Preguntas al aire

Entre muchas cosas buenas que le aprendí a mi mamá, fue a no preguntarle a nadie si le gustaba cómo me había quedado algo. Darle la oportunidad a alguien para que opine acerca de las cosas de uno, es abrir la puerta a que le encuentren todos los defectos. Es que es lo que hacemos los humanos: nos fijamos en lo que se sale de la norma. Lógico. Pero no siempre es saludable.

Pedir la opinión de alguien más acerca de algo que hacemos (o somos), tiene valor para cuestiones de aprendizaje. Yo necesito que mi Shihan me diga si estoy haciendo bien mi kata, o no.

Pero ese valor es nulo en cuestiones de existencia. Mi Shihan no tiene nada qué opinar acerca de mis tatuajes, mi pelo, o mi peso.

Confundir las categorías y asignarle importancia a lo que terceros no afectados piensen de nuestras vidas, es el camino más seguro para ser infelices. Tal vez una de las mayores ventajas de crecer es ir reduciendo cada vez más el círculo de la gente a la que uno le interesa agradarle y entender que nunca puede faltar incluirse a uno mismo. Y, cuando quiero enseñar algo, hago como mi mamá y digo: «¡Mira qué bonito me quedó!»

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

*

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.