Ver a otro ser humano es aceptar que lleva un mundo distinto al propio que probablemente no conocemos. Menos aún sólo en los encuentros superficiales. Un trato más cercano con las personas nos acercan a su realidad, pero no nos permiten sentir todo lo que les sucede y eso tiene dos resoluciones contrarias: o nos ponemos en el plano de ya saberlo todo acerca del otro, porque nos lo suponemos o, y ésta es la realmente difícil, aceptamos que no conocemos qué le sucede y no juzgamos lo que nos dice según nuestros propios prejuicios.
Yo sé qué me pasa a mí, y eso después de terapia y mucha introspección. No tengo ni idea, a priori, de qué le pasa ni a la gente con la que vivo, por mucho que juegue a la adivina con mis hijos y les lea los pensamientos. Ponerse en el plano de conocedor absoluto de la verdad de los demás me parece demasiado arrogante.
Opinar sobre las acciones de las personas y sus consecuencias tangibles es del todo razonable. Sin importar por qué hicieron algo, si eso me lastima, me es indiferente la motivación, puedo decidir alejarme. O exigir un rendimiento de cuentas, aún más si es en el plano legal y punitivo. Los criminales podrán tener sus razones, pero eso no los exime de la culpabilidad de sus actos. No hay que mezclar comprensión con permisividad. Pero venir a adjudicarle sentimientos a otra persona, sólo porque así lo sentimos nosotros, es un error y nos aleja de nuestra propia humanidad.
Yo sí sé qué te pasa a ti, pero sólo cuando te lo pregunto y estoy dispuesta a aceptar la respuesta que me des como válida. Igual no puedo ver en tu interior.