Paso de risas a regaños en lo que me toma ver desorden en la casa. No hay un período de adaptación. Pero tampoco hay mucho tiempo de enojo. Además que no hay duda de qué es lo que me ensatana. Soy bastante consistente.
Claro que los humanos nos llevamos por las emociones. Todas las religiones, meditaciones, retiros, filosofías, son un intento de darnos un espacio de reacción entre nuestros sentimientos y nuestras acciones. Pero, ni la culpa, ni el castigo, ni la recompensa, ni la consciencia son siempre suficientes. Las emociones se disparan por reacciones químicas que informan a nuestro cuerpo qué debemos hacer. En sus manifestaciones más primitivas (comer, protegerse, aparearse), nos ayudaron a sobrevivir. En este mundo moderno, creo que no tanto. Y allí es donde hay que estar claro que ese arrebato no nos lleva a ninguna parte buena.
Cada vez estallo menos, no porque no lo sienta, sino porque le he ido quitando disparadores a mis estallidos. Es más fácil discernir que un plato mal puesto no es el fin del mundo, que tratar de apagar el grito cuando ya va saliendo. Aunque a veces (como ayer), hasta eso me falla.