y uno se queda quieto, aparentemente sin cambio
y luego el tiempo te tira al suelo con los cumpleaños de tus hijos
con los primeros dientes que se le caen a una pingüina que apenas caminaba
con un aniversario de dos dígitos
con los zíppers que no cierran
con más experiencia y más comodidad dentro de la cabeza
con sentimientos menos violentos, pero más profundos
con una apertura a la vida y una negación a tomársela demasiado en serio.
El tiempo es el mayor de los magos y nos hace caer en sus trucos una y otra vez.
Mi hijo hoy cumple ocho años. Y yo aún recuerdo el peso de su cuerpo cuando habitaba en el mío.
¡Qué bueno que sí nos movemos!