contrario, sobre todo en el tráfico, que hay que compensar. También pregunto dónde compraron las cosas si me gustan mucho mucho. Y si es demasiado, y tengo confianza, hasta cuánto cuestan (sí, ya soy esa vieja, no me arrepiento).

¿Desde cuándo perdimos la costumbre de acercarnos con una palabra amable aún a extraños? El saludo en la calle cuando se cruza uno con alguien en la acera. Ver a la otra persona a los ojos cuando le pide uno algo. La cortesía que no cuesta nada y que ayuda a hacer el día más suave.

Yo no soy una persona cálida. Pero no me esfuerzo por ser amable, me sale natural. Y creo que obtengo más satisfacción yo al ver la reacción de agrado de la persona que ella misma. Además que a veces averiguo dónde conseguir las cosas que me gustan.

16 años

Se llegaron los 16 años del niño. ¿En qué momento esa cosita es más grande que su papá? Con tantas cosas de gente grande, como si ya fuera adulto. Aprendiendo a manejar, queriendo salir solo. Se me parte el corazón y se me llena al mismo tiempo. Belleza esa que con ese agujero que les hacen a uno los hijos al irse, el corazón sólo crece.

No puedo pedir mejor hijo. Le he podido ver cómo evoluciona esa personalidad, la dulzura que ejerce sin alarde, la inteligencia que no impone y la amabilidad suave. Es un adolescente asshole. Porque tiene que serlo. Y es un hombre (casi) que tiene una capacidad incomparable para ser lo que quiera.

Mi hijo me ha dado el privilegio de ser una mejor persona porque quiero que me recuerde con cariño. Soltarlo es desgarrador. Pero lo hago con gusto porque es lo que toca. Espero que siempre sepa que puede regresar.

Piel abierta

Alargué la mano

confiada en resistir

cualquier cosa que derramaras

no miraba ninguna herida

creí que nada me dolería

se deslizó el ácido de tu indiferencia

hizo que me ardiera la piel

tenía heridas invisibles

que abriste de a poco

las siento ahora

que no las puedo cerrar.