Recordatorios

Nunca uso lista para ir al súper. En primer lugar, porque como soy yo la que cocino y lavo, tengo idea de qué necesito. Entonces voy haciendo las compras como paseo. El problema es cuando alguien me pide algo y allí sí no me ayuda la memoria. Tal vez no guardo los encargos en el mismo lado de las necesidades y se van a pasear.

Recordar cosas es parte de una salud mental que se va perdiendo. Quisiera pensar que se puede ejercitar y por eso no llevo listas, para acordarme por mí misma. Pero entiendo que hay cosas inevitables y llegará el momento en que olvide cómo se dice algo en cualquiera de los seis idiomas que hablo. Ese día fue ayer, porque se me olvidan cosas a cada rato. No sé cómo me voy a dar cuenta que estoy perdiendo la memoria.

Envejecer es un proceso de entregar control. Como cuando éramos niños. Tal vez por eso infantilizamos a los ancianos, olvidando nosotros que ellos tienen una vida detrás sobre la cual han construido lo que ahora olvidan. Alguna vez usaré una lista para ir al súper. O no.

Igual hay que planchar

La vida se esconde entre la ropa sucia

las comidas por hacer

la cotidianeidad es buen camuflaje

trato de recordar que eso envuelve

lo importante, las cosas que se escriben con mayúscula

la Verdad, la Justicia, el Derecho

son joyas brillantes pero pequeñas

y es fácil perderlas de vista

hay que pensar en ellas

porque si no están

para qué estoy planchando las camisas.

No todo se debe decir

Trabajar con adolescentes debe ser agotador. Sobre todo si son alumnos impertinentes. Ya ser madre de dos requiere escapadas ocasionales a lugares sin gente, preferiblemente con gatos y libros. Igual no me puedo deshacer de ellos y me toca educar. Parte de eso es hacerles ver que no todas las «brillanteces» que se les ocurren son chistosas y mucho menos adecuadas.

Yo no padezco de mucha ofensa. Suelo tomarme las cosas poco personales. Pero hay botones que sólo mis hijos saben cómo presionar y allí requiero de todo el músculo desarrollado en la meditación para no darles un zopapo digno de una visita al dentista. Primero, porque me sale caro. Segundo, porque ellos no saben y a mí me toca enseñarles. La empatía definitivamente no es un valor que pueda enseñarse a bofetadas…

Recientemente al niño se le ocurrió decirme que cumplir años era simplemente estar más cerca de la muerte. No deja de tener razón y generalmente no es algo que me hubiera importado. Salvo que fue en el contexto de yo decir que al fin tengo ganas de cumplir años… Cierto, pero mal momento para decirlo. Así que toca explicar en dónde no es ni chistoso, ni adecuado, y mucho menos amable. Espero que me entienda a palabras.

Aparatoso

Comerse una pitaya es comerse un escándalo. No hay forma de ocultarlo. Qué dicha la nuestra de tener cosas bonitas para comer. Podría ser utilitario. Pero la vida nos empata entre algo lindo y que nos guste. Hasta hay para variar.

La evolución lleva a la propagación de cualquier especie. Entre eso está el hacer atractivo/placentero lo que nos permite subsistir y reproducirnos. Por algo nos gusta comer, hay una satisfacción emocional también al saciar el hambre. No siempre logramos esto de forma inmediata, pero hemos aprendido a diferir el placer, a trabajar en lo que no nos gusta y a esperar, porque creemos que más tarde obtendremos algo mejor.

Tal vez hay que combinarlo. Apreciar lo que tiene uno en la mano y disfrutar lo ganado a costa de esfuerzo. No creo que todo tiene que ser sacrificio y tampoco que uno debe olvidar que hay un futuro. Sí creo en agradecer todo lo bonito que me rodea. Y en tratar de no mancharlo todo con la pitaya.

Después de todo

Las relaciones se vuelven navegables con el paso del tiempo. Todas. Es como alcanzar un curso conocido en el mar lleno de tormentas. No quiere decir que no las hayan, pero es más sencillo sobrevivirlas. Al menos eso sucede con las relaciones que perduran años.

No siempre la duración es sinónimo de bondad. Hay males que tal vez no duran cien años sólo porque no hay cuerpo que lo aguante. Pero es bueno apostarle a salir bien de un torbellino cuando uno está junto a alguien que lo acompaña y quiere hacerlo.

Ninguna relación llega jamás a puerto seguro, porque la vida es un movimiento constante. Pero sí hay momentos para simplemente dejarse llevar por el rumbo trazado. No es calma aburrida, es el fruto de muchas tempestades anteriores.

¿Y el plan?

Saber cocinar es distinto que aprender. Primero uno aprende todas las reglas. Luego, y sólo hasta que uno se las sabe bien, las cambia y las hace propias. Lo mismo hacen los niños al crecer; uno los educa, en la adolescencia hacen lo que quieren y de adultos regresan a integrar las reglas de la casa con la suyas. Por eso es que hay pocos adultos que continúan siendo rebeldes.

Luchar contra el plan establecido sirve para mejorarlo. O al menos eso debería suceder. Cuando simplemente se tira todo al caño, las cosas tienden a empeorar rápidamente. Sólo porque uno escribió un plan que en papel parece bueno, no quiere decir que vaya a funcionar.

Todo tiene reglas. Y todas se pueden romper, con variadas consecuencias. Nadie puede prever con certeza cuáles puedan ser estos resultados. Y allí es donde sirven las reglas viejas, las que ya tuvieron oportunidad de probar casi todos los desenlaces. Hay que escoger. Pero primero, hay que aprender.

Lavar

Lávame la vida

aunque no salgan las manchas

no todas

me la quiero poner limpia

descosida, un poco

más suave, cómoda

hasta que ya sólo me sirva

para irme a dormir.

Las cosas claras

Saber algo complejo, entenderlo y poder explicarlo, son tres animales distintos. Porque podemos estar conscientes de algo, hasta creer que lo tenemos bien definido, pero somos incapaces de trasladarlo. Muy pocas veces es por la capacidad amplia o limitada de nuestro interlocutor. La mayoría es porque no podemos expresar nuestro mundo interno de forma que se entienda afuera.

Desde diccionarios a tratados de filosofía, mucha tinta se ha derramado en explicaciones y siguen habiendo volúmenes nuevos. Toda la ciencia está volcada en entender lo que ya conocemos y descubrir lo que no. Pero donde realmente necesita uno esa capacidad es hablando con los demás. Sobre todo si hay diferencias sensibles, como edad, idioma, etc.

Los últimos quince años de mi vida se han pasado en buena parte, trasladando y explicando a personitas con experiencias y capacidades en desarrollo. O sea, he sido madre. Y nada como una pregunta abstracta de labios de un niño de cinco años para hacerme saber cristalinamente que no entiendo lo suficientemente bien las cosas como para explicarlas claramente. Porque no se trata de volver algo complejo en algo complicado. Para eso agarro cualquier libro filosófico de los de pasta oscura y autores desquiciados.

Favorito, pero no tanto

Cocinar para mis hijos es tener críticos de comida amnésicos y erráticos en casa. Entre “eso nunca me ha gustado” (te comiste veintisiete la semana pasada), “sólo quiero comer xx” y decir que no lo quiere volver a comer nunca más la próxima vez que lo sirvo, hasta la última respuesta épica “es que a veces me gustan y a veces no”. Al menos no me puedo quejar de aburrimiento.

Hay tan pocas cosas sobre las que uno tiene poder directo de decisión. La comida del diario es una de ellas. Generalmente queda a discreción de quien cocina qué se sirve. Como yo cocino, creo que todo lo que hago está rico porque me gusta a mí. Pero ¿y si no a todos les gusta? A parte del primer sentimiento de ofensa, no debería tomármelo personal. Pero uno enseña a que agradezcan lo que hay, que la casa no es restaurante y que si no les gusta, pueden volverlo a comer la próxima comida. Y la próxima.

Parte de la adultez implica madurar el paladar y ampliarlo. Pero también no comer cosas que uno encuentra repugnantes. Para llegar allí, hay que probar mucho. Y aguantarse lo que le sirvan en casa, porque llega el día que pueden estar como yo, deseando que alguien más decida y cocine por mí. Pero por favor que no sea hígado.

El día antes

Vivo en el día antes de… ahorita es el principio del segundo semestre del colegio de los niños, pero me gusta este estado de anticipación de los “antes”. Creo que hacer planes es alargar el disfrute de las cosas esperadas. Siempre y cuando uno sepa que no siempre salen como uno quiere.

Si no pudiéramos anticiparnos a los eventos, nos moriríamos. Hasta nuestros antepasados cazadores/recolectores sabían cómo moverse de acuerdo a las estaciones. La capacidad de ir tres pasos adelante en nuestra imaginación no sólo es vital, es lo que nos hace escribir, tener arte, películas, todo.

Vivir en el día antes y en el día de ahora es más entretenido que en el día después. Siempre viene algo nuevo. Y siempre se puede uno gozar esa venida.