La pura imitación

Me pasa seguido que leo poesía y rápido quiero ir a escribir, como si pudiera. O veo un cuadro y se me antoja pintar. No me sale tampoco. Los programas de cocina me dan hambre y antojo y los de carros… pues ganas de correr.

En El silencio de los inocentes, Lecter le dice a Starling que uno desea lo que mira. Algo que pareciera contradecir la creencia que la familiaridad le quita el filo al deseo. Se nos antoja lo que vemos seguido. Por eso a veces nos llegan a gustar personas que no nos atraían en un principio. Las cosas de las que nos rodeamos moldean nuestras actividades más de lo que creemos.

Así que por eso siempre tengo en dónde escribir a mano. Para los momentos de (errada) inspiración. Quién me dice que a fuerza de consistencia no me salga al menos un poema medio decente. Menos mal sí cocino delicioso.

Todo se olvida

El niño está aprendiendo fracciones y le expliqué cómo se dividen. Pero creí que no recordaba bien el asunto y tuve que revisar. Porque era algo que antes hacía todos los días, durante años y hoy titubeé. ¿Cómo puede uno olvidar las cosas así?

Se supone que los hábitos y las cosas aprendidas en lapsos largos de tiempo se quedan permanentemente grabadas. También hay períodos sensitivos en los que estamos más dispuestos a ciertos aprendizajes. Pero el cerebro es plástico y así como aprende, olvida.

Vi una foto de hace cinco años y creo que he olvidado ser así de feliz. No importa cuánto tiempo lo haya sido. Quiero recordar sentirme así. Y cómo hacer cálculos avanzados.

Esto es lo que me ha pasado

Comienzo a hacer un recuento de los eventos en mi vida y creo que son coloridos. El peor fue el de hace tres meses. Podría contarlo, es más, casi lo hago. Pero es irrelevante. Porque todos hemos pasado por algo. Reconocerlo en los demás, hasta en las personas que nos repugnan, no hace que toleremos las cosas desagradables, pero sí nos acercan a la humanidad en el otro.

Escuchar con interés es un regalo que nos hacemos a nosotros mismos, nos entra en la corriente de la vida y nos ayuda a compartir el mundo que sólo se puede ver a través de los ojos del otro. Decir que uno está allí para entender y servir de espejo, a veces es todo lo que se necesita para ayudar a alguien. El dolor sí se disminuye al compartirlo.

La vida nos rompe a todos y es una oportunidad para dejar entrar a los demás por las grietas. Espero poder contar lo que me pasa cuando sirva el compartirlo. Y deseo escuchar.

Hay que saber ser banal

Conversaciones en las que se cambia el mundo, se revisa la literatura, se abren nuevas ramas filosóficas y se explora lo más recóndito de nuestra psiques, que duran horas y hasta cansan, son vitales para sentir que las relaciones que las permiten son importantes y profundas. Pero no se puede tener todos los días porque se ahoga uno en tanta importancia.

Luego están las charlas livianas, que se mueven sobre cualquier tema y lo convierten en broma y no saben más que de superficie. Ésas nos hacen reír y dejar de pensar. Aunque tampoco pueden ser la norma porque aburren igual que comer un algodón de azúcar.

Si uno sólo puede mantener un nivel de intensidad, da lo mismo que sea uno muy banal o muy profundo. La línea recta no hace más que aburrir. Pero cuando se aprende a cambiar, a ser peligroso en sus honduras y divertido en las orillas, la vida pesa menos y las relaciones duran más.

Buscamos las conversaciones que nos conmuevan y creemos que sólo las pesadas lo pueden lograr. Hay que saber ser y apreciar la banalidad como una fuerza ligera pero cierta. También riendo cambiamos y hasta más permanentemente que con las cosas serias.