Ser padre, si uno no quiere vivir frustrado, es estar abierto a aceptar que uno no tiene la última palabra en lo que respecta a sus hijos. Por mucho que uno los haya parido, bañado, acostado, alimentado. Los cambios son constantes. Es como irle descubriendo cuartos adicionales a una casa que uno construyó. Magia.
La ciencia es la búsqueda de la verdad a sabiendas que siempre hay nueva evidencia que modifica lo previamente conocido. Que si los humanos poblaron América por el Estrecho de Behring, pues hay evidencia nueva que demuestra que no sólo emigramos por allí. Que la carne roja y la grasa animal son dañinas. Ahora resulta que no, tampoco los huevos. Es más, el colesterol no es tan malo. Y así, con nuevos métodos de pruebas, conocemos mejor las cosas. Pero tenemos que estar dispuestos a aceptar que existe mucho más de lo que creemos que sabemos.
Los hijos son un experimento constante. Y claro que uno los conoce, pero no son estatuas, se mudan hasta de pelo cuando menos lo sentimos. Y uno puede lamentarse la pérdida del bebé, o disfrutar maravillado la evolución de un ser humano. Porque uno también cambia y verlo, reconocerlo y darle la bienvenida en los demás, nos permite a nosotros mismos mutar. Al final del día, lo que no se mueve, se muere.