La Tierra da vueltas alrededor del sol, que a su vez da vueltas alrededor de una galaxia, que a su vez da vueltas… (Elipses, yo sé, pero da lo mismo). Giramos. Avanzamos hacia un camino lateral que nos regresa al punto de partida. O eso pareciera. Porque nunca estamos en el mismo sitio. Ni siquiera los recuerdos que visitamos en nuestras mentes son iguales cada vez. Nos hacemos la ilusión de regresar a lugares amados, pero éstos ya no existen y quién sabe si alguna vez lo hicieron como nos los imaginamos.
Uno arma la vida alrededor de rutinas que parecieran mantener un orden. Como si trazáramos el camino con un hilo sujetándonos de en medio y giráramos. Círculos perfectos y cerrados. Pero eso no es la vida. Eso lo hacen los hámsters en sus rueditas de hacer ejercicio: correr y correr y no ir a ninguna parte.
Nosotros, aunque no lo sintamos, avanzamos. Hacia lugares diferentes. Y, si no nos fijamos, podemos llegar a sitios que no nos gustan. No hay opción. Porque así es. Ningún círculo es perfecto y nunca somos los mismos.
Hay que aprender a aprovechar ese impulso que da el mismo giro y dirigir, hasta donde se puede, la dirección de la rueda que nos lleva. De repente se rompe y nos libera.