Una punta sin filo

Limamos las palabras

de tanto jugarlas en la boca

la lengua las empujó

hirientes cápsulas de aire roto

alguna vez las hice cadenas

para atarme a tus manos

de tanto decirlas, me cortaron

se hicieron pequeñas

sólo quedó el polvo después del desgaste

tendremos que inventarnos otras

y gastarlas.

Con razón ese principio

Tener la mente de principiante es uno de los postulados principales de la meditación. Y, de verdad, de todo, porque es el pilar en blanco sobre el que se construye todo lo nuevo. Si mi hoja ya tiene dibujos, no puedo agregarle nada. Algo así como la mente de un niño, que tiene el hardware básico para programarla como se pueda sobre ella.

El principio de todo es vital. Cómo nos aproximamos a un tema determina, casi siempre, cómo lo absorbemos. Y cuando comenzamos a hacer algo, es más fácil tener en cuenta la importancia de dejar ideas preconcebidas atrás. Lo verdaderamente complicado es entrar con mente de principiantes a algo que ya creemos saber hacer. Es otra forma de describir la necesidad de conocer bien las reglas antes de poder romperlas.

Nuestra vida comienza en cero. Así deberíamos poder acercarnos todos los días a lo que hacemos, con una mirada dispuesta a ser sorprendida. Al final del día, el asombro es la base de la magia. Y sin magia, el mundo es muy aburrido.

Dejar pedazos

Me he roto y desarmado y perdido varias veces. Pero no es nada extraño ni único. Nadie llega al final entero, al menos no con las piezas originales.

La medicina tradicional se fija en la totalidad del ser, viéndolo como un sistema integrado. El dolor de pie afecta la digestión y el humor y la capacidad de tomar decisiones morales y la salvación del alma. Todo por un dolor de pie. La medicina moderna lo mira a uno como un mecanismo con partes reemplazables. Ambas son correctas, una sirve de mirada y la otra de procedimiento.

Me duele el pie. Hay que operarme. Dejaré esa pieza atrás y tendré otra. Y otra más adelante cuando aprenda algo nuevo. Y perderé una parte mía con cada vez que se me rompa el corazón. ¿Quiénes somos al final si no somos los mismos? Ni idea. Pero sigo pensando que no importan las partes perdidas, mientras integre las que lleguen a suplirlas.

Más que pregunta…

Volvemos a hablar de la muerte con el adolescente y nos parece tan lejana en nuestro contexto. Entre él y yo sólo hay vida y él pregunta cómo es que yo he estado cerca de tantas personas que ya no están. Me siento como un puente entre una realidad y la otra. Pero las discusiones no son pesadas ni hay miedo en ellas. Sólo son.

No le temo a morir. ¿Cómo se le puede temer a una certeza? No tengo preguntas, tampoco. Tal vez sólo una preferencia por poder ayudar a mis hijos a crecer. Por lo demás, no encuentro mucho misterio. No porque sepa qué hay después, sino precisamente porque no lo sé sin duda alguna.

Meditar, tal vez, me ayuda a saber que sólo tenemos claro el momento que va pasando. Y que en ese río debemos aprender a navegar, porque igual o nos lleva o nos arrastra. Así que, sin preguntar, sigo aprendiendo a ver lo que hay.

Todo duele

Hoy domingo, que es el día que me toca, no comí pan. Ni ayer, ni hace una semana. Porque estamos limpiando la comida en casa para favorecer a uno de los nuestros y los sacrificios valen la pena. Que no quiere decir que no haya hecho el puchero correspondiente y esté haciendo planes para salir a comer a escondidas. Todo duele, todas las decisiones se toman a costa de otras oportunidades, siempre hay algo que uno deja de hacer.

La vida es el resultado de lo que uno hace. La mayor parte de nuestros minutos, esos que transcurren hasta en un río de aburrimiento, son el grueso de nuestras experiencias. Digamos que tenemos una línea base de satisfacción y de eso depende nuestra visión del mundo. Mientras más abajo de una marca positiva nos encontramos, más amargados terminamos. Yo tenía una tía que cargaba puesto siempre un estudio en desagrado, todas sus facciones hacia abajo, hasta la boca, aún cuando sonreía. Yo no quiero verme así. Para mí, la clave de sentirme bien, hasta feliz, es estar en paz con mi situación. Una parte es producto de mis decisiones y entonces sólo tengo que hacerles ganas, y la otra está hecha de cosas que no puedo controlar, entonces mejor les hago ganas.

Todo duele. Y todo da satisfacción. Es la moneda con la que pagamos nuestra existencia.

Sin adornos

“Me gustas sin adornos”, dices

y me quitas la sonrisa que me esconde

borras las palabras que me guardan

abres las puertas que cierro.

No te gusta verme detrás de mi pared

la explotas, me expones

quieres verme, a mí

me quedo sin nada

y entonces me quitas la ropa.

Sentir sin recuerdos

En la vida no tenemos nada por cierto. Todo cambia, hasta nuestros rostros en el espejo. Veo una fotografía de hace 28 años y no reconozco a esa persona que está usando mi nombre. Pero sí recuerdo cómo se sentía. La angustia y el desasosiego que viví esos años me inunda como un deslave y, por un momento, regreso a ser esa niña insegura, sin amigos y sin sentirse apreciada. ¿Y? Ya no soy la misma, por mucho. Probablemente ni siquiera era tan así como lo veo ahora, con tanta distancia de por medio.

Los recuerdos se modifican cada vez que los examinamos. En mi caso, mi paso por el colegio está muy poco revisado, porque no regreso allí si puedo evitarlo. Por una serie de circunstancias desafortunadas, fui el blanco de todo el rechazo de mis compañeros desde 2o primaria. La perseverancia es lo mío y no me salí, pero pude haber tenido una mejor experiencia si no hubiera sido tan necia. Ya estuvo. No soy más ni menos que lo que soy ahora, gracias a todo lo que he pasado para estar aquí. Además, estoy segura que si les preguntara a mis compañeros, jamás se acordarían de nada de lo que yo tengo presente. Porque no fue importante para ellos, no les afectó. Y se vale.

Menos mal uno cambia. Siempre. Y esa es mi única razón de revisar el pasado. Para tomar distancia y aceptar que hemos llegado a vivir mucho más. Le agradezco a esa niña que me mira desde la foto todo lo que aprendió. Me gustaría decirle que valió la pena.

Compro adornos

Tengo que comprar ropa para dos personas pequeñas que ahora pretenden escoger qué se ponen. Era tan fácil vestirlos como se me antojara cuando eran sólo míos y no de sí mismos. Tanta paz en tenerme en horario con ellos y saber qué hacerles. Aunque no lo supiera, los errores eran tan leves, que se podían corregir con una sonrisa. Ahora ya son tamaño gente y tienen opiniones propias, a veces muy distintas de las mías.

El trabajo de uno como papá es criarlos tan bien, con tanta seguridad, que se puedan ir al mundo sin miedo. La obsolecencia calculada más dolorosa de la vida. Y uno se resiste un poco. Hay ropa que no se deben poner por no tener la edad, cosas que no pueden hacer, decisiones que no pueden tomar. Igual sigue siendo uno el responsable de guiarlos, de ponerles reglas, de hacerlos sentirse seguros. Los límites de una casa no sólo son un marco de conducta, son una barrera de protección. Dentro de esa frontera que necesariamente hay que ir expandiendo, se exploran con cuidado las libertades. Con cosas muy importantes como las consecuencias de malas decisiones, hasta lo más leve. Como la ropa.

Ya no puedo escogerles la ropa impunemente. Ni el corte de pelo. Y, como comprarme ropa a mí misma me da pereza, supongo que sólo me queda comprar adornos.

Te encontré

Hay muchas fotos en las que no me reconozco. He cambiado tanto. Y ayer me dijeron que sigo igual, porque siempre he tenido adentro lo que logro sacar ahora.

Que lo vean a uno, verdaderamente, desde lo que uno es y lo que uno puede ser. Todos queremos que haya alguien que sirva de testigo de nuestra vida. Porque allí encontramos nuestros verdaderos espejos-filtros-ejemplos. Queremos compartirnos.

Entonces… seguiré buscándome.

Lo que necesito

La dulzura no es lo mío. Intensidad, pasión, racionalidad, todo eso, sí. La parte tierna… no tanto. Cosa que funciona bien con adultos (algunos), pero no con mis hijos. Y ahora estoy aprendiendo. Todos los días. Es un constante estar encima de mis preferencias. Ellos no saben que mi tono seco no es regaño, y eso que me conocen desde que nacieron.

Hoy estuve con personas que recuerdan con mucho cariño a mis papás. Qué cosa extraña volverlos a ver con otros ojos. Quiero pensar que mis hijos llegarán a compartir conmigo lo suficiente para verme a mí de manera distinta.

Tengo más de lo que he querido. Nunca imaginé esta forma de crecer con la gente que quiero. De poder ser una persona con tanto cariño a nuestro alrededor. Y también tengo lo que necesito, todo lo que me reta a ser mejor.