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Siempre hago lo mismo: si un libro me gusta mucho, lo leo tan rápido, que lo acabo antes de estar preparada. Quiero saber en qué termina, pero no quiero llegar al final. Yo abrazo mis contradicciones, por algo no nado cuando llueve porque me mojo. Pero hay otro libro en espera, generalmente, y sólo es cuestión de dejar ir a uno para empezar el siguiente.

Difícilmente alguien puede tomar lo que le ofrecen si tiene la mano cerrada. Es una metáfora tan usada que ya debe tener callos. Pero no deja de ser cierta. Todo lo nuevo necesita algo de dónde empezar y casi siempre es sobre algo limpio. Que no quiere decir que sea sobre la nada. Nuestros conocimientos, vivencias, valores actuales, relaciones, creencias, sueños, son el marco en el que comenzamos todo lo nuevo. Limpiamos el camino para que crezca una nueva planta, la cuidamos, recogemos sus frutos y plantamos lo siguiente. Cada nueva experiencia alimenta la que sigue, siempre y cuando dejemos que se termine, la dejemos morir, que fertilice el siguiente tramo del camino.

Cuando avanzamos en un libro, necesitamos cambiar la página. Cerrar el capítulo anterior. Así con todo en la vida, uno debe estar dispuesto a soltar lo que ya pasó y seguir con lo que viene. Tal vez por eso no me asusta la muerte, porque sé que es la única forma de conocer qué hay más allá. Debe ser una historia fascinante.

El martes no existe

Los días martes no existen. Son un invento para no decir que hay un día peor que el lunes. Al menos en lunes uno puede estar de goma y tomar cerveza, pero si uno está así el martes, es porque tomó el lunes y ya tiene un problema. Los martes son esa esposa del tío lejano que nunca habla y que desocupa el espacio vacío que llevaba consigo cuando muere. Si los martes supieran a algo, sería a arroz blanco que sabe a agua, o sea, a nada.

Lleno los martes ahora de ropa qué lavar y deberes y lecturas, pero tardan en colmar las horas porque es difícil terminar algo que no existe. Podría cualquiera morir un martes y dejarlo todo para el día siguiente, porque nadie está listo para eso ese día.

Podríamos tratar de saltarlo, pero los vacíos chupan todo a su paso, así que igual caeríamos dentro de ese pozo. Lo único que vence al martes es la noche. O estar de viaje, lejos, donde los días cambian de nombre y entonces no importa cómo se llamen. Hoy que es martes, no sé si mañana también lo sea, pero espero que el miércoles se haga el valiente y lo conquiste. Tal vez el mismo martes se cansa de ser nada y se va a dormir, hasta la semana siguiente.

Dejarse llevar

Me da un poco de alergia lo de “dejar fluir las cosas”, como método para que a uno le salga lo que quiere. Nunca llegué a un examen sin estudiar, confiada a que me fluyeran las respuestas y sacar buena nota (que no quiere decir que no me pasara una vez que no leí la mitad del libro por despistada, pero igual había estudiado el resto y me fue bien).

Cuando las personas hacen bien las cosas de forma fácil, uno puede estar seguro que hay miles de horas de práctica detrás. Los matrimonios buenos de años seguro llenan libros con las dificultades que han superado. Y ni el más talentoso de los artistas llega a ninguna parte sin esfuerzo. La triste realidad es que todo requiere esfuerzo, a veces aún más si hay talento.

Pero, como todo lo verdaderamente importante en la vida, hay dos realidades opuestas que se complementan en esto: uno no puede, ni debe, desestimar lo inevitable. Hay cosas para las cuáles no hay preparación y uno sólo puede hacer lo que uno puede hacer. Y allí, en ese lugar al que uno ya llegó arrastrando las horas de esfuerzo y trabajo, allí ya se puede uno dejar llevar.

26 de marzo

Tengo quemada la fecha en el cuerpo, pero no se me nota. Es el tatuaje que más me ha dolido y sigue sangrando de vez en cuando. También es una fecha que me recuerda de renacer, de dar gracias porque la Muerte sólo pasó soplando y se devolvió sola.

Hoy inflo globos, armo carpas en el jardín y le regalo un suéter amarillo a la niña que lleva tres años más viva. Supongo que sí, aunque sé que todos vamos a morir, me disuelvo por dentro porque ella, aún está viva y la puedo ver crecer.

Se me quedan atoradas las palabras en los dedos, no sé si es porque son tantas cosas que quiero decir y no puedo. Borré las fotos de la cama de hospital y mi niña trasegada de tubos. Ahora me lleno de fotos con risas. Lo difícil es seguir como si la vida fuera normal y no anclarme en la casi pérdida. No hay un porqué. Sólo hay un aquíseguimos. Que podamos seguir celebrando todos los 26 de marzo.

Una mezcla

Te compartí mi mar a besos,

caímos en el pozo de tus ojos

florecieron las tormentas sembradas

por el viento que alentó nuestras palabras

le prendimos fuego a todo

del mar, sólo queda la arena

la levanto con mis pasos que te buscan.

El miedo al sí

Uno pide lo que no tiene. Cuando es pequeño, que no tiene nada, pide todo sin miedo. Una nave espacial, un castillo, una magia. No hay límite. Pero uno crece y va adquiriéndose: una personalidad, unos miedos, unas inseguridades. Y deja de pedir porque le da miedo que le digan que no. O que le digan que sí.

El problema con la forma en la que crece el cerebro es que nuestras neuronas fijan las rutas de conexión entre sí a fuerza de repetirla. Y, como esa es el camino más frecuentado, es el más fácil y el que más se usa… Pero no hay una distinción entre una buena y una mala unión. Así terminamos con ideas arraigadas que no necesariamente nos benefician. Y creemos que no debemos pedir. Porque si nos dicen que no, nos va a doler y si nos dicen que sí vamos a tener que cambiar y también nos va a doler.

Yo quiero quitarme el miedo al sí y ser más flexible con mis hábitos. Aunque soy feliz con la rutina, porque me da paz, yo sé que me ancla y me hace temer al cambio. Ya debería saber perfectamente bien que los cambios vienen y nos arrastran hasta arrancarnos las uñas con las que nos aferramos a lo que conocemos. Me ha pasado.

Una falta de imaginación

Cambiar comienza con darse cuenta que hay algo malo. Luego admitir que es porque uno está desconchinflado de alguna parte. Luego buscar qué hacer y cómo. Pero lo más importante es tener la capacidad de imaginarse que las cosas pueden ser diferentes. Muchas veces nos quedamos en donde estamos, porque no sabemos cómo cambiar, ni cómo se van a ver las cosas nuevas.

Si lo consideramos bien, todo siempre es distinto. Cambia constantemente, aún sin nuestra voluntad, mejor dicho, a pesar de ella. Y resistirse a eso sólo causa angustia. La permanencia es un estado abstracto que no se aplica bien en la realidad. Si un edificio quiere sobrevivir un terremoto, debe estar preparado para moverse lo suficiente como para cabalgar las olas y recuperarse.

A mí me ha costado, y me sigue costando, la disposición al cambio. Me han tenido que suceder cosas tremendas para que yo acepte que no puedo mantener todo en el orden que me gustaban y que mejor me adapto. Pero me ha ayudado muchísimo tener la capacidad de imaginarme algo distinto, mejor y hacerle ganas a la transición. Los terremotos, si uno los sobrevive, también pueden ser divertidos.

No me sobrepasan

Tengo que cambiar el teléfono y comienzo con la romería de información de un aparato al otro, haciéndole el famoso backup y guardando fotos en otra parte. Estoy segura que algo hice distinto esta vez y que probablemente está mal. Tendré que revisar y borrar quinimil cosas. O habré perdido otras. Y, la verdad, es que no me estreso.

Vivimos pegados a estos aparatos que se volvieron nuestras damas de compañía digitales. Pero, si tenemos que ser sinceros, no hay nada allí que nos sea indispensable. (Claro que lo digo con la certeza que nadie me lo viene a quitar, porque cómo me sirve.) Supongo que podemos usar algo con frecuencia y aún así restarle esas rayitas de importancia extrema. Como con todo: los seres humanos subsistimos con muy poco, todo lo demás son adornos.

Allí viene la capacidad de escoger. Después que no tenemos necesidad de subsistir y lo que nos agregamos es extra, perfectamente bien deberíamos asegurarnos que nos guste. O terminamos con ropa que nunca usamos. Y así con todo. Acercarse a ese desprendimiento no significa que renunciemos a todo, sino simplemente que lo refinemos. A ver en qué paro con la información del teléfono. Seguro trataré de tomar menos fotos.

Todo suena bien con música

He leído que probablemente los humanos nos comunicamos primero cantando y luego aprendimos a hablar. La música se conecta de forma directa con nuestras emociones, se salta el pedazo lógico de nuestro cerebro y nos hechiza. Los músicos son los únicos y verdaderos magos.

Por eso cantamos cosas horrendas con tanto gusto, sólo porque está bien la melodía. En cuanto desmenuzamos la letra, nos damos cuenta de cómo se derrumba el encanto. Hay canciones que hablan de las peores traiciones “ahora eres de mi hermano”, “soy un volcán apagado”… y eso son sólo las de los boleros.

Está bien conectar con una parte compleja no racional. Nos mueve en formas distintas. Nos da una sensación de pertenencia también. Y nos permite soltar un poco la ilusión de control. Pero es bueno, de vez en cuando, rasgar el velo del hechizo y pensar qué palabras se están escribiendo con música en nuestro cerebro.