No sé por qué siempre me ha caído mal el dicho de lo viejo conocido y lo nuevo por conocer. Como si sólo pudiéramos pasar en lo viejo toda la vida. Si no descubrimos cosas nuevas, no crecemos. Luego está el otro que dice que no hay nada nuevo bajo el sol. Cada vez que me siento a escribir, entiendo que probablemente ya hablé del tema y que simplemente le estoy dando una vuelta más al círculo en donde me meto.
Pero no siempre es así. Es cierto, todo ya fue dicho, hecho, visto, sentido. Entre la gama de experiencias humanas, lo básico no cambia, sólo el escenario. El amor es más viejo que el mundo, si creemos en esa forma de creación, pero para el que se enamora por primera vez, es nuevo y nadie lo ha sentido así antes.
Teniendo hijos, esto es aún más sencillo de identificar. Basta ponerles una película con el final retorcido, que no se puede volver a ver porque ya no tiene gracias y vivirla con emoción porque ellos no conocen cómo termina y es nueva. La vida se nos marchita desde el momento en que no podemos reconocer una cosa nueva, aunque ya la hayamos visto antes. Porque, si bien es cierto todo es repetido, cada vez que lo vivimos estrenamos ese momento.
Me queda la satisfacción de reconocer en dónde puedo volver a sentir.