Todos cambiamos. Mucho, durante largo tiempo, lento, imperceptible. O muchísimo, en poco tiempo, el terremoto que destruye la torre. Pero lo hacemos. Si nos tuvieran que resucitar, no podrían agarrar el adn de hace tres años, porque ni nuestras bacterias son las mismas. A algunas personas se les nota fácil el cambio. Por cosas buenas, a veces aún más por las malas.
En casa, mi papá no hacía cambios, era un enigma constante. La anécdota más ilustrativa es que me enseñó a comer huevos duros con vinagre. Un día le ofrecí y me dijo que él no se los comía así, que no le gustaban. Alguna vez pensé que me lo cambiaban en la noche.
Creo que lo mejor que podemos hacer es ser distintos, esforzarnos por trascender, elegir música nueva, cortes de pelo diferentes, comida variada. Tal vez no debemos hacer esos giros tan radicales como mi papá. Lo único bueno que puedo decir de eso es que no era aburrido. Y a mí sí me siguen gustando los huevos duros con vinagre.