Hoy domingo, que es el día que me toca, no comí pan. Ni ayer, ni hace una semana. Porque estamos limpiando la comida en casa para favorecer a uno de los nuestros y los sacrificios valen la pena. Que no quiere decir que no haya hecho el puchero correspondiente y esté haciendo planes para salir a comer a escondidas. Todo duele, todas las decisiones se toman a costa de otras oportunidades, siempre hay algo que uno deja de hacer.
La vida es el resultado de lo que uno hace. La mayor parte de nuestros minutos, esos que transcurren hasta en un río de aburrimiento, son el grueso de nuestras experiencias. Digamos que tenemos una línea base de satisfacción y de eso depende nuestra visión del mundo. Mientras más abajo de una marca positiva nos encontramos, más amargados terminamos. Yo tenía una tía que cargaba puesto siempre un estudio en desagrado, todas sus facciones hacia abajo, hasta la boca, aún cuando sonreía. Yo no quiero verme así. Para mí, la clave de sentirme bien, hasta feliz, es estar en paz con mi situación. Una parte es producto de mis decisiones y entonces sólo tengo que hacerles ganas, y la otra está hecha de cosas que no puedo controlar, entonces mejor les hago ganas.
Todo duele. Y todo da satisfacción. Es la moneda con la que pagamos nuestra existencia.